Opinión Internacional

En Persia se pone el sol

Entre 1990 y 1994 me desempeñé como embajador de Venezuela en Austria y Representante Permanente de Venezuela ante los Organismos de las Naciones Unidas en Viena. También era embajador en Eslovenia y había sido designado para Croacia, pero no llegué a presentar credenciales. Fueron cuatro años gratos, de muchísimo trabajo. Mi residencia se encontraba en la avenida del príncipe Eugenio. Eugenio de Saboya fue un famoso general austriaco que combatió, al lado de John Churchill, duque de Marlborough, en contra de Luís XIV. Ramillies, Malplaquet, Oudenard, fueron batallas que comenzaron a inclinar la balanza a favor de Inglaterra. En Viena, Eugenio mandó construir dos palacios magníficos. El de verano lo llamó Belvedere, el que consta en realidad de dos palacetes situados uno al comienzo de una colina y el otro en su cima. Mi residencia se encontraba justo enfrente de este último. ¿Saben quién fue su último ocupante de sangre real? Nada menos que el archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador Francisco José y heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro.

Apocalipsis

Francisco Fernando ocupó el palacio a fines del siglo XIX. La nobleza y la gran burguesía le pusieron el ojo a los terrenos de sus inmediaciones, pero el archiduque prohibió cualquier construcción. Sin embargo, en 1903, el emperador lo mandó a visitar las provincias meridionales del imperio que confinaban con el reino de Servia: Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina. La visita, al parecer, duró varios años y entre tanto, los burgueses se dieron gusto y mandaron construir sus palacetes a todo lo largo de la avenida del príncipe Eugenio. Esos edificios fueron casi destruidos durante la Segunda Guerra Mundial, pues muy cerca se halla situada la estación de ferrocarril del Sur, la cual fue el blanco de intensos bombardeos. Los edificios reconstruidos fueron divididos en apartamentos y uno de éstos era el ocupado por mi residencia. Al otro lado de la estación se encuentra el maravilloso Museo Militar. En una especie de castillo de piedra rosa, los austriacos han logrado reunir una de las colecciones más valiosas y completas de historia militar. Hay allí una sección dedicada al archiduque Francisco Fernando, donde se puede apreciar, perfectamente restaurado, el lujoso automóvil en que, entre los vítores de la multitud, transitaba por Sarajevo el 28 de junio de 1914 y en una vitrina, el uniforme gris campo, la camisa y la camiseta perforados por las balas del revólver usado por Gavrilo Princip, el estudiante servio, para asesinarlo junto con su mujer aquel mediodía fatídico en la capital bosnia.

Ese crimen tuvo consecuencias difíciles de predecir en su momento. La respuesta de Austria fue un ultimátum a Servia y la movilización de sus tropas. Esto motivó que Rusia, aliada de Servia, movilizara, lo que condujo a Alemania a dar la misma orden, al igual que el Imperio Otomano, pues eran aliados de Austria. Esto, a su vez, obligó a Francia a movilizar, como aliada de Rusia y al Imperio Británico a hacer lo mismo, como aliado de Francia. Al rechazar Servia el ultimátum de Austria y ésta declararle la guerra, la suerte estaba echada y la mayor conflagración bélica conocida hasta entonces se hizo realidad.

