Opinión Internacional

Karl Marx en el Altiplano

Heinz Dieterich no sabe en qué palo ahorcarse: si en el del buen sentido político o en el de la elucubración ideológica. En sus últimos escritos sobre la situación venezolana ha dado muestras del primero. En su reciente artículo sobre las desventuras y desastres de Evo Morales cae vertiginosamente en el mundo maravilloso de Marx y Engels en el reino del sol.

Olvida Heinz Dieterich que ni Chávez ni Evo representan revolución socialista alguna, no están a la cabeza de partidos de la vanguardia proletaria ni representan las fuerzas sociales que permitirán la expropiación de los expropiadores facilitando así el colosal despliegue de inexistentes fuerzas productivas. Detrás de Chávez están las masas venezolanas menos evolucionadas, en cualquiera de sus sectores productivos, ni le acompañan la inteligencia gerencial y tecnológica de la Venezuela moderna, en cualquiera de sus ramas. Se sostiene exclusivamente sobre el poder de los ingresos petroleros de que los provee el imperio mismo y de las fuerzas armadas, amaestradas a sus fines de dominación gracias al gigantesco poder corruptor de ese dinero que brota de la tierra sin deberle una gota de esfuerzo a nadie.

Detrás de Evo, una folklorizante y retardataria reivindicación indigenista muy digna de un film de Spielberg sobre el cuaternario, pero absolutamente incapaz de poner en movimiento las fuerzas del desarrollo, la prosperidad y la justicia en Bolivia. Que están del otro lado de la acera. No tiene más respaldo que un sector de la población indígena, la trasnochada izquierda radical boliviana y el dinero de Chávez, aunque ni es suficiente ni siquiera cuenta con sus fuerzas armadas. Recientemente las fuerzas armadas venezolanas se negaron de plano a fungir de tropas mercenarias en el altiplano boliviano. En este capítulo específico, Evo está entregado a sus propias fuerzas. Por más que Chávez bravuconee con la estropeada y muy manida consigna del Ché de crear muchos Vietnam. San Ernesto supo de manera lacerante un día de octubre de hace cuarenta años que tal consigna era una burrada.

En cuanto al imperio: bien lo dijo Jorge Quiroga cuando señaló que Hugo Chávez, padrastro del indigenismo cocalero boliviano, recibe cada 24 horas $150.000.000,00 (ciento cincuenta millones de dólares) para utilizarlo en lo que le de su real gana. Aplastar su oposición, anestesiar a su clase media y satisfacer necesidades primarias de sus seguidores. Inclusive luchar contra el imperio. Pues la oposición partidista venezolana parece sufrir de una profunda catalepsia política y no está en capacidad de impedírselo. La OEA tampoco. Insulza mucho menos.

Y entro aquí al nudo de la cuestión. Que el 85 % de los santacruceños haya votado por la autonomía no tiene que ver con Mr. Danger ni con las multinacionales ni siquiera con Lula da Silva o Tabaré Vásquez. Tiene que ver con las profundas e irrevocables aspiraciones de los santacruceños. Que no le fueron a pedir permiso al Departamento de Estado ni a Heinz Dieterich ni a los fantasmas de Karl Marx, Karl Liebknecht o Rosa Luxembourg para convocar su referéndum. Un hecho muy similar al que llevó a bastante más de un sesenta por cierto de los venezolanos – tras nueve años de “formación de cuadros”, dislocamiento de las instituciones y fractura de las fuerzas armadas – a rechazar la reforma constitucional del 2 de diciembre. Y no necesitarán el permiso de Condoleeza Rice para darle una soberana paliza en las próximas elecciones regionales. Es, mi muy estimado Dr. Dieterich, la fuerza de los tiempos. O dicho en hegeliano: asunto de la cosa misma.

Para ver la realidad se requiere quitarse del cerebro las telarañas ideológicas del marxismo fundacional, echar por tierra los antifaces acomodaticios de construcciones semánticas que no dicen nada y mirar al futuro. Evo cayó en el mismo delirio que Chávez, Correa y Daniel Ortega: pegarse al retrovisor y poner el carro de sus países en retroceso. La oposición boliviana ha decidido apostar al futuro e imaginarse un país integrado a la realidad global del siglo XXI. Exactamente como lo hicieran Brasil y Chile. Y ya se ven los resultados: se han convertido en tremendas potencias regionales. Asunto que hubiera sido absolutamente imposible con Salvador Allende, así Nixon se hubiera chupado el dedo. Como también lo está haciendo el Perú. Como terminarán haciéndolo todos los países hundidos en la ensoñación de Cuba, la princesa durmiente. Que para despertar de un siniestro encantamiento de medio siglo tendrá que tirar al tacho de la basura al castrismo-guevarismo y abrirse a la realidad real: la de las fuerzas del progreso y el desarrollo que mal que bien anidan en su seno. Al parecer en eso anda Raúl Castro, tratando de despertarlas. Pues los cubanos no quieren seguir leyendo el Qué Hacer de Lenin, el libro rojo de Mao ni el verde de Kadaffi, ni muchísimo menos las obras completas del Ché Guevara. Prefieren comprar computadoras, adquirir celulares, afiliarse a Internet y si reciben suficientes dólares de sus familiares mayameros, pasar una noche en un hotel cinco estrellas de Varadero. Y zamparse por primera vez en sus vidas un buen bistec. Así nos asombre: los pueblos quieren sacudirse del monstruoso Estado centralizador, ese asfixiante boa constrictor, como lo llamaba Marx, el lúcido. Y ser felices en esta vida, no en próximas reencarnaciones.

Todo lo demás es chatarra ideológica. Basura marxista útil para recordar a la Escuela de Frankfurt y a la teoría Crítica. La DIAMAT, querido Heinz Dieterich, se quedó en los polvorientos anaqueles de la Tercera Internacional. No la revivirán un teniente coronel golpista y unos indigenistas trasnochados. Como diría Hegel: Wahrheit ist konkret. En buen romance: la verdad es concreta. La realidad también.

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