Opinión Internacional

El águila calva y el gallito peleón

Érase una vez un águila calva que vivía en lo alto de las montañas Rocallosas. Vivía tranquilamente. En su país era muy respetada. Hasta se había convertido en su símbolo. Sus vecinos habían aprendido a no meterse con ella, a respetar su nido. Hace un tiempo, recordaban, un atrevido puma hambriento se acercó a sus polluelos. El águila alzó vuelo, se elevó bien alto y se dejó caer. Esa picada rápida la transformó en un objeto terrible. Con sus garras atrapó al puma y lo levantó. El puma se sintió indefenso. Cuando estuvieron a gran altura, el águila lo dejó caer. Los buitres se encargaron del cadáver.

El águila calva miraba sus dominios. Se extendían de un océano al otro. Las gentes de su país, laboriosas, haciendo de la educación una labor de todos, habían logrado un nivel de vida envidiable por el resto de los habitantes del planeta y logrado inventos importantes con los que obtuvieron avances para la humanidad. El telégrafo, los trenes y los barcos de vapor, el teléfono, el cinematógrafo, la bombilla eléctrica que hizo de la noche día y permitió trabajar más. Sus industrias habían surgido por doquier. Se fabricaba de todo para todos. Habían mecanizado la agricultura y la productividad del campo llegó a niveles insospechados.

Aunque pacíficos se transformaban en guerreros cuando la necesidad se los pedía. Habían sabido establecer un sistema de gobierno en el que participaban todos y que ahora otros países del mundo trataban de copiar. Su lema era la libertad, pero especialmente en lo económico. El gobierno promulgaba leyes necesarias, pero jamás interfería con la propiedad privada de los medios de producción o de comercio. Era una tierra de oportunidades sin límites para el trabajador honrado, envidiada por todos los seres del planeta.

La envidia es mala consejera. Otros pueblos quisieron adueñarse de sus riquezas por la fuerza. La respuesta fue, en ocasiones, la guerra. Siempre los acompañó la victoria. Tales fueron sus triunfos que, en pocos años, se habían transformado en la primera potencia del mundo, en el centro financiero más importante. Hubo un momento en que la humanidad toda se vio amenazada por una pasión de locuras que impulsaban los dictadores de la cruz gamada, el sol naciente y las fasces. Viéndose invadida, la nación del oso buscó una alianza con el país del bulldog y con el del águila. Luego de una lucha atroz de cinco largo años, en que se conocieron por primera vez nuevos métodos de aniquilamiento, los laureles de la victoria fueron su premio. Sin embargo, al poco tiempo, la nación del oso se volvió un enemigo, pues se trataba de imponer al mundo un sistema dictatorial que desconocía la libertad económica. La llamaron guerra fría. Fue una cuestión de competencia, de probar la eficiencia de dos sistemas económicos y políticos distintos. Y he aquí que, sin disparar un tiro, las gentes laboriosas del país del águila volvieron a triunfar. El oso tenía pies de barro y se desmoronó.

Vuelta la paz, retornó la invención. Nuevos sistemas de comunicación planetaria permitieron que la nación del águila asumiera la hegemonía del planeta en todos los ámbitos políticos, económicos y sociales. Parecía que el mundo por fin se dedicaría al desarrollo, al progreso. No fue así, empero. Gentes bárbaras seducidas por la envidia idearon la manera de atacar el propio suelo del país del águila calva. Sus gentes fueron obligadas a tocar de nuevo los tambores de la guerra y a considerar como enemigo a cualquiera que ayudara o diera cobijo a los bárbaros.

Hete aquí que un día un grupo de halcones de los más furiosos llegaron al nido del águila y, sin más introducción, le espetaron:

“Por ahí hay un gallinero miserable donde nosotros invertimos grades cantidades de nuestros ahorros para explotar las materias primas de su suelo, transferimos nuestros conocimientos para hacer viable su explotación y, en fin, transformamos el gallinero en granja moderna.”

