Opinión Internacional

Estados Unidos y la democracia en el mundo musulmán

Túnez, Egipto, Jordania, Yemen. El hálito que parece inspirar las protestas de las sociedades del mundo musulmán de hoy es universal, es legítimo, y es compartido: es libertario.

Aspiran sus ciudadanos a ejercer sus derechos sin pedir permiso; a sacudirse el pegamento normativo en su cotidianidad; a dejar de considerar la longevidad de sus gobernantes parte de una fatalidad impuesta por las circunstancias. Por eso es que, a esta distancia, las revueltas tanto nos dicen y tanto son simpatizan.

Todo lo cual no debe impedirnos comprender algunos elementos de la historia y de la vida de esas naciones que a la distancia están omitidos, pasto para las terribles simplificaciones que sobre ellas escuchamos casi a diario.

Algunas de las dictaduras de esas regiones han sido toleradas, cuando no abiertamente auxiliadas, por los Estados Unidos y Occidente, porque suelen ser sus presidentes tributarios de los intereses estadounidenses en la región, o porque el puño de hierro con el cual están investidos ha servido de contención al integrismo islámico, un enemigo estratégico que es popular y subversivo, que tiene arraigo en los sectores excluidos, y que ha cobrado una peligrosidad sobradamente conocida en la ultima década.

Ha sido el caso de Paquistán y de las ex repúblicas soviéticas de Uzbekistán, Turkmenistán y Kuirguizstán. Fue alguna vez el caso de Afganistán. Es el caso del gobierno de Arabia Saudita y los emiratos circunvecinos que le son fonterizos, que tienen edificados regímenes medievales ­en los cuales existe la Policía Religiosa, el uso de la burka es obligatorio y ninguna mujer puede ir sola de compras­; mientras mantienen amistad con Occidente y persiguen sin respiro a las redes de Al Qaeda ­multinacional terrorista que tiene su génesis en ese país­ que conspiran en la sombra.

Fue el caso del Sha de Irán, el cancerbero del Pentágono en el Oriente Medio, presidente de un gobierno policial, asesino y corrompido, que toleraba el whisky escocés y el uso de la minifalda ante los ojos indignados de una de las sociedades más conservadoras del planeta. Con todos sus elementos condenables, que pueden contabilizarse por toneladas métricas, la Revolución Islámica Iraní construyó una teocracia ­una interesante interpretación de los mandatos del Corán en el mundo de hoy­ que no deja de conferirle a la ciudadanía de ese país derechos políticos que pueden ser considerados conquistas: un Parlamento plural, que le reserva espacio a minorías étnicas; mujeres que usan pantalones y van a la universidad; un Presidente que es electo por el sufragio universal luego del desarrollo de una campaña electoral en la cual se vierten tesis contrapuestas. Todo lo narrado tomando nota del terrible giro conservador de los años de Mahmoud Ahmadinejad y los comicios fraudulentos que le hicieron quedar reelecto.

La mayoría de las sociedades del mundo musulmán ­desde Argelia hasta Jordania; desde Siria hasta Mauritania, desde Omán hasta Libia­ posee niveles de desarrollo relativamente similares al latinoamericano, y tiene por los Estados Unidos un arraigado rencor histórico, justificado en muy buena medida, a causa de la utilitaria y amoral política exterior que ha hecho universal al coloso del norte.

Con un añadido que agrava las cosas: estos países presentan pasivos sociales más graves, casi todos ellos atribuibles a la estratificación de sus estructuras, al cultivo de un ancestralismo equivocado y a la renuencia a separar la Iglesia del Estado.

La observancia excesiva de los mandatos del Corán hace posible que el Código Penal en algunos de esos países contemple castigos inconcebibles para los transgresores a la ley ­mutilaciones, lapidaciones, ahorcamientos y latigazos­; que el analfabetismo, sobre todo el femenino, sea escandalosamente alto; que no existan derechos políticos de ninguna naturaleza y que la censura y las normas punitivas formen parte de una situación natural: nadie puede beber licor, ni siquiera en su casa.

No soy de los que piensan que tales taras hay que tolerarlas «porque eso forma parte de la cultura» de estos países, como suelen argumentar acá algunos cretinos amigos del gobierno. Los derechos colectivos e individuales que alimentan los valores de la democracia liberal ­el voto directo y secreto; el fuero individual; la igualdad de género; el derecho a la defensa; la libertad para asociarse y manifestar y la protección a las minorías­ forman parte de conquistas de la humanidad que tienen carácter universal y que deberían tener, para Oriente, el mismo valor que tiene el álgebra, como aporte árabe al progreso, tiene para Occidente.

Con todos sus peligros, que no es necesario enumerar, el integrismo islámico es hoy una promesa de salvación nacional y de purificación en aquel monolito de dictaduras amigas de Estados Unidos que hoy da cuenta de sus primeras fisuras. Es de las entrañas de estas sociedades milenarias, llenas de secretos y cruzadas de toda suerte de encantos, que debe emerger una corriente que encuentre auxilio internacional para ajustar sus estructuras y derrotar esa amenaza.

El ejercicio de la libertad, por la cual «puede y debe ofrendarse todo», como dijo el Quijote, es, antes que una reflexión, un impulso primario, un sentimiento motor, una voluntad que es indoblegable. Se está expresando hoy en la Plaza Tahrir.

El vicepresidente egipcio, Omar Suleimán, ha dicho que su país «no está preparado para una democracia». Pues bien: en todo su derecho a aspirar a ejercerla.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba