Opinión Internacional

El transitar de Simón Rodríguez por Chile

Escasos son los lectores y estudiosos chilenos que conocen parte de la vida y de la obra de esta insigne
figura venezolana, nacida el 28 de octubre de 1771 en la Caracas colonial, como lo es (%=Link(«http://www.acadnachistoria.org/vida_rodriguez/rodriguez.htm»,»Simón Rodríguez»)%) , quien además de la significativa producción bibliográfica elaborada, se constituyó en el maestro más relevante del Libertador Simón Bolívar, reconocido por él mismo, en una misiva que le envía al recién retornado Rodríguez a América, después de permanecer 26 años en el continente europeo, el19 de enero de 1824, desde Pativilca a Bogotá, y haber liberado a esas alturas, a cuatro naciones del continente. En uno de esos párrafos, señala: “Oh mi maestro! Oh mi amigo! Oh mi Róbinson!…Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado!” . Tampoco se imaginan que tal pensador, calificado dentro de los más representativos precursores del pensamiento republicano latinoamericano, residió en el territorio nacional chileno, entre los años 1833 y 1840. Y no es culpa de ellos, sino de los que han elaborado la historia oficial de América, quienes no lo consideraron por sus ideas de avanzada, con un espíritu crítico ante una sociedad oligárquica, incluyendo las prácticas políticas de los gobernantes de esa época .Mas bien, si algún historiógrafo alude a él, lo tilda de “loco” o “enajenado”, entre otros denigratorios epítetos.

Desde que se publicó en 1996, nuestro ensayo: “Simón Rodríguez: Maestro y pensador de América” , editado por la Universidad de Carabobo de Valencia, Venezuela, acentuamos un periplo, que aún se mantiene, por universidades, centros educativos e instituciones culturales, proyectando el pensamiento y la obra de este genio latinoamericano, al cual descubrimos cuando arribamos en 1976 a Venezuela y nos incorporamos en la universidad que lleva su nombre. Tanto en la patria de origen como en Chile, su discurso entusiasma, penetra en el intelecto, inflama corazones y estimula a los auditores o lectores, pero de ahí no pasa, porque tal valoración no se plasma a través de proyectos e iniciativas educativas que perduren en el tiempo. Aunque en Venezuela, se ha venido rescatando la imagen y quehacer social, filosófico y educativo desde hace poco más de cincuenta años, sin embargo es necesario, editar una y otra vez sus textos. La obra recopilada, se ha publicado en tres ocasiones: la primera, en los inicios de la década de 1950; luego, en 1975, cuando se crea la universidad epónima y la tercera, en 1999, por iniciativa de la presidencia de la república venezolana. Todas se han agotado muy rápidamente, no encontrándose ejemplares en las librerías, a lo que se agrega la escasa edición y reediciones de investigaciones y trabajos surgidos en estas últimas décadas.

En Chile, donde hemos llegado, esporádicamente, con el mensaje de tan ilustre polígrafo venezolano desde 1995, en ciudades como Santiago, Copiapó, Los Andes y Mulchén los asistentes a las disertaciones quedan tan impresionados por sus ideas, por la frescura y vigencia aun en el presente de nuestras sociedades subdesarrolladas, no logrando explicarse cómo nunca tuvieron la posibilidad de haberlo oído siquiera mencionar en los diversos niveles de la educación que cursaron. Claman por contar con los textos para estudiarlos, pero hasta ahora sólo se han difundido escasas obras por estos lares, como ocurrió con la historia novelada:”La isla de Róbinson” del prestigiado escritor venezolano Arturo Uslar Pietri, publicación que data aproximadamente de unos veinte años atrás.

