Opinión Internacional

¿Enriquecer más a los ricos?

Hace unos días recibí una simpática carta de la Administración de Seguridad Social donde se me decía que tenía derecho a recibir 1.600 dólares mensuales, pero que lamentablemente no iba a poder cobrar esa suma porque todavía ganaba mucho dinero. La semana pasada abrí el diario y me encontré con que la Cámara de Representantes había aprobado unánimemente que de todos modos se me asignara ese dinero. El Senado y el presidente, al parecer, están dispuestos a aceptar el cambio. De modo que, en el curso de este año, recibiré cheques del gobierno por valor de 20.000 dólares. Aproximadamente 8.000 de ellos irán al pago de impuestos federales y estatales, pero tendré unos 1.000 dólares netos más por mes que nunca esperé cobrar.

No creo tener derecho a recibir ese dinero. Al igual que muchos otros estadounidenses de 68 años, llevo una muy buena vida. Cuando deje de trabajar, recibiré una jubilación que me garantizará seguir viviendo con toda comodidad. Me gustaría que el Congreso utilizara los impuestos de la Seguridad Social que he pagado durante los últimos 45 años para promover el bienestar general.

Esto significa nivelar un poco las cosas, de modo que aquellos compatriotas de 68 años que no pudieron ir a la universidad, ni tener un trabajo agradable y bien pago como el mío, tengan la oportunidad de vivir una vejez razonablemente confortable.

El Congreso podría haber enviado el dinero que quiere enviarme a mí, y a millones como yo, a algunos de mis conciudadanos sexagenarios que lo necesitan. Entre ellos, a todas las personas de 68 años que sufren de artrosis y se dedican a cargar mercadería, o están de pie todo el día dando vueltos, por 7 dólares la hora. Lo hacen porque el pago mensual que reciben de la Seguridad Social seguramente nunca superará los 1.000 dólares.

Los legisladores saben perfectamente bien que los ricos se han vuelto cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres -que los estadounidenses como yo reciben una parte cada vez más grande del producto bruto interno, mientras que las personas que limpian los baños de mi oficina reciben cada vez menos-. Pero este dato no parece hacer mella en ellos en absoluto. Se comportan como si promover el bienestar general significara promover los intereses de los que ganan más de 50.000 dólares al año. Como expresó Nicholas von Hoffman, vivimos bajo un «gobierno de los pudientes, por los pudientes y para los pudientes».

Cuando el boom llegue a su fin, y estalle la burbuja de Silicon Valley, seguramente los representantes elegidos por nosotros se esmerarán para que los pudientes sigan siendo pudientes, mientras se permite que los pobres asuman cualquier carga que haya que soportar. El hombre que pasa ocho horas preparando sándwiches en el bar de la Universidad de Stanford, y otras ocho sirviéndonos copas de un cabernet cada vez más frutal y un chardonnay cada vez más aromático a nosotros, comensales pudientes de uno de los mejores restaurantes de Palo Alto, probablemente perderá su segundo empleo, porque muchos de los profesionales de Silicon Valley empezarán a tomar vino de damajuana en su casa.

Sistema de castas hereditarias

Esto probablemente signifique que este hombre no podrá llevar sus chicos a un distrito escolar donde puedan aprender algo, y que éstos nunca recibirán una educación adecuada. Nuestros representantes seguramente mirarán con ecuanimidad este constante fortalecimiento de nuestro actual sistema de castas hereditarias.

El presidente Clinton ha dicho que promulgará las leyes que me otorgan otros 1.000 dólares mensuales. Debería pensarlo mejor. Es un hombre honesto y de espíritu generoso, y sus esfuerzos por hacer lo correcto se han visto frustrados por las mayorías republicanas del Congreso. Pero podría aprovechar el último año de su mandato para decir las cosas como son. Con el apoyo del vicepresidente Gore y el ex senador Bill Bradley, debería pedirle al Congreso que retire el proyecto y lo haga un poco menos absurdo, un poco más justo, un poco menos egoísta.

El presidente ha mostrado habilidad para los acuerdos políticos, pero si no adopta algunas posturas intransigentes antes de dejar su cargo, la historia lo recordará por haber consentido la decadencia moral de nuestro país. Esta decadencia no tiene nada que ver con nuestras costumbres sexuales. Tiene todo que ver con nuestra aceptación de que los ricos les saquen cada vez más a los pobres.

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