Opinión Internacional

La victoria de Fidel

El asunto de los cubanos venidos al país en tareas de cooperación humanitaria y el grave dilema en el que de manera súbita se ha encontrado el Gobierno de (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/hchavez/»,»Chávez»)%), con la solicitud de asilo presentada por dos de ellos, muestra la punta de un “iceberg” cuyas consecuencias políticas para Venezuela comienzan a divisarse en el horizonte.

Es de reconocer que el asunto fue resuelto con admirable maestría y habilidad diplomáticas por el Canciller Rangel. Por una parte apaciguó la indignación de La Habana y la del Comandante amigo de nuestro Comandante, negándole el asilo a los peticionarios; y, por la otra, al conceder a éstos visa de transeúnte, frenó las predecibles protestas que se hubiesen desatado en la solidaridad natural de los venezolanos para con los perseguidos.

Pero, es evidente que esta fina labor de cirugía realizada por la Casa Amarilla no garantiza que el asunto haya quedado archivado en los infames anaqueles de la desmemoria nacional. Muy por el contrario. Más allá del lenguaje críptico de la diplomacia, que sólo entienden los entendidos, lo cierto es que a fin de cuentas Fidel Castro se salió con la suya. Logro lo que le ha interesado siempre: Que no se le acuse de violador de derechos humanos o de perseguidor implacable de sus adversarios. Y eso, de suyo, lo aparejaba el eventual reconocimiento por Venezuela de que los médicos cubanos peticionantes eran verdaderos asilados. Que los cubanos dejen a Castro como lo han hecho en el curso de los últimos 40 años de castrocomunismo, poco le importa al gobierno de La Habana. Eso sí, deben irse calladitos, si posible nadando por entre los tiburones del proceloso mar que les separa de las costas de la Florida; pero nunca, óigase bien, mancillándose el honor de la revolución.

Algo parecido ocurrió, si la memoria me es fiel, a comienzos de los años ’80. Un número importante de habitantes de la isla lograron superar los muros de la Embajada de Venezuela y solicitaron un asilo colectivo. Indignado Fidel le hizo saber al Gobierno de Luis Herrera que no les otorgaría salvoconducto a estos traidores y que, en consecuencia, tendrían que permanecer dentro de la Embajada y abandonarla tarde o temprano. Mas, interesada Venezuela en cuidar de la vida e integridad de estas víctimas del régimen castrista, les declaró huéspedes – que no asilados – y, entre gallos y media noche, éste último cerro los ojos y los dejó abandonar su territorio, pero como tales «huéspedes» de la República de Venezuela. Castro quedó satisfecho y el Gobierno de Herrera Campíns logró sacarle de sus manos a un número importante de exilados. Castro y Herrera eran adversarios manifiestos, lo cual le daba al tema un sesgo particular.

Esta vez, sin embargo, el problema grueso de los médicos cubanos que burlaron las filas de la legión de cooperantes llegados al país se nos ha quedado en casa, en términos muy gravosos ¿Cómo nos explicará ahora Hugo Rafael, luego de decirnos que los cubanos viven en un mar de felicidad, que dos conspicuos emigrantes de ese paraíso tropical prefirieron quedarse en estas arenas del oprobio puntofijista? Menudo dilema. Para no acotar el otro todavía más caliente: ¿Dónde están los centenares de cubanos que llegaron a nuestras costas durante la tragedia de Vargas? ¿Acaso regresaron a La Habana? ¿O es que nos los ha dejado Fidel en gratitud, por el extraordinario servicio que le hicimos ante el enojoso affaire de los médicos asilados?

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