Opinión Internacional

Ecuador y la mitología de los golpes de Estado

Histriónico, fuera de sí, teatral, el presidente Rafael Correa se quitó la corbata, sacó el pecho y gritó: «Mátenme, mátenme, mátenme». Fue un gesto inútil, porque por ahí no había nadie que se propusiera enviarlo a la historia antes de tiempo, y si algún demente improbable así lo tramara secretamente, imagino que no habría esperado que el jefe de Estado de Ecuador se quitara la corbata. Los magnicidas no reparan a la hora del crimen, y las corbatas sirven para todo menos como chalecos antibalas. No sé a quienes conmovió el presidente Correa, pero a mí aquello me dio risa.

De la política se dice que es teatro, pero si así fuere, el teatro merece que sus leyes sean respetadas a riesgo de convertirlo en algo cuyo nombre es preferible no mencionar.

Este fue el epílogo del motín desatado por unos policías que protestaban la disminución de sus salarios, según una ley propuesta por el Presidente a la Asamblea Nacional.

Unas versiones sostienen que Rafael Correa había sido secuestrado por los policías alzados. Según los médicos del Hospital Metropolitano de la Policía que lo atendieron, no hubo tal secuestro.

Sabe Dios. Para los observadores lejanos esta disputa no interesa porque no disponemos de elementos para sustanciarla. Lo que resulta comprobable, porque fue anunciado poco después de la crisis, fue el motivo de la revuelta: los salarios de policías y militares fueron aumentados. Es la confirmación de que algo andaba mal o muy mal en las relaciones entre los poderes Ejecutivo y Legislativo y quienes, policías o militares, tienen el encargo de preservar el orden público y garantizar la soberanía de la nación.

Que un Presidente de la República fuera secuestrado por el cuerpo policial más parecía propio de Macondo que de una república democrática. El mundo se alarmó y los presidentes de América del Sur no perdieron tiempo, volaron con precipitación a Buenos Aires y sus protestas fueron tajantes.

El atentado contra las instituciones era asunto de Unasur. Con suma diligencia, el organismo regional aprobó «una cláusula contra los golpes de Estado».

Según ésta, «se establece el aislamiento de la nación donde ocurra un golpe de Estado, además del cierre de fronteras de aquellos países limítrofes».

Tomada con apresuramiento y con el apremio de una emergencia cuyo desenlace se desconocía, conviene entenderla como una decisión provisional que algunos (más o menos astutos) han querido confundir con la cláusula democrática que Unasur no tiene porque sus fundadores pensaron que les hacía más estorbo que beneficio. Entre los renuentes a la cláusula democrática están los de la Alternativa Bolivariana, o Alba, de la cual forma parte, justamente, Rafael Correa.

Suplantar la cláusula democrática por una receta contra los golpes de Estado adultera la realidad. Inútil caer en la trampa de la mitología de los golpes de Estado. Sean cuales fueren las demencias de policías o de militares, los golpes de Estado son una parte del problema, no desdeñable, desde luego, pero no son «el problema». Son cada vez más improbables.

Lo que no es improbable, porque resulta pan de cada día, son las violaciones del Estado de Derecho, la adulteración sistemática de las constituciones, la pretensión obsesiva de ciertos presidentes de la región de «secuestrar» los poderes del Estado, erosionar las instituciones y erigirse en árbitros inapelables. Entre estos está el Presidente de Ecuador. Quiso disolver la Asamblea Nacional para buscar una más apta para sus proyectos de leal militante del Alba. Después de la crisis, resolvió perdonarle la vida al poder del Estado que lo incomoda.

Esta perversión sistemática del Estado de Derecho, la de considerar que «las constituciones sirven para todo» como sostenía (y quiso demostrar) un dictador venezolano del siglo XIX, no es otra cosa que un golpe de Estado permanente.

No dudo de que en Unasur haya presidentes capaces de identificar los dilemas democráticos de la región. Si no lo hacen los gobiernos, los pueblos los invitarán a despertar. Al debatir la ratificación del tratado de Unasur, el Congreso de Chile advirtió la inexplicable ausencia de la cláusula democrática, a diferencia de Mercosur, la OEA y la CAN, y condicionó su adhesión. Unasur no puede ser el paraíso de los demoledores del Estado de Derecho, de los árbitros del destino de los pueblos.

Después de Chile, tendrán la palabra los países que aún no han ratificado el tratado, entre ellos Brasil y Colombia.

En Ecuador han sido pocos los presidentes que han terminado sus periodos. Cuando uno toma posesión, la gente apuesta a cuánto durará. Es un deporte nacional. La historia registra los avatares del doctor José María Velasco Ibarra, gran profesor, que fue elegido por su pueblo en cinco ocasiones y los militares sólo le permitieron gobernar en una.

Cuatro golpes de Estado fue su récord. Entonces no había cláusulas democráticas.

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