Opinión Internacional

El FMI en Argentina rescata a los inversionistas

AIPE- El mensaje de despedida de Stanley Fischer, al dejar su cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional, no ha podido ser más emblemático de su gestión. Dijo que la Argentina probablemente requerirá más ayuda. Es decir, más que el paquete de diciembre de 40 mil millones de dólares y los 8 mil millones de dólares anunciados hace un par de semanas. Cuánto más, no dijo el Sr. Fischer. Admitió que “no hay contestación a cuánto es suficiente”.

El empecinamiento del Sr. Fischer en pasar el dinero de otros a los prestamistas de Argentina es una repetición del modelo de mega-rescates que él organizó a lo largo de más de seis años, comenzando con México en 1994. Aunque no se puede esperar que él ahora reniegue de su propio legado, no dejan de ser instructivas esas dudas sobre el costo futuro. Y si se mantienen intactas sus prácticas de rescatar a los acreedores y de imponer austeridad fiscal entre los deudores, buena razón tiene en decir que no se puede saber cuánto dinero necesitará Argentina. Tampoco se puede calcular lo que requerirán otros mercados emergentes para impedir la cesación de pagos.

Cuando los mercados emergentes buscaron financiamiento internacional en los años 90, se nos dijo que los rescates del Sr. Fischer ayudarían a estabilizar los mercados. Pero tratar a los países en desarrollo como agujeros sin fondo, a la vez que se reponen las pérdidas de los prestamistas, lejos de promover estabilidad ha logrado todo lo contrario.

Con una deuda pública de 128 mil millones de dólares y altos impuestos, la economía argentina seguirá coja. El muy aplaudido “déficit cero” parece más bien un truco contable para cuadrar las cifras. Y sigue presente la interrogante de dónde saldrán los reales para pagar los vencimientos. Puede suceder que el gobierno siga empujando los papeles que no puede colocar fuera entre los bancos locales, debilitando una de las pocas instituciones fuertes. Mientras tanto, los políticos continúan su oposición a la dolarización, a pesar de sus obvias ventajas. La economía puede mantenerse débil, mientras los acreedores obtienen altas primas respaldadas por la fortaleza del G-7. Supuestamente, al FMI le interesa aliviar la pobreza, pero una evaluación clínica de la Argentina pone en duda a quién quiere realmente ayudar.

Al rescate argentino se le da el desacertado nombre de “ayuda”, pero esos miles de millones van a los acreedores, quienes de otra forma tendrían que sentarse con el gobierno argentino a negociar una reestructuración de créditos malos, absorbiendo pérdidas. A primera vista, el esfuerzo del ministro Cavallo en cumplir con las obligaciones argentinas parece loable. Argentina pidió prestado y debe pagar. Pero no resulta más honorable traspasarle la deuda a un tercero como el FMI, mientras las probabilidades de un auténtico pago siguen siendo ínfimas.

A los inversionistas no les preocupa eso, sino más bien evalúan los temores en el G-7de contagio -pánico y desestabilización del sistema financiero internacional- y la inestabilidad política relacionada con la cesación de pagos de Argentina. Los ganadores de la última vuelta fueron los que apostaron a que la administración Bush cedería ante el derrumbe argentino. Aquellos analistas que todavía recomiendan los bonos argentinos parecen hacerlo por creer que al representar 25% de la deuda total de los mercados emergentes es demasiado grande para caer.

Sin embargo, el mejor chance de una recuperación en Argentina puede surgir de la admisión que el rescate y la austeridad no están funcionando. Si el FMI diera indicaciones de querer acabar con los rescates, los inversionistas comenzarían inmediatamente a valorar las inversiones sin la intervención del FMI y los mercados se compensarían. A muy corto plazo, los inversionistas probablemente venderían, pero eso crearía incentivos que ahora no existen para que el país reestructure su economía con convenios bancarios y monetarios sólidos, a la vez que impuestos bajos. Salir de una aplastante deuda no es una política en sí, pero acompañado de reformas serias el país puede atraer inversionistas de nuevo. Estados Unidos podría ayudar ampliando el libre comercio.

Para evitar futuras crisis es urgente reducir el riesgo moral, la costumbre de prestar porque se sabe que el FMI acudirá al rescate. Para lograrlo, los inversionistas tienen que asumir las pérdidas cuando un país no puede pagar. Hasta ahora no se ha hecho esto en el caso argentino por temor al contagio. Pero hace varios meses los economistas Alan Meltzer y Adam Lerrick propusieron al FMI un plan para la cesación de pagos de Argentina, controlando la caída. La idea es que el FMI creara un piso para los tenedores de bonos, por debajo del precio mínimo que el gobierno espera pagar en un arreglo. Aunque esto evita el pánico, los inversionistas pierden. Y sin la intervención del FMI, Argentina tendría tanto la libertad como el incentivo de instrumentar reformas.

Esta parece ser una solución al problema del contagio, pero no parece haber cambiado la manera de pensar del Sr. Fischer sobre los rescates. Puede ser así porque a él no le preocupa el problema del riesgo moral, el cual dice es “una característica de toda póliza de seguro”. Y defiende ese tipo de seguro diciendo que sin él, los mercados emergentes recibirían menos financiamiento y pagarían tasas de interés más altas.

Allí encontramos el corazón del conflicto ideológico entre los que quieren reformar el FMI y los dinosaurios. Los eternos intervencionistas creen que abundante capital barato para los mercados emergentes es un bien público que los países ricos deben aportar. Pero para quienes creen en el mercado, cuando los inversionistas se muestran reacios a prestar a países con malas políticas es una información valiosa en lograr que los mercados funcionen y los gobiernos se comporten bien. El “seguro” del FMI sólo distorsiona el proceso. Lo que tenemos aquí es la visión financiera mundial del Sr. Fischer, con sus llamaradas de redistribución socialista, chocando con la visión de que el mercado, con todos sus riesgos, es un mejor vehículo para el desarrollo económico.

Si la administración Bush va a acabar con el desenfrenado riesgo moral causado por seis años de rescates, debe comenzar a dejar que Argentina y el mercado busquen la salida. La mejor política puede ser aprovecharse del mercado deprimido de los bonos argentinos, dejar que los inversionistas sufran, librando a la Argentina de una deuda inmanejable y de la austeridad que el FMI le quiere imponer.

Editora de la columna Las Américas del Wall Street Journal, diario donde fue publicado originalmente este artículo y autorizó la traducción de AIPE.
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