Opinión Internacional

La parodia integracionista

Sin lugar a dudas, desde esta amada América Latina, seguimos dando la cómica. Los demagogos autoritarios en el poder continúan protagonizando espectáculos lamentables que nos colocan como región poco digna de ser tomada en serio por nadie.

La última perla de éstos es la declaración que hiciera hace pocos días el Presidente Evo Morales, cuando invita al gobierno venezolano a reintegrarse a la Comunidad Andina, porque así “seríamos 3 contra 2”; queriendo significar que así Bolivia, Ecuador y Venezuela podrían enfrentar a Perú y Colombia en el seno de la organización. Esta insólita aseveración reafirma una vez más la incivilizada visión y la falta de seriedad conque estos personajes ven las relaciones internacionales y sus retos.

¿Cómo podemos calificar esta insensata aproximación a un problema crucial para nuestros pueblos?
Por otro lado, vemos que desde Venezuela, después de proclamarlo ante el mundo con bombos y platillos como un triunfo diplomático de la revolución y de la “verdadera integración”, luego de haber repartido miles de millones dólares para “obtener” la membresía en tiempo record y gastar millones en publicidad, vallas y folletos en su divulgación, ignorando la opinión nacional y afectando importantes relaciones comerciales, el gobierno declara ahora arrogante y displicentemente que lo de MERCOSUR no era asunto prioritario, menos “ése viejo MERCOSUR”, y que de ninguna forma se retractará de la agresión verbal que realizó contra el senado brasileño, cuando llamó a los senadores loros del imperio yanqui, si de eso depende su aceptación en ese bloque de comercio.

¿Cómo llamar a este arrebato de irresponsabilidad mayúscula y de torpeza diplomática frente a un compromiso internacional, independientemente de las objeciones que se tenga al ingreso de Venezuela a MERCOSUR?
¿Cómo aceptan los países de ese bloque que un país en trámite de membresía se permita cuestionar las bases fundamentales de la organización antes de ser miembro de pleno derecho de ella y, de paso, ofenda a un parlamento de un Estado miembro que lo único que hizo fue ejercer su derecho a disentir frente a una violación flagrante de un derecho humano?
¿Es con estos personajes impresentables que también se pretende construir ese otro invento llamado UNASUR, condenado también, por lo visto, al fracaso?
No sabemos que estarán pensando los gobiernos y parlamentos aquellos países sobre estos desplantes, pero lo cierto es que ningún proyecto trascendente podrá ser acometido con socios de esta calaña, mucho menos MERCOSUR que ya tiene suficientes problemas, para sumar otro (el ingreso de un gobierno conflictivo), cuya potencialidad disociadora señalamos en su momento.

Está claro que las relaciones comerciales no tienen interés alguno para los gobernantes venezolanos. Los compromisos jurídicos de todo proceso de integración, que incluyen una cesión progresiva de soberanía, no se avienen con la concepción anacrónica que aquellos. Y ni hablar de la legalidad internacional o el tema de la supranacionalidad, la cual, por cierto, ya está en la mira de los que quieren cambiar la Constitución venezolana.

No nos dejemos engañar; las acciones instrumentadas desde Venezuela buscan apuntalar y proyectar en la región un proyecto político tiránico comunista y militarista que persigue el enfrentamiento con sus enemigos. La retórica integracionista es sólo una impostura que esconde propósitos aviesos. La integración, entendida como un proceso de acercamiento progresivo de las economías, mediante el incremento del comercio, la armonización de políticas y legislaciones y basado en la convergencia, la negociación y el diálogo, de ninguna manera es el objetivo de los revolucionarios bolivarianos. Su propósito es realizar una revolución continental anticapitalista, autoritaria y antioccidental, para implantar “la integración de los pueblos”, fórmula retórica y vacía que utilizaban los marxistas en los años 60 para contrarrestar la integración pragmática y viable que se iniciaba entonces.

Bien harían los gobiernos democráticos en reconsiderar los planes que en esta materia tienen con gobernantes de visiones y prácticas antidemocráticas, que menosprecian el papel regulador y armonizador que deben jugar las organizaciones internacionales en general, y las de integración, en particular. Aunque no esperemos mucho al respecto, a tiempo están esos gobiernos de enderezar el entuerto, para bien de sus países y del nuestro.

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