Opinión Internacional

El Y2k de Boris Yeltsin

Habrá que esperar para ver si los efectos del Y2k de Yeltsin se parecen, o no, a los del otro cuento: al final no pasó nada de lo especulado.

Mientras en todo el mundo se esperaba con exagerada expectativa la llegada del 2000 para constatar los efectos de la llamada “crisis del milenio”, la verdadera sorpresa la dio Boris Yeltsin, el impredecible primer mandatario ruso, al anunciar su sorpresivo retiro de la presidencia y dejar en su remplazo a Vladimir Putin, su primer ministro.

Aunque a diferencia de lo ocurrido con el Y2k, todavía no es claro qué vaya a suceder con la jugada maestra de Yeltsin, pues sus efectos reales tan sólo se medirán una vez se lleven a cabo las próximas elecciones presidenciales y se ponga a prueba, una vez más, el hasta ahora infalible olfato político del ex jefe de Estado ruso.

En principio, todas las piezas del ajedrez parecen estar colocadas en el lugar adecuado. El Zar, como llaman a Yeltsin, se va, en una movida fríamente calculada, abandonando el poder el último día de 1999. Su situación era muy difícil luego de los escándalos de corrupción, las presiones de los militares y la elite empresarial, así como su deteriorada salud que lo llevó a estar más días recluido en la clínica que en el ejercicio del cargo.

Luego de probar con más de cuatro primeros ministros en los últimos dos años –y echarlos a todos de mala manera– el viejo zorro decidió dejar las riendas del Estado a un ex espía de bajo perfil, pero con muchas agallas, quien al asumir como jefe de gobierno se jugó completo para demostrar que sabía muy bien para qué es el poder, dentro del concepto de la realpolitk: aprovechó la “papaya” en Chechenia y metió de lleno al debilitado andamiaje militar ruso para aplastar a sangre y fuego el levantamiento. Hasta ahora le ha funcionado.

Para un país escéptico, con una economía en graves problemas, con altos niveles de pobreza y con muy pocos motivos para el orgullo, la prueba de fuerza contra los chechenos ha revivido el espíritu nacionalista. El primer ministro sabía que se jugaba el todo por el todo con la acción militar y que Yeltsin estaría respirándole en el cuello para destituirlo si fracasaba. Pero no fue así. Vinieron las recientes elecciones parlamentarias y el partido creado por el Kremlin, Unidad, obtuvo la segunda mayor votación después de los comunistas. Putin obtuvo una altísima popularidad y el presidente podía irse tranquilo a descansar. Y lo hizo.

Mientras Yeltsin renunciaba, Putin visitó a sus tropas en Chechenia. El mensaje es claro: él cuenta con el sólido respaldo de los militares, así como de la “familia” allegada al establecimiento, conformada por empresarios, banqueros y medios de comunicación que se han beneficiado de las ventajas del poder de una forma alarmante. Una de las primeras medidas –que demuestra hasta dónde se transó en la negociación de la sucesión– fue la de anunciar una ley de inmunidad que exime al dimitente presidente de cualquier tipo de acción legal. No es muy claro si la medida cobija o no a sus hijas, acusadas de corrupción.

Para demostrar una fingida independencia –y como un gesto hacia el electorado– destituye a Tatiana, hija de Yeltsin, de su cargo en el Kremlin, lo que demuestra que es “duro” a la hora de tomar decisiones. Solicita que se adelanten las elecciones y espera que su candidatura lo lleve a vencer en la primera vuelta. Sin embargo, Putin no las tiene todas consigo. En Rusia las cosas no suelen ser tan fáciles y aún falta tiempo para los comicios. Los partidos de oposición van a ir con todo contra la estrella ascendente y la pelea va a ser a brazo partido. Aquí es donde habrá que esperar para ver si los efectos del Y2k de Yeltsin se parecen, o no, a los del otro cuento: al final no pasó nada de lo que se había especulado.

* * *
Aunque algo tarde, no está de más preguntarse –tras el repudiable atentado contra Eduardo Pizarro de unos días atrás– ¿hasta cuándo continuará esta absurda espiral de violencia y barbarie que se sigue cebando contra las mentes más lúcidas y cercanas a la búsqueda negociada de la paz?

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