Opinión Internacional

El regreso del General

Cayó el telón: en silla de ruedas, quebrantado, con el ominoso manto de la repulsa universal vuelve el general (%=Link(«/bitblioteca/pinochet/»,»Augusto Pinochet Ugarte»)%) a su país después de 16 meses de prisión domiciliaria en Londres. Medio Chile suspira de alivio, la otra mitad de consternación. Luego de un proceso que a ratos pareció el juego del gato y el ratón, en que los roles fueron intercambiados, y quien pareció simbolizar la flamígera espada justiciera de miles de asesinados, decenas de miles de torturados y millones de seres empujado al dolor, a la desesperación y el exilio terminara poniendo en ridículo sus propias decisiones iniciales, la figura más fea, el rostro más desagradable de Chile podrá volver a comer empanadas y a tomar vino tinto en su mansión santiaguina.

Cuando pasen los años, este juicio rocambolesco, telenovelero y mediático será seguramente comprendido como un acto de supina hipocresía, como un trompe-l-oeil de la globalización, como un sketch satírico del nuevo milenio. Asesinos de la misma calaña encontraron un tribunal acorde en Nüremberg hace sesenta años. Veinte años después, otro juicio, éste escenificado en Israel terminó con la vida de Eichmann, un directo antecesor de nuestro inefable general. Y la implacable dinámica del ojo por ojo, no impidió a ancianos en peores condiciones de salud pero igualmente lúcidos que el sórdido general chileno pagar con cárcel las ignominias cometidas en suelo francés hace apenas unos años.

Esta vez, Jack Straw ha puesto en práctica el más sibilino y londinense arte de hacer política a costa de la justicia. Ducho en las artes del birlibirloque encarceló y trató con anglicana severidad la gotosa y temblequeante figura del anciano dictador. Para luego llevar el asunto al terreno del enfrentamiento entre centroizquierda y centroderecha chilenos, aguardar el triunfo del candidato “antipinochetista”, ver fortalecido al gobierno del presidente Aznar y dejar exhaustas las trágicas fuerzas de los deudos por tanta porquería nacional, cansados de reclamar por justicia en un mundo que antepone los altos intereses políticos a las causas del hombre común.

Cuando esto escribo, ya enraizado en suelo venezolano que siento como el más mío, el que fuera un compatriota está llegando al suelo que creí en mi adolescencia libre de iniquidades. En algún libro leído en mi época de estudiante, precisamente de historia, en la Universidad de Chile, me asombró un pasaje del historiador Vicuña Mackenna en que se señalaba que la fauna chilena poseía el supremo don de carecer de alimañas ponzoñosas. Olvidó el autor incluir en dicha fauna al hombre. Ya sin veneno en sus colmillos pero aún con el asesino brillo en su nebulosa mirada, regresa el más ponzoñoso de los políticos chilenos del pasado siglo a su tierra natal.

Que ellos, los chilenos de mala voluntad, carguen con su ponzoña.

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