Opinión Internacional

El liderazgo latinoamericano contemporaneo

El acto protocolar de ingreso venezolano al Mercosur nos brindó la oportunidad de escuchar los estilos oratorios de los presidentes del área e inferir así las diferencias que hay entre los liderazgos latinoamericanos contemporáneos.

En la sucesión de alocuciones presidenciales prevalecen los oradores fluidos, de inobjetable densidad conceptual y grandes recursos comunicacionales, con la excepción de Nestor Kirchner, quien compensa su poco carisma con la coherencia de su mensaje. Porque el presidente argentino, quien ha venido a llenar un vacío en el coloso sureño, se ha apertrechado en varias ideas matrices para mantenerse en la cumbre de la popularidad.

El abogado Nestor Kirchner llegó al poder encaramado sobre el discurso antipolítico y antipartido, catalizando el desgaste del sistema acentuado tras el desgaste de Menem, la defenestración de Fernando de la Rúa y el corralito financiero. Y en plenitud de su gestión sigue siendo crítico del establecimiento, denunciando al poder judicial, tolerando a los piqueteros y ocasionalmente endureciendo el puño frente a los desmanes de las protestas salidas de curso.

Su vecino, el médico Tabaré Vásquez sí maneja una oratoria castelariana, de docente de gran aula. No en balde fue alcalde de Montevideo y varias veces candidato presidencial. El gran heredero del socialismo romántico que preconizó en su país Liber Seregni. Tabaré Vásquez recuerda su profesión de médico para acentuar el enfoque social de su gestión y de su visión de gobierno.

Ambos coinciden en la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad y les ha correspondido propiciar juicios contra los genocidas de los años setenta. Han venido confrontando por la instalación de industrias papeleras en la frontera común, quizás recreando el histórico diferendo entre Argentina y la significativa “Banda Oriental”.

Sorprende la oratoria de Oscar Nicanor Duarte, el presidente paraguayo. Un hombre surgido de la entraña misma del Coloradismo, que es como decir el PRI paraguayo, el partido que legitimó las dictaduras de Higinio Morinigo y Alfredo Stroessner, y bajo cuyas siglas se han amparado todos los gobiernos paraguayos de los últimos sesenta años.

Oscar Nicanor Duarte nació y creció en el seno de un partido clientelar, de esencia estalinista y cupular, pero él es en el fondo un poeta. Licenciado en filosofía, docente universitario, delata en su discurso al hombre de letras. Así le ha correspondido presidir una transición más profunda, desde los terribles días del asesinato de Luis Argaña. Con Duarte parece alejarse el fantasma de Lino Oviedo, aquel coronel de mentalidad arcaica, que ofrecía a los guaraníes un retorno a la dictadura clásica, patriarcal y populista.

Y también está Luis Ignacio Lula Da Silva, el antiguo líder sindical, el hombre que ha crecido intelectualmente mientras ejercita la política, pierde, fracasa y lo vuelve a intentar. No en balde lo asume el barómetro como una de las figuras más influyentes de América Latina, suerte de hermano mayor de los socialistas del área, con un notable ejercicio de la mesura y ponderación para los momentos álgidos.

Lula Da Silva tiene una formación académica mucho más precaria que sus colegas del área, pero la inteligencia pura, la sobriedad y la experiencia le han permitido jugar este rol destacado y crucial.

Finalmente Evo Morales, sobre quien Tomás Eloy Martínez ha escrito en fechas recientes. Evo Morales es un producto genuino de Bolivia, una resultante de su proceso histórico. Tiene inmensas limitaciones en su formación pero también grandes fortalezas y mientras tanto está marcando con su fuerte impronta la historia regional, con una vitalidad que sólo puede equipararse a la de Victor Paz Estensoro o el trinomio de presidentes nacionalistas, David Toro, German Natusch Busch y Gualberto Villarroel.

No es necesario describir a Hugo Chávez en el contexto de estos liderazgos. La suya es una inteligencia esencialmente emocional, con una innegable dosis de autenticidad y también de buena suerte. En el séptimo año de su gobierno, quienes más han hecho por su continuidad son los opositores radicales. ¿O acaso no están dispuestos a regalarle la reelección en bandeja de plata, por “fourfait”, quizás abandonando en cambote la campaña antes del día electoral?
No forman parte del proyecto Alvaro Uribe, ese fenómeno de político pragmático, que es socio preferencial de Estados Unidos y estrecho aliado de Hugo Chávez. Uribe, con su realpolitik está demostrándole a propios y extraños cómo se puede hacer política sin fanatismos y creo que en el fondo apuesta a la coincidencia de intereses venezolano-norteamericanos, más allá de la confrontación verbal entre estos gobiernos.

El vicepresidente en funciones ejecutivas de Ecuador, Alfredo Palacio es también médico de profesión y ha utilizado su experiencia como cirujano, el tacto preciso entre puntadas milimétricas para gobernar un país de perpetua crisis y presidir la transición desde el fiasco de Lucio Gutiérrez. De paso, para mantenerse en la cuerda floja, reivindicando el nacionalismo petrolero mientras la torpeza de las trasnacionales norteamericanas crea más focos de tensión, innecesarios, para la Diplomacia de su país.

No estaría completa esta lista sin la dama de Santiago, Michelle Bachelet, hija de mártir y víctima ella misma de la represión militar en los años setenta. Su padre pereció entre las torturas y la presión psicológica. Ella misma fue vulnerada hasta un punto que no se ha podido describir, pero sentó cátedra al manejarse elegantemente con los militares, herederos indirectos de aquellos que masacraron a su familia.

El liderazgo latinoamericano de principios del siglo XXI es muy distinto al de las décadas anteriores. En los años 50 imperaba la “Internacional de las Espadas” compuesta esencialmente por regimenes militares. En los años 70 se vivió “bajo la sombra de la guerra fría”. En los 90 se siguieron los dictados del Fondo Monetario Internacional y los organismos multilaterales. Ahora, para bien o para mal ha resurgido una mescolanza de nacionalismo, romanticismo y eurosocialismo, que solo tendría precedentes en parecidos fenómenos de los años 30 y 40.

Abogado y politólogo

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