Lídice
La Gran Guerra, como se la llamó entonces, fue la primera en que el soldado de infantería debió enfrentar las armas de la era industrial. Es cierto que ya en la guerra civil norteamericana se probaron armas más sofisticadas, pero no fue sino a finales del siglo XIX que Ricardo Gatling inventó la ametralladora. Anteriormente los civiles y los militares se encontraban, más o menos, en igualdad de condiciones en momentos de un conflicto. Eso hizo posible las Revoluciones Norteamericana y Francesa, las guerras de independencia latinoamericanas y las revoluciones europeas de 1830 y 1848 Pero las ametralladoras, la artillería de grueso calibre y los acorazados hicieron al Estado realmente supremo. Al débil, enceguecido por la ira, no le quedó otra arma que el terrorismo, el asesinato. Así murieron el zar Alejandro II e Isabel, la esposa del emperador Francisco José de Austria-Hungría y numerosos políticos. En todos esos casos, la respuesta fue policial. Se investigó el asunto como un asesinato; se encontraron los culpables, se los llevó a juicio y se los ajustició. La primera vez en que se le dio una respuesta política fue con el asesinato del archiduque austriaco. Su consecuencia fue la muerte de varios millones de seres humanos, además de la desaparición de cuatro grandes imperios: el ruso, el austro-húngaro, el alemán y el otomano. La tragedia dio pie a inolvidables novelas. Vicente Blasco Ibáñez escribió “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, Erich María Remarque, “Sin novedad en el frente” y Ernest Hemingway, “Adiós a las armas”. Todas esas novelas relatan pormenorizadamente la guerra de trincheras y el sacrificio inútil de los jóvenes llevados a la muerte por generales y políticos inconscientes. Piensen no más que en la primera batalla del Somme, la Fuerza Expedicionaria Británica en una sola mañana perdió 60 mil hombres entre muertos y heridos.

Además de que la Segunda Guerra Mundial fue la secuela lógica de la Primera. Los términos del Tratado de Versalles fueron la excusa de Adolfo Hitler. El otro caso que recuerdo de una represalia en gran escala por un caso de terrorismo ocurrió durante esa Segunda Guerral. Sucedió en Checoslovaquia. Al jefe del gobierno alemán de ocupación, general de policía Reinhardt Heydrich, un ciclista lo ametralló mientras cruzaba un estrecho puente en su auto. Los alemanes abrigaron la sospecha de que algunos habitantes de Lídice, un poblado minero, habían participado en el atentado. El 10 de junio de 1942, anunciaron oficialmente su completa destrucción. Todos los varones, sin importar edad, fueron fusilados. 56 mujeres corrieron la misma suerte y el resto fue enviado a campos de concentración. Las casas fueron aplanadas y el nombre del villorrio, prohibido. Como protesta, el general Isaías Medina designó con ese nombre un barrio caraqueño. Lo interesante es que al consultar la Enciclopedia Británica, a los asesinos de Heydrich se les califica como patriotas. Los maquis franceses también eran patriotas. Seguramente para los servios Gavrilo Princip será un héroe.

Mono con hojilla

De ahí la moderación exigida hoy a Estados Unidos por sus aliados de la OTAN, lo cual es razonable. Los británicos, en su confrontación en Ulster con el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por las siglas en inglés de Irish Republican Army), aún en los años más duros, cuando seguramente sospechaban que la República de Irlanda ayudaba a los terroristas, jamás pensaron en un conflicto armado con Dublín. Igual ocurrió en la India con el asesinato del Mahatma Ghandi y de los primeros ministros Indira y Rajiv Ghandi. Al terrorismo actual hay que buscarle una salida policial internacional. Pienso que Estados Unidos deberá aceptar el Tribunal Penal Internacional al que tanto se han opuesto.

Aunque la invasión a Afganistán fue bien tolerada por la opinión pública internacional y Estados Unidos, luego de la derrota de los talibán, confirmó su posición de única gran potencia, la posterior invasión de Irak ha conducido a una repetición de la guerra de Vietnam, lo cual ha disminuido el carácter unipolar del mundo. Las gentes se han convencido de que Estados Unidos no es invencible. El conflicto con Irán, la antigua Persia de Nabucodonosor, quien destruyó Jerusalén, es aún más grave, pues se trata de armas que, en manos terroristas, significarían algo más que un atentado. El arma nuclear puede servir como arma disuasiva. Cuando se torna ofensiva, se vuelve genocida. El desafío obliga a una respuesta.

*Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, politólogo, periodista y miembro de Debate Ciudadano. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.

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