Opinión Internacional

La vida te da sorpresas…

«La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida» reza la verídica letra de una canción emblemática en Latinoamérica. Quién iba a imaginarse en estos tiempos -¡oh asombro!- a alguien tratando a Fidel Castro como el héroe que precisamente no es. Pareciera que el tiempo no hubiese transcurrido, da la impresión de que los relojes se detuvieron el mismo instante en que un grupo de jóvenes pateó a un dictador, y lo digo, entre estupefacto e incrédulo, por la emoción y admiración que el régimen castrista despierta todavía hoy en algunos.

Viéndolo bien, la sorpresa es doble: 1.- Castro es invitado en pleno siglo XXI, por un oscuro gobernador, a recibir el más alto reconocimiento que el estado Bolívar es capaz de otorgar; 2.- Castro, el líder impetuoso de aquel puñado de soñadores alzados, en el presente no representa otra cosa que la triste sombra de lo que una vez deseó llegar a ser. Es decir, nuestro personaje consiste en una especie de momia viviente transformada en lo que, según él, se proponía combatir: la dictadura.

Es que Castro «es» la dictadura, y para afirmarlo y comprobarlo no hacen falta demasiados quebraderos de cabeza. Basta percatarse de la realidad dantesca a la que ha arrojado a su país; basta únicamente darse cuenta -el que tenga ojos que vea, dice el mismísimo Chávez, apóstol y mitificador del mar de la felicidad- del estado de atropello, indefensión, miseria y autoritarismo que sufren aquellos que optan por echarse a unas aguas de las que seguramente no saldrán con bien, aferrados a lo último que es posible perder en esta vida: la esperanza.

Viveza, mentira, discursos maniqueos, han reinado y reinan en el quehacer político de este país. Esto, para nadie es un secreto. Esa abstracción llamada «patria», palabrita esquiva que hoy llena la boca de buena cantidad de venezolanos, es necesario utilizarla con cuidado extremo. En su nombre se han llevado a cabo los peores desmanes en la historia de la humanidad. De modo que no es un juego de muchachos lo que ocurre en la Venezuela de estos tiempos, cuando patrioterismo, revolución de a locha y bolivarianismo mal entendido son la excusa perfecta para que unos «iluminados» pretendan hacer lo que les venga en gana.

Un señor con más de cuarenta años incrustado en el poder absoluto, un señor que ha negado libertad, prosperidad y, en fin, felicidad a todo un pueblo, resulta que es merecedor de la Orden Congreso de Angostura, nada más y nada menos. Es como para que Bolívar, amante y dador de libertades, se retuerza en su sepulcro. Pero es que las sorpresas no se alejan. El Discurso de Angostura, pieza magistral en la que se manifiesta a los cuatro vientos un ideal de democracia, justicia e igualdad impresionante, pues es la antítesis de lo que Fidel Castro ha simbolizado y simboliza para Cuba, para Latinoamérica y para el mundo. ¿No detestaba acaso Bolívar cualquier forma de tiranía? ¿No renunció, en el marco del Congreso en cuestión, a todos los poderes que de manera absoluta ejercía al frente del Poder Ejecutivo, con la intención de dar ejemplo de lo que para él era democracia y libertad? «Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle, y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía». Qué sentencia tan actual y verdadera. Esas frases -y otras que están ahí, en el espíritu y la letra del Discurso-, pronunciadas con toda la visión y con toda la lucidez que un hombre como Bolívar poseía, imagino que importan un rábano a los responsables de la «distinción», y eso ocurre porque estoy casi seguro de que no las han leído, de que no se han acercado auténticamente a ellas y a las certezas lapidarias que encierran. Es la única explicación que le atribuyo a semejante exabrupto, a semejante premio para un dictador.

Dice el diccionario que la revolución es un «cambio grande en una cosa», una «transformación profunda». Yo no sé si será para reírse o para ponerse a llorar, pero lo que el gobierno nacional y el regional muestran todos los días es un empeño sobrehumano, terco y pertinaz en representar la versión bufa de tal definición. La última prueba, a la vista y al alcance de todos, se observa en la «minucia» de tomar el nombre de Bolívar y sus ideales para sin el más mínimo respeto y conocimiento de lo que se trata, levantar un circo y traerse a Castro para condecorarlo. Tamaño atrevimiento.

El Discurso de Angostura se realizó en el marco del Congreso que lleva el mismo nombre, y se ubica a millones de años luz, a distancias inimaginables, por ejemplo, de esas peroratas fastidiosas, sin sentido y vacías que tanto Chávez como Rojas Suárez utilizan para atosigar a medio mundo. Una Orden, un reconocimiento que se aproxime a la esencia de lo que fue y de lo que significó el Congreso, es una lástima prostituirla de la manera tan grosera y absurda como seguramente ocurrirá. Las luchas, esperanzas y conquistas de Bolívar merecen un destino mejor, una puesta en marcha en el presente, una ejercitación definitiva y pronta.

Más de lo mismo en su peor versión. Es todo lo que tenemos hasta ahora.

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