Simón Rodríguez, procedente de Lima, arribó a Chile al comenzar el año 1833, invitado por el Intendente de Concepción, José Antonio Alemparte para dirigir el nivel de educación primaria y en la función de docente de estudios humanísticos, en el ciclo medio del floreciente Instituto Literario, creado en 1823, con una estructura similar al Instituto Nacional de Santiago, el que igualmente contaba con un curso de derecho en la etapa superior. Los testimonios que existen de este periodo relevan la innovante metodología que Rodríguez utilizaba para orientar el aprendizaje de sus estudiantes, la cual la había adquirido en el transitar de más de dos décadas por Europa. En esta época, publica en Concepción: ”Luces y virtudes sociales”,continuación de “Sociedades americanas” editada anteriormente en Arequipa, el año1828. Quizás, la ciudad del Bío-Bío, pudo haberse constituido en el lugar que le brindaba la estabilidad anhelada para su existencia trashumante, por cuanto brillaba dentro de una constelación de maestros contratados por la institución educativa sureña, entre quienes sobresalía el francés Ambrosio Lozier y unos cuantos catedráticos de distintas nacionalidades. No obstante, el 20 de febrero de 1835, a las 11 de la mañana se produce un devastador terremoto que puso a la ciudad en el suelo, incluyendo el centro educativo, donde laboraba Rodríguez. El Intendente Alemparte no abandona al maestro y lo designa en calidad de integrante de una comisión que se encargó de evaluar los daños del sismo, no sólo en la ciudad sino en toda la región circunvecina, actividad ésta que se prolongó por varios meses y que se tradujo en un Informe , redactado con el estilo inconfundible que caracterizaba al maestro caraqueño y en el cual proyecta el conocimiento que poseía Simón Rodríguez en un área más científica, vinculada con el estudio de la geología y disciplinas similares, estudiadas en Europa.

Con posterioridad, Bernardino Pradel, personaje histórico destacado de esa época en la región del Bío Bío, lo invita a asociarse para dirigir faenas en algunas haciendas de su propiedad, situadas en la zona del río Itata, comprendida entre las localidades de Quillón, Tucapel y Pemuco. Ahí, permanece, alrededor de unos tres años con su cónyuge y un hijo. Luego se traslada más al norte. Pasa por Santiago, donde visita por segunda vez en el exterior al paisano caraqueño, Andrés Bello. Con anterioridad, en 1822 se habían encontrado en Londres. José Victorino Lastarria, discípulo de Bello en su obra “Recuerdos Literarios”, describe tal reencuentro de los dos sabios venezolanos y traza una particular semblanza de Rodríguez. Examinemos algunas expresiones: “Una de las personas que lo trataban era el señor Bello, en cuyo hogar le vimos algunas veces. Una noche estaban ambos solos en casa de aquél después de haber comido juntos. El espacioso salón estaba iluminado por las altas lámparas de aceite, y en un extremo en el sillón más inmediato a una mesa de arrimo en la que había una lámpara, estaba el señor Bello con el brazo derecho sobre el mármol, como para sostenerse y su cabeza inclinada sobre la mano izquierda, casi llorando, (de risa, aclaramos nosotros) don Simón estaba de pie, con su aspecto impasible , casi severo. Vestía chaqueta y pantalón de nanking azulado, como el que usaban entonces los artesanos, pero ya muy desvaído por el uso. Era un viejo enjuto transparente, cara angulosa y venerable, mirada osada e inteligente, cabeza calva y de ancha frente. El viejo hablaba en ese momento con voz entera y agradable” . Asimismo, Francisco Bilbao, el más irreverente de esta brillante generación de intelectuales, cita en uno de sus ensayos a Simón Rodríguez, con cierta admiración por ser portador de un pensamiento de avanzada para la época que se contraponía con el conservantismo y positivismo, predominantes en aquel contexto temporal. En seguida, se traslada a Valparaíso donde abre una escuela. Paralelamente, publica la continuación de “Luces y virtudes sociales”. Colabora, asimismo en “El Mercurio” porteño, donde se registran once artículos, que se engloban bajo el título de “Partidos”, además de un resume de la Defensa de Bolívar , editada en Lima. A fines de 1840, decide retornar al Perú, para continuar su viaje itinerante por América. Enseña y publica. Primero Lima, después se traslada a Paita, una localidad del norte peruano donde reside, ya anciana y exiliada por el gobierno ecuatoriano, Manuelita Sáenz, la compañera del Libertador, quien vive sola, rodeada de perros, que llevan los nombres de los antiguos colaboradores de Bolívar, que al final lo traicionaron: Páez, de Venezuela; Santander, de Colombia; Flores, de Ecuador y Gamarra del Perú. Añoran juntos al Libertador y prosigue el viaje por Colombia y Ecuador, en los afanes ya señalados. Por ahí fallece su cónyuge, Manuela Gómez Al final, a la edad de 83 años, decide retornar nuevamente al sur, pero su salud no lo acompaña. Después de días de navegación, en una precaria embarcación, que lo conduce desde Guayaquil a Cabo Blanco, punto geográfico del norte peruano, gravemente enfermo, arriba a la localidad de Amotape, lugar en que fallece el 28 de febrero de 1854.

