Opinión Internacional

La Macarena puede ocultar un Katyn

Inventar una historia falsa acerca de fosas comunes no es difícil para quien conoce la técnica que se requiere para hacer eso con algo de realismo. Los mejores artífices de ese tipo de impostura diabólica son los comunistas. La masacre de masa de Katyn, donde 15 131 oficiales poloneses, prisioneros de guerra de los soviéticos,  fueron masacrados y enterrados en fosas clandestinas en 1940, es el ejemplo más claro de la habilidad perversa desarrollada por ese repugnante sistema político. La URSS y los partidos comunistas le hicieron creer al mundo durante 50 años que la masacre de Katyn había sido la obra de la Alemania nazi. Esa horrible matanza fue la obra de la NKVD, la policía política de Stalin.

Sin embargo, Moscú logró imponer su “verdad” durante la Guerra Fría, hasta el 13 de abril de 1990, cuando Mijaíl Gorbachov admitió públicamente que ese había sido uno de los crímenes más graves del comunismo, luego de entregarle al general  Jaruzelski, durante una visita de éste al Kremlin, los documentos reunidos por un grupo de historiadores que probaban la responsabilidad en eso de Stalin, Beria, Molotov, Vorochilov y Merkulov.

La URSS  invadió a Polonia el 17 de septiembre de 1939, tras la firma del pacto Hitler-Stalin que le permitió a los dos dictadores repartirse ese país y desatar la segunda guerra mundial. Los oficiales del ejército vencido, pero también miles de juristas, ingenieros, médicos y académicos, es decir, los cerebros más brillantes de Polonia, fueron arrestados por las tropas soviéticas. Estimulado por el odio que Polonia siempre le había inspirado, Stalin ordena, el 5 de marzo de 1940, exterminar  esos prisioneros. Días después, en Katyn, al lado del Dniéper, 4 421 de ellos son abatidos a sangre fría. Los demás son ultimados en otros campamentos secretos en un lapso de dos meses.

La masacre de Katyn fue maquillada desde el comienzo para desorientar a los historiadores.

Los soviéticos asesinaron una parte de sus víctimas de una bala en la nuca o en la cabeza con pistolas Walter y munición alemana. Los oficiales fueron llevados en trenes de carga y buses al bosque de Katyn, a unos kilómetros de Smolensk. Antes de dispararles, les amarraron las manos y les robaron sus pertenencias: anillos, relojes, etc. Algunas víctimas estaban heridas pero vivas al momento de ser arrojadas a los huecos. Alertados por un campesino ruso, los alemanes descubren, el 17 de abril de 1943,  las fosas en varios sitios del bosque. De 20 metros de largo, éstas habían sido cubiertas de tierra donde habían sido plantados pinos para disimular los osarios. Cientos de cuerpos fueron identificados gracias a los papeles y fotografías que portaban los muertos.  Como Hitler ya estaba en guerra con su ex aliado soviético, desde el 22 de junio de 1941, fecha del comienzo de la Operación Barbarrossa, los nazis aprovecharon el macabro descubrimiento para hacer un filme de propaganda contra “la barbarie bolchevique”, el cual fue difundido en la Europa ocupada por los nazis.

Ante el repliegue de las tropas alemanas, el Ejército Rojo regresa a Katyn en septiembre de 1943. Para desvirtuar la acusación de que esa masacre había sido cometida por soviéticos, Stalin envía una “comisión de investigación” presidida por el académico Burdenko y un grupo de observadores extranjeros. El filme de desinformación que sale de esa jugada impacta, pero tiene defectos. Para que la versión encaje con los movimientos de las tropas alemanas la fecha de la masacre es falseada (“durante el otoño de 1941”), y deja ver que la exhumación de cadáveres es fingida.

Un mes después de la matanza, los servicios secretos del gobierno polonés en el exilio, en Londres, que buscaba el paradero de sus oficiales arrestados, recibe un primer reporte sobre Katyn. En febrero de 1942, los gobiernos norteamericano y británico son informados por aquel. Pero el presidente Roosevelt exige silencio para no poner en peligro la alianza con Stalin. Un resumen secreto para el rey George VI dirá que se debe ocultar lo de Katyn pues la opinión podría pensar que están aliados a una potencia que comete atrocidades idénticas a las de los nazis.  

En 1945, un oficial polonés redacta un informe para Roosevelt  pero el texto se pierde.  En 1950 hace otro idéntico y, por fin, tras la muerte de Roosevelt, el presidente Truman pide al Congreso realizar una investigación. Meses más tarde, éste produce un informe de 2 360 páginas en el que acusa a la NKVD de haber cometido la masacre de Katyn. La Guerra Fría había comenzado en 1948.

Roosevelt creyó en un momento que la Alemania nazi era la autora de esa masacre. Pues Moscú había logrado que el embajador norteamericano Averell Harriman enviara su hija Kathleen a presenciar el sainete  de Burdenko. Ella se traga la píldora y durante meses Washington cree lo mismo. Empero, en la conferencia de Londres, la cual redacta las actas de acusación por los crímenes de Alemania para el Tribunal de Nuremberg, la parte soviética intenta introducir su versión de Katyn pero el Tribunal la rechaza. Los altos círculos occidentales sabían quien había cometido la matanza y aunque no lo gritaban en los techos no querían hacer el ridículo hasta ese punto.

Hoy en día el público puede ver los dos documentales de propaganda, el alemán y el ruso y, sobre todo, el excelente filme Katyn realizado en 2007 por el cineasta polonés Andrzej Wajda. Una bibliografía sobre Katyn existe. Una parte de los documentos soviéticos fueron desclasificados en septiembre de 1992 por el presidente Boris Yeltsin. El 28 de abril de 2010, el presidente ruso Dmitri Medvedev puso en Rusarchives.ru las copias de algunos documentos originales sobre ese asunto, tras la muerte, en accidente aéreo en Smolensk, del presidente de Polonia Lech Kaczynski.

Hay que evocar estas cosas pues un grupúsculo comunista colombiano, integrado por activistas que viven todavía en el clima psicológico de la Guerra Fría, pretende usar el tema de las “fosas comunes” como arma de calumnia y desinformación.  Ese propósito despierta un legítimo temor en la opinión colombiana pues la maniobra actual, que pretende señalar no a un Estado nazi-fascista sino a un gobierno democrático como autor de masacres en la zona de La Macarena, Meta, recuerda mucho la cínica campaña de intoxicación del comunismo bajo Stalin.

La ofensiva mediática de Piedad Córdoba y sus obligados, Carlos Lozano, Iván Cepeda, Javier Giraldo y Gloria Inés Ramírez, sobre la supuesta “crisis humanitaria” en esa zona, cuenta con el apoyo público de altos jefes chavistas, como el vicepresidente de Venezuela Elías Jagua, el ministro Nicolás Maduro y el embajador Roy Chaderton y hasta de algunos eurodiputados de izquierda.

Durante décadas las Farc impusieron su reinado de terror en la zona de La Macarena. Es posible que allí esa organización haya enterrado a muchas de sus víctimas, personas secuestradas y asesinadas, civiles que no colaboraban con ellos, traficantes de droga, paramilitares y hasta  guerrilleros abatidos por sus propios jefes.

El afán de la campaña para mostrar esa zona como lugar de “fosas comunes del Ejército”, podría esconder la intención de camuflar las matanzas de las Farc y hasta de los otros grupos paramilitares, siguiendo las técnicas empleadas en Katyn.

La Procuraduría General y la Fiscalía General colombiana, luego de realizar investigaciones en La Macarena, rechazaron la acusación extremista. No obstante, la agitación continúa. Piedad Córdoba dice que  “ex paramilitares  desmovilizados” le han dicho que hay “mil cementerios clandestinos en Colombia”,  y que el Estado colombiano y el gobierno norteamericano son los creadores de eso. Para la citada senadora el papel de las Farc en el asunto de las “fosas comunes” es impensable. Es urgente que la opinión pública y las Ongs exijan seriedad a las autoridades ante el desborde de esa nueva campaña de agit-prop para impedir que las falsas acusaciones, los testimonios y otras pruebas amañadas, se conviertan, una vez más, en la única fuente de información de los medios y de los jueces y que un fallo ulterior manipulado resulte en un nuevo golpe deslegitimador del Estado colombiano.

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