Opinión Internacional

El jeque del Caribe

Como un gran califa que dispone de inmensos tesoros y premia a sus súbditos, Hugo Chávez Frías consagró a Manuel Zelaya como comisario político de Petrocaribe.

La decisión simuló ser inesperada, pero no tanto. Zelaya fue una pieza importante del ajedrez bolivariano en América Central. Al ex presidente de Honduras lo encandilaron los dólares del petróleo que iban premiando adhesiones en la región, y, aunque ideológicamente lejos de los catecismos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América, de la noche a la mañana don Manuel se proclamó apóstol de la nueva religión.

No sólo ingresó a la ALBA, sino que se destacó por aplicar en su país las estrategias del “socialismo del siglo XXI”.

De militante del viejo liberalismo hondureño de raigambre conservadora, aliado de terratenientes y capitalistas extranjeros él mismo pertenece a la élite de los latifundistas centroamericanos , Zelaya, mágicamente cautivado por la idea revolucionaria, comenzó a difundir el discurso de Chávez, a hablar como Chávez y a prometer como Chávez, y como Chávez, a conspirar para eternizarse en el poder.

Para imitar a sus pares de Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua, Zelaya violó la Constitución y, contra viento y marea, trató de llevar a cabo un referéndum que convertiría en hecho cumplido algo que violaba la ley. Establecido el precedente, a los hondureños les habría sido difícil escapar de la trampa. Todas estas maniobras las llevaba a cabo Zelaya con la asesoría y el financiamiento del “socialismo del siglo XXI”.

Honduras ingresó a Petrocaribe, y el nuevo revolucionario vislumbró tiempos próvidos bajo el paraguas del Fondo de la ALBA. La interferencia venezolana era pan de cada día. Entonces se dijo, incluso, que las boletas que los militares rehusaron repartir para el referéndum habían llegado de Caracas la noche anterior.

El 28 de junio de 2009, los hondureños le pusieron punto final al zafarrancho armado por Chávez. Todos los poderes del Estado decidieron la destitución constitucional de Zelaya, pero, erróneamente, pusieron en manos de las Fuerzas Armadas la tarea de expulsarlo del país, y de hacerlo, además, mediante procedimientos indebidos. Como peces en el agua, se movieron en la OEA, en Unasur, en la Unión Europea los estrategas de la ALBA, ¡evangelistas de la legitimidad democrática! En uno de sus actos de mayor irresponsabilidad, la OEA, atrapada por el “socialismo del siglo XXI”, resolvió expulsar a Honduras contraviniendo sus propios estatutos, luego de haberle permitido a Zelaya violar la Carta Democrática Interamericana. El mundo se pronunció contra Honduras, sin pensar en lo que allá había ocurrido y en por qué el personaje fue separado del poder. Como hijas de María con la virginidad en peligro, golpistas contumaces pusieron el grito en el cielo. Honduras quedó sola y condenada.

Pero aislados y solos, los hondureños llevaron a cabo su proceso electoral interferido por Zelaya, secretamente introducido a Tegucigalpa e instalado en la Embajada de Brasil. El asilo fue convertido en farsa, y Brasil le hizo a Honduras lo que no se habría atrevido a hacerle a Chile, Perú, Uruguay, Argentina o Colombia. Lo que jamás habrían permitido que se les hiciera a ellos, los irreprochables diplomáticos de Itamaraty. Fue una ordinariez: el gigante dando tumbos y ofreciendo lecciones morales.

Con la elección de Porfirio Lobo Sosa en comicios transparentes, con testigos internacionales, Honduras retornó a la constitucionalidad. Ya trabaja unido con El Salvador y Guatemala, con los que integra el Triángulo del Norte. Afortunadamente, en la región se cuenta con líderes como Mauricio Funes, político inteligente y de pensamiento avanzado. No obstante, la zona estará condenada al asedio de los cantos de sirena del “socialismo del siglo XXI”. Cantos o peor que cantos. Proyectos de desestabilización, el canto de la Asamblea Constituyente que hará milagros, multiplicará los panes y “pondrá el poder en manos del pueblo”, ¡como en Venezuela! Esta es la historia poco grata que ha desembocado en la designación del ex presidente Zelaya como comisario político de Petrocaribe.

Aun cuando la filial de Petróleos de Venezuela tiene un consejo ministerial, quien toma las decisiones es un solo hombre, el presidente Hugo Chávez Frías. Petrocaribe tiene su origen en la “facilidad petrolera” para los países de la región que en los setenta pusieron en práctica México y Venezuela. Como filial de Pdvsa, no puede ser un instrumento político. Sin embargo, en eso se ha convertido.

La invención de un consejo político, y la designación de un presidente pendenciero, adelanta los signos de una guerra contra las democracias, bajo la consigna de petróleo por democracia, petróleo por “socialismo del siglo XXI”. Con sus arreos de jeque caribeño, Manuel Zelaya Rosales dispondrá a discreción de recursos inimaginables, pero ya no les serán suficientes a los revolucionarios de la ALBA para meter la región en cintura. Dogmas y petróleo tienen el sol en la espalda.

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