“¿A qué viene esa historia?”, preguntó el águila calva.

“Pues que ahora ha surgido allí un pollito que le ha dado por suponerse gallito peleón y ha comenzado una campaña de improperios contra nosotros, pero muy especialmente en contra de usted, a quien acusa de acciones infundadas. Ha reunido unas cuantas gallinas a su derredor, bien pagadas con los recursos que nosotros le enviamos como resultado de nuestras compras de esa materia prima que nosotros encontramos y comenzamos a explotar junto con nuestros amigos los bulldogs. Esas gallinas se reunieron en un Foro donde la han acusado a usted de crímenes contra la humanidad, acusaciones que no tienen ningún asidero en la realidad, pero que pueden ayudar a los bárbaros en su campaña contra nosotros.”

El águila los despidió diciéndoles que reflexionaría. Al poco tiempo llamó a los halcones y a otros pájaros de cuenta y decidió darse una vuelta por el gallinero. Cuando las gallinas observaron el vuelo de semejantes aves sobre ellas corrieron despavoridas en busca de su líder, pero éste siguiendo una costumbre que había puesto en práctica con buenos resultados se había escondido en un galpón. Después del estropicio causado por el ataque de los halcones, las pocas gallinas sobrevivientes decidieron vengarse y el gallito peleón corrió igual suerte que el dictador de las fasces.

Hasta aquí la fábula.

Lo que sigue tiene relación con mi artículo de la semana pasada. Como verán, son realidades bien distintas:

¡Aquí no, Corazón!

Benigno Aquino nació el 27 de noviembre de 1932. En 1954, fue designado por el entonces presidente de Filipinas, Ramón Magsaysay, como emisario para las negociaciones con el líder rebelde Luis Taruc, las cuales concluyó en cuatro meses con su rendición incondicional. En 1955, fue electo alcalde de Concepción y ese mismo año contrajo matrimonio con Corazón Cojuangco.

En 1968, su primer año en el Senado, advirtió a sus compatriotas sobre el peligro del “Estado cuartel” que el presidente Fernando Marcos comenzaba a crear con el exagerado gasto militar, la militarización de las instituciones civiles y la imposición de la Ley marcial. En un discurso memorable en 1969 acusó a la Primera Dama filipina, Imelda Marcos, de malbaratar millones en un Centro Cultural que llamó “un monumento a la vergüenza”.

Aquino, indudablemente, había puesto sus ojos en la Presidencia. Las encuestas aseguraban su triunfo. Su sueño no se haría realidad. El 21 de agosto de 1983, llegando a Manila, se hizo acompañar de un número importante de periodistas para asegurar su vida amenazada por rumores de asesinato. A pesar de la presencia de sus propios guardias de seguridad y de tropas del gobierno en la pista, Aquino fue herido mortalmente de un tiro a la cabeza.

El asesinato de Aquino hizo de su esposa, Corazón, un símbolo de la resistencia en contra de la dictadura de Marcos, quien se vio obligado a llamar a elecciones anticipadas para calmar el descontento de la nación. En los 57 días de la campaña electoral, el partido de Aquino, Unido, visitó cada una de las provincias incansablemente. A pesar de la declaración de la Comisión de Elecciones de que Marcos había ganado la elección, Corazón y sus seguidores se negaron a aceptar ese resultado francamente fraudulento, lo cual dio pie a la Revolución Popular, que derrocó a Marcos y colocó a Corazón en la Presidencia.

Algo parecido se repetiría en Nicaragua con Violeta, viuda de Pedro Joaquín Chamorro, Director del diario La Prensa, el de mayor circulación en el país y líder de una alianza opositora para la remoción del poder de Anastasio Somoza Debayle, quien fue muerto a tiros de escopeta en su camino al trabajo en Managua el 10 de Enero de 1978. Su asesinato marcó el comienzo de la guerra civil que dio al traste con esa dictadura familiar de tres décadas.

(*): Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, politólogo, periodista y miembro de Debate Ciudadano. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.

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