Opinión Internacional

Israel: ¿maremoto en un vaso de agua?

“En la política no hay fechas sagradas”, advertía hacia finales de 1993 el entonces Primer Ministro de Israel, Isaac Rabin, comentando el primer aplazamiento en la aplicación de los Acuerdos de Oslo. Se trataba de la llegada a Jericó del primer contingente de policías palestinos, entrenados en Túnez y Yemen. Sabido es que estas maniobras dilatorias acabaron costándole la vida. En efecto, sus múltiples negativas de implementar el calendario de retiradas previstas en la Declaración de Principios firmada en Washington el 13 de septiembre de 1993 facilitaron la tarea de los detractores de la paz. Las amenazas de los enemigos de la convivencia intercomunitaria llegaron a materializarse el 4 de noviembre de 1995, cuando un radical judío, Ygal Amir, asesinó al ex general en Tel Aviv, en la céntrica Plaza de los Reyes de Israel. El magnicidio se convirtió, en el segundo hito en la historia de Israel. (El primero fue, según los historiadores, la creación del Estado).

El pasado 12 de noviembre, políticos y estadistas occidentales se congregaron en Tel Aviv para conmemorar el décimo aniversario de la muerte de Rabin. Pero las celebraciones quedaron eclipsadas por otro hito: la irrupción en el escenario político israelí del laborista Amir Peretz, personaje relativamente poco conocido en los medios políticos, pero que goza de un gran prestigio en el mundo sindical. Durante más de una década, Peretz desempeñó el papel de “oveja negra” del laborismo. Sus excelentes relaciones con los árabes israelíes, su militancia a favor de la causa palestina, su aceptación de la doble capitalidad de Jerusalén, lo convertían en un atípico aguafiestas de la ambigua política llevada a cabo por el centro-izquierda. Su innegable carisma le permitió desplazar a Simón Peres, eterno perdedor, de la jefatura del Partido de Trabajo, desencadenando una insólita crisis que desembocó en la disolución del Gobierno de Unidad Nacional liderado por Ariel Sharon.

Ante la amenaza de un cambio no pactado de antemano por las grandes agrupaciones políticas, el Primer Ministro decidió abandonar el Likud, donde contaba con las reticencias de los “halcones”, detractores de la retirada de Gaza, para montar su propio partido político Kadima (Adelante), confiando en poder llevar a cabo un mesiánico proyecto: establecimiento de fronteras permanentes entre Israel y los Territorios palestinos. Territorios, sí, y no Estado, puesto que los planes de Sharon no contemplan la creación de una entidad nacional palestina propiamente dicha. Su visión del porvenir de Cisjordania está expresada en el famoso Plan Braha (Estrella), elaborado a finales de la década de los 80 durante la primera Intifada. El documento preconiza, además de la división de los núcleos urbanos palestinos de Cisjordania en cantones separados por zonas de seguridad controladas por el ejército hebreo, el mantenimiento de los grandes bloques de asentamientos judíos ya existentes. Con ello, Israel acabaría controlando más del 35 por ciento de Cisjordania.

En este contexto se inscriben las reiteradas alusiones de los ex generales reconvertidos en políticos –Barak, Sharon– a la necesidad de hacer “concesiones dolorosas” en el más que inexistente diálogo con los palestinos. Se trata, en realidad, de una simple operación cosmética, que permite disimular los verdaderos designios de los estadistas-estrategas: lograr la inviabilidad del utópico Estado palestino. Nada que ver con la cacareada resurrección del proceso de paz o la aplicación de la Hoja de Ruta elaborada por el “cuarteto” integrado por los Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas, documento enmendado cuando no rechazado por el Gabinete Sharon.

El actual Primer Ministro permanecerá en funciones hasta el 28 de marzo próximo, fecha en la cual los ciudadanos del Estado de Israel acudirán a las urnas para elegir a los representantes en la 17ª legislatura. Sharon y los “barones” que apuestan por la nueva opción “centrista” confían en ganar alrededor de 30 a 33 escaños en la Knesset (Parlamento), convirtiéndose en la primera agrupación política del país. Por su parte, los laboristas podrían hacerse con 25 – 26 escaños, mientras que el Likud, que cuenta actualmente con 40 diputados, quedaría relegado en el tercer lugar, con apenas 15 representantes.

Pero ni qué decir tiene que la gran incógnita del futuro estriba en la postura de Amir Peretz. De hecho, en las últimas semanas el “irreductible izquierdista” empezó a moderar su lenguaje. El nuevo líder laborista ya no alude a la doble capitalidad de Jerusalén ni al derecho de retorno de los refugiados palestinos. ¿Simple casualidad? ¿Limitaciones ideológicas? Lo cierto es que, hoy por hoy, los analistas internacionales prefieren apostar por su nuevo estilo, por su buena fe.

Fuente:
Centro de Colaboraciones Solidarias

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