Opinión Internacional

El “realismo mágico” en el Uruguay

Montevideo (AIPE)- En su libro El enfrentamiento de las civilizaciones , Samuel P. Huntington realiza una aseveración que indignó a la mayoría de los latinoamericanos: afirma que Latinoamérica no pertenece a la civilización occidental. En vez de enojarnos, pienso que sería más provechoso cuestionarnos seriamente, cuánto hay de cierto en esa premisa.

Octavio Paz, en El Laberinto de la Soledad , dice que los mexicanos viven mintiéndose a sí mismos. Que es la norma en las relaciones interpersonales. “La mentira política se instaló en nuestros pueblos casi constitucionalmente”, escribe. Opinamos que en ese dato, extensible a toda la región, reside “aquello” que nos haría diferentes a los demás países occidentales: nuestra incapacidad para ver al mundo tal cual es. Es lo que algunos han dado en llamar el “realismo mágico”.

Proyectamos la realidad a través del prisma de nuestras ilusiones, en vez de mirarla de frente. Aunque parezca una paradoja, la hiperracionalización de la vida comunitaria nos hace perder contacto con lo tangible y nos inclina hacia la conducta social irracional.

Mientras que nosotros seguimos discutiendo si los monopolios “públicos” son beneficiosos porque “aportan a rentas generales” y no persiguen el “lucro personal”, en el resto de Occidente hace tiempo que se acepta que cualquier monopolio es un privilegio exclusivo otorgado a un gremio o corporación. Y por definición, cualquier privilegio es injusto.

Las leyes corporativas han sido promulgadas con el objeto de prevenir la reducción en los precios de los servicios o bienes producidos en régimen monopólico u oligopólico. El restringir la libre competencia no tiene otro fin que impedir el abaratamiento de esos insumos, lo cual pondría en peligro el nivel que los salarios y los benéficos han alcanzado bajo condiciones corporativistas.

Mediante las regulaciones se entrega a las corporaciones una cuota mayor que la que le correspondería, si se permitiera que los intercambios entre productores y consumidores se hicieran libremente. Y esto es posible porque mediante clamor y sofismas se persuade a la opinión pública que el interés particular de una parte equivale al interés general de la nación.

Por ejemplo, en el siglo XIX los ingleses introdujeron el ferrocarril en el Uruguay y construyeron la infraestructura necesaria para unir a todos los puntos del país, hasta los más recónditos.

Bajo el influjo de una doctrina que postuló como ideal a alcanzar que “los ricos sean menos ricos para que los pobres sean menos pobres”, que dominó la política nacional durante el siglo XX, en 1912 se estatizó parte de la red ferroviaria. Hacia 1948 se nacionalizaron los ferrocarriles y en 1952 se creó la empresa estatal AFE para dirigirlos. El número de funcionarios se multiplicó por tres.

Hoy, AFE tiene presidente, varios directores (elegidos por cuota política) y alrededor de 1500 empleados. Cuenta con dos locomotoras (sí, leyó bien, 2) que funcionan, que no pueden marchar a más de 10 kilómetros por hora por el peligro de descarrilar, debido al lamentable estado de las vías, allí donde subsisten. Sobrevive gracias a un subsidio estatal de 15.000.000 millones de dólares.

Lo que a simple vista constituye algo abusivo, una violación evidente de la libertad y la justicia, no es percibido así por el pueblo uruguayo. De otra manera no se explica que hayamos soportado esta opresión durante tanto tiempo sin ponerle remedio, ni jamás haya sido objeto de un clamor popular generalizado.

Los intereses privados de numerosos individuos aunados a los prejuicios que el público siente hacia lo “privado”, a la vez que idealiza lo “estatal”, hacen posible que una sociedad instruida, como la uruguaya, pague dinero “real” por trenes de “fantasía”.

Como el gobierno trató de ponerle fin a semejante disparate económico, el sindicato ferroviario ha juntado firmas para tratar de someter a referéndum la inclusión en la Constitución de un artículo que garantice la permanencia de los “ferrocarriles” en la órbita estatal por siempre jamás. Y quizás lo logren.

(*): Analista uruguaya.

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