Opinión Internacional

El triunfo de Uribe agrava nuestra situación

Uribe ganó la guerra con bien pensadas etapas estratégicas. Primero, tuvo que derrotar las apetencias de Caracas en su mismo territorio colombiano, cosa que logró metódicamente durante el fino manejo de las acciones humanitarias internacionales.

Las consecuencias de este primer enfrentamiento, se dan luego de demostrar tanto el bien aceitado funcionamiento del estado colombiano como su inteligente disposición para manejar compromisos no premeditados. Cosas que resultaron en el aumento creciente de la popularidad del líder y en el afianzamiento de la confianza en un gobierno que sabe honestar al Estado Colombiano, que en esencia es el garante de la democracia en su territorio.

De esta manera, y a un mismo tiempo, vemos palidecer la imagen de una Piedad Córdoba cada vez más utilizada como marioneta del candidato a dictador venezolano, a un Uribe que, indiscutiblemente, sale vencedor de la diatriba y a un Chávez al que se le diluye en las manos el protagonismo internacional.

La segunda estrategia, a propósito de la escalada armamentista iniciada por el gobierno bolivariano de Venezuela, que tergiversa lo militarmente concreto, es demostrar la capacidad de acción militar del Estado Colombiano. El golpe de Ecuador, contundentemente, pone sobre la mesa la realidad de una guerra de verdad, con sus consecuencias, y destruye el mito heroico de próceres avocados a “liberaciones oníricas” de pueblos “supuestamente oprimidos”.

El resultado de la Cumbre del grupo de Río, ya lo conocemos: más rápido que la luz, los agraviados se retiraron con el rabo entre las piernas portando sus tristes trofeos de consolación. Correa, regañado, con su diploma de víctima, Ortega, engolosinado de su paupérrimo protagonismo y Chávez, mal escondiendo su derrota tras una delgada y frágil actitud de paz y libertad.

Lo más importante y concreto que se dijo en la cumbre, salió de la boca de Uribe, quien sin eufemismos, pidió disculpas por la agresión cometida y aseguró que esto no volvería a suceder; cosa que hemos de interpretar como una categórica bofetada a las necesidades de “guerrita fácil” del presidente bolivariano.

Está claro que el presidente venezolano ya perdió toda posibilidad de promoción de una Gran Colombia Bolivariana; así como también quedó clarísimo que perdió la mejor excusa externa (la guerrita) para resolver o “tapar” los enormes problemas internos que lo aquejan.

De boca del mismo Chávez, oímos lo siguiente al cierre de la Cumbre XX del grupo de Río: entre otras cosas que «las aguas vuelven a su cauce» en las relaciones con Colombia. «Nosotros no llegamos al rompimiento, digamos de manera formal… Al llegar me reuniré con mi equipo… Las aguas vuelven a su cauce» (en pocas palabras, con los pie en polvorosa).

Toda la furia y frustración, la resaca política, generada luego de esta fiesta convertida en patente desprestigio para los “supuestamente ofendidos”, no puede sino revertirse a nivel interno. Mucho me temo entonces un recrudecimiento de los conflictos endógenos (en territorio venezolano); sobre todo, me preocupa el aceleramiento en la formación de grupos civiles armados afectos al gobierno nacional.

Sólo una última guerra le queda al frustrado dictador: una guerra fraticida que aparentemente dirá no querer, pero que va preparando a escondidas y que no va a poder evitar si pretende desconocer el creciente rechazo de la sociedad que presume gobernar.

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