El único recuerdo que se ha materializado, Chile, en torno a Simón Rodríguez son dos obras escultóricas: Una, ubicada desde los inicios de la década de 1970 en las instalaciones que ocupa el Centro de Perfeccionamiento, dependiente del Ministerio de Educación en Lo Barnechea, por iniciativa del eminente educador chileno, Mario Leyton Soto, y la otra, que erigió la Municipalidad de Santiago con el apoyo de la Embajada de Venezuela en Chile, durante el año 1997.

Pensamos que un buen homenaje sería que el ministerio de educación o universidades vinculadas con las ciencias sociales y la educación promovieran la edición de algunos de sus textos fundamentales o crearan cátedras para estudiar y difundir su pensamiento, el cual se mantiene vigente en gran medida hasta esta época post-modernista , en la que nos estamos debatiendo, sobre todo cuando los centros educativos gubernamentales, a pesar de los esfuerzos ejecutados desde 1990 al presente, se alejan cada vez más en el rendimiento de aquellos privados onerosos, donde concurren los hijos de los sectores más pudientes de la sociedad chilena. Creemos que Simón Rodríguez, por el pensamiento educativo y metodológico de que es portador podría ser de utilidad, por cuanto sus proyectos estuvieron orientados a los sectores más desposeídos de la circunstancia vital en que le correspondió vivir y que no ha variado tan radicalmente en ciento cincuenta años.

Quisiéramos compartir con ustedes algunas expresiones del maestro que revelan la visión de nuestro continente en los albores republicanos, tratando de orientar en le deber ser a los gobernantes y habitantes del futuro en el desarrollo republicano y pleno de libertades:

De América, dice: “La América está llamada por las circunstancias a emprender la reforma, atrevida paradoja parecerá, no importa. Los acontecimientos irán probando que es una verdad muy obvia: La América no debe imitar servilmente, sino ser original…Originales han de ser sus instituciones y sus gobiernos y originales los medios de fundar uno y otro. O Inventamos o Erramos”.

De la colonización del continente pensaba, al contrario de pensadores positivistas y conservadores que tanta influencia tuvieron en los gobernantes de la época, lo que se indica: “Colonizar el país con sus propios habitantes y para tener colonos decentes, instruirlos en la niñez”.

Por último, diremos: Hay que imaginarse el destino que podrían haberse forjado nuestras repúblicas incipientes en la primera mitad del siglo XIX, si hubiesen predominado las ideas de tal pensador hacia el siglo XX y al futuro. Tal vez, nos habríamos convertidos en naciones de primer orden, privilegiando, la creatividad por encima de la imitación, en ocasiones tan burda, y promoviendo el desarrollo sobre el crecimiento. ¡Cuánto nos pena Don Simón Rodríguez, en todo el continente! Es hora que tal ideario lo rescatemos en plenitud para atenuar la dependencia, a veces indigna de la que somos objeto, hoy, especialmente por potencias que se consideran dueñas del orbe entero.

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