Opinión Internacional

El plebiscito que nunca ocurrió

Fuga de capitales, desafíos de Moyano; las denuncias de Schocklender que tocan al círculo kirchnerista; las pujas internas en la coalición de gobierno. Pese a la concluyente apariencia del  resultado que arrojaron los comicios primarios del 14 de agosto,  algunos signos indican que  la Argentina  atraviesa aún un período de duda e incertidumbre.  

El termómetro que con más sensibilidad mide ese fenómeno es la fuga de capitales y el refugio en el dólar. La presidente del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, tuvo que  proclamar esta semana que  la entidad “va a seguir administrando el mercado de cambios de manera que tenga baja volatilidad . Y después de octubre vamos a seguir teniendo exactamente la misma política”. 

Es que el Central  está usando cada vez más reservas para mantener el  valor de la divisa estadounidense: en todo agosto la demanda se había llevado 1.020 millones de dólares; entre el  2 y el 9 de septiembre ya roza los 1.000 millones. Marcó del Pont admitió indirectamente que el fenómeno es masivo: dijo que el 45 por ciento de las compras  son operaciones de pequeños ahorristas.

Por lo demás, la fuga de capitales del tercer trimestre “apunta a ser la más importante desde 2003 –advierte en Clarín un especialista-, superando la fuga observada en el segundo trimestre de 2008, cuando en pleno conflicto con el campo totalizó US$ 8.374 millones”. Ese año la salida total de capitales superó los 24.000 millones de dólares.

¿Cuáles son los factores que alimentan esa fuga? Los hay de carácter exclusivamente económico (el gobierno no da señales de reconocer el temible ritmo de la inflación; la despareja convivencia de un dólar anestesiado y precios que se disparan hace plausible la conjetura de que la armonía se recuperará con una devaluación, como en otras ocasiones; por otra parte, ya hay muchas voces empresariales que se quejan de la pérdida de “un  tipo de cambio competitivo”) y también hay dudas relacionadas con las decisiones políticas: el oficialismo viene hablando de “profundización del modelo” como programa de un  nuevo período de gobierno, pero nadie tiene claridad sobre lo que ese inscribe bajo ese título.

Roberto Felletti, primer candidato cristinista a diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires y viceministro de Economía, definió el programa como una “radicalización del populismo” basado en avanzar en la “apropiación de rentas”. No faltan sectores de la coalición oficialista que empujan esa interpretación, acompañada por la idea de crecientes cuotas de intervención y regulación estatal sobre la dinámica del mercado.

Mientras su número 2 invoca al cuco populista, Amado Boudou procura tranquilizar a los empresarios cantándoles un arrorró amistoso: se frenará la presión salarial de los gremios; el Estado irá liberando los precios regulados porque necesita descargar el peso de tantos subsidios; Argentina regresará al mercado de capitales (arreglará las cuentas con el Club de París). Por estos días, el candidato a vicepresidente procura corporizar las mejores ilusiones de los hombres de negocios. Pero estos necesitan señales más claras.

La Presidente, entretanto, ofrece mensajes contradictorios: si por un lado esta semana reivindicó las restricciones al comercio que impone su gobierno (cuya figura emblemática es Guillermo Moreno), por otra anunció un interesante Plan Estratégico Agroalimentario que tiende a corregir el rumbo de las relaciones con el campo determinado por los enfrentamientos que marcaron el año 2008. Entre los conceptos esbozados en este anuncio (que hay que traducir en hechos) y la despectiva definición de la soja como “el yuyo” de tres años atrás, hay una evidente rectificación de juicios. El discurso actual parece haber comprendido no sólo el papel  estratégico de la producción agraria, sino el hecho (que algunos repetidores anacrónicos ignoran) de que en ella se articulan muchos más factores que humus y lluvias: desde la ingeniería y la electrónica a la biotecnología, una extensa cadena de valor que puede extenderse. ¿Cuál de los mensajes de la Presidente refleja su propia idea de “la profundización del modelo”?

En el seno de la coalición oficialista (y aun muy cerca del círculo de consultas de la señora de Kirchner) hay tendencias en uno y otro sentido. El domingo 3, por caso, un periodista muy atendido en Olivos, Horacio Verbitsky, parecía advertirle a la señora contra las voces más moderadas y sobre “los grandes empresarios” y sus “alabanzas para la presidente y el modelo”. Bajo el título “De la boca para afuera”, el periodista señaló sarcásticamente que “con la mejor sonrisa y juramentados para no decir nunca ajuste ni endeudamiento” los patronos industriales “se proponen contribuir al perfeccionamiento del plan económico sometiéndolo a la supervisión del Fondo Monetario, controlando la inflación y regresando al mercado voluntario de crédito.”

El balance de las primarias de agosto, con una mitad de los votos convergiendo en la figura de la Presidente y la otra mitad desperdigada entre cuatro o cinco candidaturas, pese a la enorme diferencia entre aquella y estas no se traduce en “un plebiscito sobre el modelo” como quieren algunos propagandistas del oficialismo. En la propia coalición de gobierno no hay mayor claridad sobre lo que “el modelo” debe representar. Y allí, en esa opacidad, puede rastrearse la mayor fuente de incertidumbre social.

Si se trata de definirlo por lo que desplegó desde 2003 en adelante, el rasgo de identidad del modelo kirchnerista (ahora cristinista), más que su apego a una idea o una ideología, ha residido en la búsqueda permanente de concentrar poder, empleando tras ese objetivo el conflicto y la confrontación como instrumentos. Si se comprende esa marca genética tal vez se pueda aventurar hacia dónde empuja al gobierno su propia naturaleza.

Tras los diferentes acentos que hoy emergen de los círculos K (más o menos regulación, más o menos apertura al mundo, más o menos vínculo con los sectores dinámicos de la producción) puede reconocerse una lucha por la orientación del próximo gobierno y una puja por posiciones en el próximo gabinete. Este combate parece indicar que el liderazgo de la señora de Kirchner (inclusive después de los resultados electorales del 14 de agosto) no ejerce hacia dentro de su propia fuerza el grado de acatamiento y disciplina que suscitaba Néstor Kirchner.

Hugo Moyano, en principio, no considera que  tenga que  aceptar sugerencias de retiro anticipado, por el hecho de que vengan de la Casa Rosada. Desde Mendoza envió un mensaje de advertencia: “Si me quedo o me voy de la CGT, no lo va a decidir la Presidenta ni los ministros”. Moyano no hablaba por él solo cuando comentó lo que podría ocurrir si prevalece la tendencia que en el gobierno aconseja intervenir las obras sociales: “Todos sabemos que hay un déficit en la atención de la salud que brinda el Estado, y es un error que pretenda manejar el 45% que hoy controlan las obras sociales. Si al movimiento obrero se le intenta quitar derechos y avances, va a haber una confrontación” .

Ni el desafío de Moyano, ni las denuncias de Sergio Schocklender (que tocan a la familia presidencial), ni las preocupaciones empresariales, ni la fuga de capitales y la presión sobre el dólar, ni la inquietud por la inseguridad, ni las irregularidades verificadas en las primarias, ni las pujas internas que agitan a la coalición oficialista ponen en duda el triunfo de la señora de Kirchner. Lo que esos y otros procesos ponen en franca discusión es que ese triunfo pueda interpretarse como un plebiscito, como el preámbulo a alguna “eternización”. La Argentina tiene sus complejidades.                                                       

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