Opinión Internacional

El barbudo y sus fantasmas

La Comisión de Derechos Humanos de la ONU (CDH) acaba de condenar a Cuba. Fidel Castro, especie de Santísima Trinidad en la que convergen gobierno, Estado y caudillo, armó su acostumbrada alharaca, esta vez gracias a los buenos oficios del canciller Pérez Roque.

En contraste con la afirmación de un afiebrado discípulo de Castro como Hugo Chávez, Cuba es hoy por hoy la mar de los problemas (y no el mar de la felicidad), paliados en parte debido a las regalías petroleras que el Presidente y su séquito emprendieron con el claro objeto de meterle el hombro a la revolución de sus trasnochos.

No faltaba más. Para salir adelante cualquier país necesita crecer. Para crecer hace falta el concurso de ciertas variables, que aprovechadas con inteligencia y criterios de gerencia moderna abonarán el terreno sobre el que las condiciones de vida pudieran mejorar para la inmensa mayoría. Hasta aquí todos de acuerdo, sólo que en América Latina (con la excepción de Chile), y por supuesto en la Cuba castrista, tales criterios van a dormir el sueño del nunca jamás mientras la tradición populista termina por engullir cualquier amago de despegue.

En Cuba no existen jueces o parlamento independientes del Ejecutivo, cuyo nombre y apellido es Fidel Castro. No existe prensa libre, no hay partidos de oposición. Nadie podría llevar a cabo la temeraria acción de organizar una protesta pacífica: los esbirros de la dictadura (policía política) se encargan de asegurar la consabida asepsia revolucionaria. No existen sindicatos con voz propia. Cunde el paredón. Para delitos como hablar sin cortapisas y emitir opiniones contrarias al pensamiento único, que es el pensamiento del poder, el gobierno se reserva la repartición de 25 ó 30 años de cárcel. En fin, que desde 1959 hasta la fecha, el reyezuelo isleño ha ejercido según su real antojo labores de gobierno, de comunicador, de juez, de contralor, de legislador y de novio de la madrina. Todo un récord a la hora de hurgar dictaduras de cualquier pelaje. Cuarenta y seis años de oscurantismo colados en pleno siglo XXI.

Si nos detenemos en la caída del comunismo y escudriñamos lo que pasó con las naciones que a partir de 1989 le dieron la espalda para siempre, notamos que hoy rebasan el per cápita promedio latinoamericano en cuanto a capacidad de compra. Abriéndose al mercado, abrazando la democracia, cuidando la presión fiscal, atrayendo inversión extranjera y mostrando en general sensatez en el manejo de sus economías, pudieron integrarse al privilegiado ámbito de la Comunidad Económica Europea. Nada más y nada menos.

Pero para Castro y sus secuaces el enemigo está a la vista. El enemigo, culpable absoluto de los males que como liebres deambulan por la Isla, tiene rostro y está identificado. Cuba anda como anda porque el imperio, los gusanos o todo aquél que no le siga el juego a la brutalidad del mandamás son enemigos, es decir, torpedos dirigidos contra su particular idea de libertad, su unipersonal modo de aplastar e imponer cualquier delirio en turno. La condena que la CDH emitió hace muy poco pone nuevamente el dedo sobre un problema que es también de América Latina, pues amén de otras razones, la cubana es la única dictadura, en el clásico sentido, que aún sufre este continente (cabe aquí la discusión en torno a nuevas formas de autoritarismo en Latinoamérica, con Venezuela a la cabeza, pero esto es ya un asunto para entregas posteriores).

El enemigo está a la vista, es tangible, es ubicable para gobiernos al margen del estado de derecho, para sátrapas acostumbrados a escuchar las voces de sí mismos. Sirve para ahuyentar fantasmas: ésos que tarde o temprano cargarán con sus almas.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba