Opinión Internacional

La peor sequía en 50 años complica más a China

Si en algo hoy pueden parecerse China y la Argentina es en la crisis del campo. Lo mismo que aquí, al menos hasta la semana pasada, el gigante asiático sufre la peor sequía (invernal allí) de los últimos cincuenta años. Este fenómeno climático descalabra desde ya las previsiones económicas de ambos países, pero su combinación con factores sociales y políticos podría resquebrajar seriamente, además, la gobernabilidad y orden social de los mismos.

Las diferencias con la Argentina son palpables, dada la dimensión de uno y otro país. Mientras que en China la falta de lluvias durante 4 meses en el centro y norte del país estropeó el 43% de los cultivos de trigo (10,3 millones de hectáreas) y dejó sin agua potable a 4,4 millones de personas, en la Argentina la sequía, junto con las retenciones inflexibles, redujeron la cosecha de trigo a la mitad, la de maíz en un 45% y la de soja en el 16%.

En cuanto a las reacciones de los gobiernos, ya conocemos los paliativos presentados didácticamente desde Olivos. Casi en sintonía, el 5 de febrero, desde Pekín se anunció la cuadruplicación de los subsidios agrícolas para las provincias chinas afectadas. Pero llegan tarde esos 400 millones de yenes (u$s 58,5 millones) prometidos.

También la asistencia hídrica ordenada a último momento por Hu Jintao, por la que se trasvasará agua de los dos ríos mayores: la del Yangtse será canalizada hacia el Norte y las exclusas del Amarillo se abrirán para irrigar el oeste y centro del país.

China y la Argentina se diferencian, sin embargo, en lo que les significan las pérdidas por sequía. Mientras que China deberá recurrir al trigo almacenado de la cosecha 2008 para satisfacer su demanda interna, la Argentina se verá privada de un tercio de los ingresos por exportaciones.

Los frentes de tormenta social también le tocan a China, donde esta sequía histórica y la falta de trabajo ya provocaron el desplazamiento de buena parte de la población rural afectada hacia tierras más productivas.

Las migraciones internas y la desocupación son dos problemas sociales que hace rato vienen creciendo peligrosamente en China. De una población total de 1.300 millones, cerca de 130 millones de campesinos se trasladan año a año desde las zonas rurales del interior hacia los polos manufactureros de la costa (sobre todo a la provincia de Guangdong, que produce un tercio de las exportaciones). Son las migraciones de los «temporarios» rurales para sus trabajos provisorios en las fábricas y montadoras.

Pero la crisis global y los recortes en la producción dejaron sin trabajo a 20 de esos 130 de millones de obreros rurales. El doble de desocupados de lo que el Ministerio de Recursos Humanos en Pekín calculó a fines de 2008. Y a esos 20 millones (equivalentes a las poblaciones de Chile y de Uruguay juntas), se les agregarían ahora los migrantes «empujados» por la sequía. Se estima que esta ola incorporará otros 2 millones de chinos rurales al rubro desocupados.

El gobierno de Hu Jintao quiere contener el desempleo por debajo del 4,6% (la cifra más alta desde 1980). Para los analistas, es una meta difícil de cumplir. Sobre todo frente a los 5,6 millones de flamantes graduados universitarios que buscan incorporarse al mercado de trabajo.

Este es el componente social que con más temor observa el gobierno de Hu, quien tiene presente que en mayo se cumplen 90 años de las protestas estudiantiles y obreras que desembocaron en la revolución comunista; en junio, 20 años de los disturbios universitarios en la plaza de Tiananmen, y en octubre 60 años de la República Popular China instaurada por Mao Tsé Tung. Demasiados recordatorios de protestas sociales. Por eso es que se acaban de destinar 9.700 millones de yens para subsidiar a 74 millones de personas que viven por debajo de la línea de pobreza.

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