Hiroshima-Nagasaki, Ny – Washington

En alguna oportunidad leí en un análisis político internacional, que el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki requería de un análisis especial.

El común de la gente ha aceptado la explicación y justificación norteamericana a este acto de barbarie, en el sentido de que dichas bombas buscaban terminar la guerra con el menor sacrificio de vidas humanas para los Estados Unidos. Se perseguía alcanzar un rápido rendimiento militar por parte de Japón y que los soldados norteamericanos volvieran pronto a casa.

Los hechos humanos tienen muchos motivos. Los deterministas han señalado que si establecemos los múltiples motivos que producen una cierta conducta humana, es posible teleológicamente descifrar sus causas. Esta explicación pudo haber sido uno de los motivos de este hecho. Igualmente pudo haber sido la venganza.

El analista en cuestión hacía otra lectura: dichas bombas le estaban diciendo al mundo, mediante un hecho profundamente terrorífico quién era el nuevo hegemón.

El terrorismo es un hecho político. Tiene un sentido y un significado. Un emisor y un receptor. Tiene un contexto… etcétera. Es decir, que podemos hacer una lectura del mismo. En este caso, ésta es clara: Los Estados Unidos le estaban diciendo al mundo que tenían la fuerza atómica y la capacidad para ejercer una nueva hegemonía.

Los tres aviones norteamericanos que chocaron contra las Torres Gemelas, el Pentágono y el que se estrelló en Pensylvania, pueden ser objeto de un análisis similar al anterior. Para nosotros, en esencia se trata de lo mismo. Sólo que en este caso ha sido el uso de la inteligencia humana, de la astucia y de los recursos del ‘enemigo’, los que han sido utilizados contra dicho enemigo. Muchos analistas señalan que a los Estados Unidos se le ha suministrado su propia medicina. Nosotros diríamos que esos polvos generaron estos lodos, que hay una relación inextricable entre los dos actos de terrorismo, pese a la distancia en el tiempo y en la geografía.

Lo que interesa destacar, es que estamos ante una relación de causa-efecto, que podemos ‘comprender y leer’ a la luz del determinismo y de la propia dialéctica. Por otra parte, ambos hechos nos convocan a replantearnos lo ‘humano’ y a ‘entendernos’ como habitantes de una misma casa: el planeta tierra.

Este hecho nos convoca a una revolución cultural y particularmente axiológica en las relaciones interactivas universalmente consideradas. A una visión y revisión entre las diversas culturas, religiones y modus vivendis.

Es necesario que con humildad y honestidad asumamos que pertenecemos a una misma familia: el homo sapiens. Que por encima de las diferencias religiosas, étnicas, de idiomas, de idiosincrasia, etcétera, está nuestro carácter de esencialmente humanos. Lo demás son meros accidentes. Alguien ha dicho por ejemplo, ‘que los blancos no son más que negros sin pigmentación’. Es decir, que la lengua, la religión, el folklore, son accidentes enriquecedores que demuestran la hermosa capacidad del ser humano para ser diferente. Que en vez de separarnos nos afirman y nos debe hacer sentir orgullosos de la inmensa capacidad del ser humano. Que la uniformidad y lo rutinario es mera monotonía y cansancio.

Es preciso, que como humanos practiquemos la solidaridad y la justicia como condición sine qua non para obtener la paz. Que introyectemos y asumamos conscientemente, que somos parte de un todo y que debemos respetar los elementos de ese todo. Que el liderazgo implica entrega, amor, autoritas. Que no podemos olvidar el respeto a la naturaleza ni la hermandad con los condenados de la tierra. Para nosotros, esta es la lectura más importante que debemos hacer de los lamentables hechos ocurridos en los Estados Unidos. Es necesario replantearnos una revolución en todos los ámbitos y desarrollar un nuevo programa educativo que forme a la niñez del mundo como habitantes de un mismo hogar.