Opinión Internacional

La hora de UNASUR

La Primera Cumbre Energética de Suramérica celebrada recientemente en Margarita, marcó algunos hitos sobre la integración latinoamericana que no pueden ser banalizados y despreciados como pretenden hacerlo las agoreras voces de los sesudos analistas con acceso abierto a los medios de comunicación privados.

En nuestro entender hubo dos grandes hechos de significativa importancia que deben ser analizados en forma detenida. El primero de ellos se relaciona directamente con el tema que convocó a la Cumbre: Por primera vez, los Jefes de Estado de los países sudamericanos se reunieron para sentar las bases de una estrategia consensuada sobre un tema de vital importancia para el desarrollo de nuestros países. Exportadores e importadores, de una u otra manera, coincidieron en la necesidad de formular una política común en un área de particular sensibilidad para todos los participantes y, con base en la propuesta venezolana, acordaron los lineamientos para acometer tal, y menuda, tarea. Para ello, institucionalizaron las reuniones ministeriales de energía a través de la conformación de un Consejo en el marco de la integración regional que entre sus tareas prioritarias deberá acometer la elaboración de un Tratado Energético.

Se ha querido minimizar este hecho con argumentos producto de la mitología de la intrascendencia. Nunca quisieron comprender esos analistas, la posición venezolana frente al desarrollo de combustibles alternativos, destacando una presunta contradicción en la actitud del Presidente Chávez. Craso error, porque éste en ningún momento manifestó oposición a esos desarrollos, sino que fuesen orientados hacia la complementación, pero jamás a la sustitución de los combustibles tradicionales, como sí lo ha venido pregonando el primer magistrado del imperio. Por supuesto que de ello quieren hacer fiesta, al igual, como quisieron hacerla, con una eventual inasistencia de la Presidenta de Chile. Falta de raciocinio político primó, como siempre, en las opiniones vertidas. Ante la ya miopía estructural de los opinadores de oficio, siempre nos preguntamos cómo iba a ausentarse la Presidente chilena del único foro donde podía conciliar posiciones con sus proveedores, siendo Chile un importador neto de energía. El otro error de análisis en esta materia se refiere al dizque fracaso en la conformación de la OPEGAS por oposición de Brasil. Pues claro que esa sería la opinión del Gobierno de un país que, entre sus múltiples y diversificadas riquezas naturales, no dispone de gas y que debe satisfacer sus necesidades con la producción de varios de sus vecinos a cualquier costo, incluyendo el desarrollo de la infraestructura requerida para facilitar sus importaciones.

El segundo concluyente y contundente hecho resultante de la Cumbre fue la creación de la Unión de Naciones de Suramérica, UNASUR. No comprendieron los peculiares analistas nacionales su significación política e histórica calificándolo como de rebautizo, sin entrar a analizar a fondo las implicaciones que ella conlleva.

Por primera vez en la historia de la integración latinoamericana comienza a estructurarse un proyecto a partir de la cooperación interestatal en un sector trascendental para el desarrollo. No se trata, entonces, de la simple integración de los mercados como se ha intentado tradicionalmente en la región. La agenda no es dominada por la negociación de las condiciones de acceso a los mercados, sino que lo es por la producción y el abastecimiento de energía en sus diversas expresiones y en condiciones favorables para todos los países participantes. En otras palabras, como ya lo habíamos pronosticado en otros artículos, la energía se convierte en la piedra angular de la integración de la región.

Pero no quedan ahí los resultados alcanzados. Los Presidentes decidieron crear una Secretaría Permanente de la Unión y acordaron la estructuración de un Consejo de representantes gubernamentales con el cometido de elaborar un proyecto de Tratado constitutivo de UNASUR. Y es allí donde radica el mayor de los éxitos de la Cumbre.

Corresponderá ahora a ese Consejo la tarea de estructurar un tratado de integración basado en el principio de la solidaridad y fundamentado en la cooperación entre los estados participantes en diversas áreas prioritarias para el desarrollo de los países, teniendo como objeto y sujeto del proceso al ser humano en su concepción integral. Se tratará, en consecuencia, de sentar las bases de un nuevo estilo de integración, en el cual el aspecto comercial sea la fuerza resultante de la concertación y ejecución de distintas actividades desplegadas en diferentes sectores y no el condicionante de los demás derroteros integracionistas como ha sido en forma tradicional. Una integración multifacética con carácter político como ha sido postulada por el Gobierno venezolano desde 1999. A partir, de esa novedosa concepción se deberá proceder a organizar la Secretaría Permanente y el resto del andamiaje institucional que se requerirá para el cabal funcionamiento de la Unión.

El surgimiento de UNASUR debe ser, asimismo, el punto de partida para una profunda reflexión en torno a la institucionalidad existente en la región., cuyas tareas ahora parecerían circunscribirse, casi con exclusividad, a la administración de los acuerdos ya existentes en el ámbito comercial. En tanto que aquellas instituciones cuyas agendas se han orientado hacia el financiamiento y las que han se han dedicado a la atención de la problemática social, deberán acoplarse a las directivas emanadas de la Unión o, alternativamente, iniciar el camino de la transferencia de experiencias a las nuevas instituciones que emergerán en la región, cuyo sentido y objetivo es radicalmente opuesto al que los ha cobijado hasta el presente.

La Cumbre Energética sí constituyó un éxito total para la política integracionista del Gobierno de Venezuela, política que progresivamente ha ido generando un consenso generalizado en toda la región. No en balde son las coincidencias que ahora se verifican en América del Sur producto del viraje político que están imponiendo los pueblos hastiados de su exclusión, postergación y olvido a los que estuvieron condenados por más de dos siglos.

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