Opinión Internacional

El plantacara paramilitar

La respuesta del Gobierno al ultimátum de las Autodefensas no ha sido improvisada como podría creerse. Y los cinco días de plazo para que despejen el área de Santa Fe de Ralito, no fueron decisivos para que los paramilitares comenzarán a echarse atrás. Han demostrado durante su reciente historia, que estratégicamente responden a las condiciones que se impongan. Y políticamente conservan un evidente predominio sobre poblaciones bajo su régimen. No improvisó el Gobierno. Aunque muestra grietas que han hecho parte de la ambigüedad con la que se han manejado las negociaciones. ¿Qué podrá salir de esta encrucijada? Nada nuevo a lo que hemos conocido antes. Nuestra pequeña guerra es perpetua.

El plantacara nos muestra dos aspectos ya referidos por Clausewitz. Primero, a la inversa, que la política es la continuación de la guerra por otros medios. En cuyo caso los comandantes paramilitares apuestan sus cartas frente al debate sobre el marco jurídico que regirá su desmovilización y reinserción. Y hacen política tanto dentro como fuera de la institucionalidad. Tiran de uno de los extremos, al recordar que no estarán dispuestos a someterse pasivamente a penas duraderas, devolución de bienes. Y lo que se entienda por reparación de las víctimas. Han comprendido que la multiplicación de proyectos en este sentido les da sus ventajas.

En su declaración de Ralito es claro que no aceptan la sanción moral ni política. Y el marco jurídico dependería de ambos componentes. Ya han dividido al Congreso. El plantacara es estratégico, aunque la amenaza implícita contenga rugidos de guerra. Aquí tenemos los cuernos del dilema. ¿Qué pueda suceder con los cientos de hombres desmovilizados? ¿Se reincorporarán de nuevo a los frentes? ¿Volverán las masacres con alevosía? Preguntas que resultan lugares comunes. El punto de marras es otro. Un juego estratégico de intereses en el que cada jugador aparenta improvisar. Después de conseguir fortalecerse militar y políticamente en Santa Fe de Ralito, las autodefensas no retrocederán. ¿Un cañazo? Desde luego. Pero algo más.

El pronunciamiento en Ralito, y el cálculo de sus efectos, tienen bajo la mira al comisionado de paz Luis Carlos Restrepo. Y están respondiendo al fuerte respaldo que el presidente Uribe le ha dado. Porque contando con todas las debilidades visibles, este proceso con las Autodefensas, ha logrado contener los graves daños que la guerra venía causando contra la población civil. Por lo que nadie, a excepción de las Farc, negaría el carácter positivo del proceso. Y el comisionado, todos deberíamos reconocerlo, se ha batido entre los dientes afilados de los comandantes paramilitares. Ya antes quisieron deponerlo del tablero político, ¿por qué? La respuesta reside en su resistencia moral. Pese a todo, no ha cedido en todo.

Este careo entre paramilitares y Gobierno nos muestra que tan complejo resultará manejar la negociación con las Autodefensas, cuando se avecina una campaña política. Le quedará muy difícil al comisionado de paz seguir insistiendo en que las instituciones políticas en Colombia no están manchadas por el estigma paramilitar. Y que en el Congreso las Autodefensas no tengan una representación de sus intereses. Y el presidente Uribe no podrá liberarse de que la campaña para su reelección vaya a estar matizada por el juicio crítico de la opinión pública.

El hilo de Ariadna dependerá ahora de cómo se reoriente por parte del Gobierno la negociación, que tan decisivos puedan ser los debates en el Congreso sobre la ley de justicia y reparación. Y de una sombra que ya comienza de nuevo a desplegar su fondo beligerante: las Farc. Es obvio que nuestro conflicto vuelve a escalarse en el otro extremo. Y el mosaico estratégico y territorial retorna con fuerza. ¿Llegó la política de seguridad del Gobierno a su mayor grado de desarrollo?, ¿Podrán las Fuerzas Militares responder a las exigencias de copamiento de espacios dejados por los paramilitares?, ¿Y no son los últimos golpes de las Farc síntoma de impotencia?. Son preguntas cuyas respuestas resultan impredecibles. Al menos bajo esta coyuntura.

Lo cierto es que como nunca antes, los medios y los analistas del conflicto armado, tendremos que experimentar el desafío de ponderar con responsabilidad cada discurso, privilegiando la defensa condicional de las instituciones democráticas.

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