Opinión Internacional

Estado, ¿benefactor o explotador?

(%=Image(9025479,»L»)%)Montevideo (AIPE)- A pesar de todos los adelantos científicos y tecnológicos, el siglo XX se caracterizó por ser un tiempo donde los mitos se impusieron. El positivismo fue una de las corrientes del pensamiento que más contribuyó al retroceso de los pueblos. A su sombra, el “Estado Benefactor” nació y se fortaleció debido a la superstición que esta doctrina propagó, relativa a que la “mano visible” de los gobiernos era la mejor herramienta para mejorar la condición moral y material de los pueblos.

Los liberales opinan que la intervención creciente del Estado en las relaciones sociales, la educación y la economía lo que ha logrado en realidad es retrasar el desarrollo de las naciones.

Con respecto a esta discusión, se suele afirmar que no tiene sentido hacer especulaciones. Se alega que conocemos lo que efectivamente ocurrió, pero es imposible determinar cómo se hubieran desenvuelto las cosas si el liberalismo que prevaleció durante el siglo XIX hubiera continuado su exitosa trayectoria también a lo largo del siglo XX.

Los partidarios de la socialdemocracia afirman, sin evidencias empíricas que sostengan sus asertos, que es indiscutible que con las medidas que los gobiernos de esta orientación han impuesto, los trabajadores están mejor hoy, que cuando el espíritu liberal prevalecía. Sostienen que no hay pruebas que demuestren lo contrario.

Sin embargo, esa afirmación es tan sólo un mito. Una fábula, que se inculca en todos los niveles de la enseñanza que están bajo control de los gobiernos. Porque la realidad es que bajo el dirigismo, intervencionismo y proteccionismo, los más beneficiados han sido el poder político, los burócratas y las cúpulas sindicales de los gremios poderosos. Asimismo se han beneficiado aquellos empresarios que entablan relaciones simbióticas con esos grupos, pero de ningún modo la población en su conjunto.

El Uruguay es una elocuente manifestación de lo expuesto. Este pequeño país surgió como nación independiente en 1828, sumido en la pobreza y con apenas 74.000 habitantes. Sin embargo, entre 1871-87, el ingreso per capita nacional se situó al nivel de Inglaterra, Francia y Alemania, que en ese entonces eran los más ricos del mundo.

¿Cuál es la explicación para tal prodigio? Juan Bautista Alberdi, contemporáneo de esa época, afirma que la gran suerte que Uruguay tuvo fue que su primer presidente, Fructuoso Rivera (1830-1834), tenía muy poco interés por gobernar. En consecuencia, los habitantes eran libres para enfocar sus energías en mejorar su propia condición, imbuidos de la ética del trabajo y el ahorro.

Esta situación duró hasta que el presidente José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915) inauguró un proceso pionero en el mundo entero en materia de regulación del mercado de trabajo. El estaba convencido de que el Estado tenía una gran misión que cumplir en lo económico para alcanzar fines sociales, teniendo que convertirse en una especie de “tutor” de la sociedad en general y de los pobres en particular.

A partir de allí aumentó en progresión geométrica el poder de los políticos y de los burócratas, como también la carga impositiva hasta llegar al punto que, según indica un reciente informe del Banco Mundial, ninguna empresa uruguaya está en capacidad de pagar los tributos que exigen las leyes nacionales. Esto en realidad significa que nuestra legislación presume la evasión.

Las derivaciones éticas de esa realidad son devastadoras porque el ciudadano pierde tanto el respeto por la ley como el sentido de la moral. Además, que existan leyes que de antemano se sabe que no pueden ser cumplidas, expone a cualquier persona al riesgo de ser arruinado o hasta encarcelado, por motivaciones personales o políticas. Es decir, la ley está allí para ser aplicada contra los enemigos políticos e ignorada en cuanto a los amigos.

Para colmo de hipocresías, el actual gobierno uruguayo reinstauró los “consejos de salarios”, aduciendo que su objetivo es presionar a los empresarios para que aumenten los sueldos. Pero ahora se sabe que, a través del proyectado impuesto a la renta, tales mejoras salariales irán a parar íntegras al fisco. Esta es otra muestra patética del “Estado Benefactor” y sus turbios mecanismos.

Corolario: hace más de cincuenta años que Uruguay volvió a ser el país pobre y despoblado de sus inicios. ¿Se necesitan más pruebas?

(*): Analista política uruguaya.

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