Opinión Internacional

Las confesiones del Sr. Maisto

Hace alrededor de un año, escribí un artículo para esta revista, donde hacía un muy personal recuento de lo que ocurría en mi país. Recuerdo que un par de lectores me enviaron sus comentarios, uno muy halagador y el otro algo descontento. Mucha agua ha pasado ya bajo el puente, desde que ese intento de análisis salió a navegar por estos mares cibernéticos. Para aquél entonces, mi intención no era otra que contribuir a la discusión que se tejía sobre el proceso que vive mi país, Venezuela, desde que Hugo Rafael Chávez Frías ganara las elecciones de Diciembre de 1998. Hacía unas semanas que Vargas Llosa había publicado un artículo donde acusaba a Chávez de «golpista felón», llegando al extremo de advertir a la opinión pública mundial sobre la necesidad de ejercer mayor presión sobre nuestro país y sobre el suyo propio, el Perú de Fujimori. Además, recuerdo que la misma semana en que dicho artículo fuera publicado, se presentó aquel bochornoso espectáculo de la toma del ahora extinto Congreso, cuando miembros de ambas cámaras saltaron la verja ante la mirada desconcertada de los policías y guardias nacionales que custodiaban el acceso a la sede legislativa. En cierta forma, como suele ocurrir cuando la historia se acelera a causa de las crisis de los hombres, ese artículo nació anacrónico en muchos aspectos, al pretender conciliar lo irreconciliable, comprender lo incomprensible.

Hoy, casi un año después, descubro una reseña periodística en torno a las declaraciones del embajador norteamericano en nuestro país, John F. Maisto. El análisis que él hace de la situación de Venezuela y del resto de Latinoamérica, me hace recordar aquel intento de análisis que acabo de mencionar, sobre todo porque en él se tocaba el tema en torno a si lo que ocurre en Venezuela puede generar o no réplicas en el resto del subcontinente, o bien, sobre si Chávez pudiera ser un modelo a seguir para una nueva generación de autócratas y déspotas. Allí advertíamos en torno a la ceguera de esa generación que, en Venezuela y otras regiones de Latinoamérica, tuvo en sus manos la responsabilidad de liderar los procesos de apertura democrática. Decíamos, y aún lo sostengo, que Chávez no era más que una consecuencia predecible de la ineptitud de toda esa generación, de su incapacidad para construir una cultura democrática adecuada, de su incapacidad para formar ciudadanos responsables y amantes de la Ley. Si en 1999 se destruyeron las instituciones democráticas en nuestro país, ello sucedió porque las mismas no tuvieron prácticamente dolientes. Cuando el Sr. Maisto admite el error del Dpto. de Estado norteamericano, al «aupar» regímenes democráticos «vacíos y formalistas», con ello reconoce la ceguera de la misma dirigencia de su país, que creyó que con tales formalismos o «recetas milagrosas», era posible construir naciones políticamente estables y económicamente prósperas. Es curioso, pero la confesión del Sr. Maisto demuestra como la «geopolítica» le ha hecho daño a sus analistas, que son incapaces de ver aquello que hace de su país la primera potencia del mundo: esa vieja tradición liberal e individualista, esa que impulsara a sus padres fundadores a convertirse en modelo de ciudadanía para sus descendientes. Hoy pareciera que norteamérica cada día está más distante de esa tradición, se reconoce cada vez menos en ella.

Otro aspecto interesante del análisis del Sr. Maisto, es su aceptación de la crisis de legitimidad que evidenció el fallido golpe del 92. Aunque fue una derrota militar, ocho años después es evidente que aquel suceso ha sido una de las mayores victorias políticas de la historia reciente. Con todas sus contradicciones y toda su aura mítica, el «proceso» iniciado el 4F del 92 ha logrado arrastrar a todo el país; ha logrado sumirlo en un caos primigenio, en una bruma negruzca de ofuscación. Todos, de una manera o de otra, hemos sido tanto cómplices como víctimas. Parte de la ofuscación lo evidencia nuestro empeño en dividirnos, en reprocharnos la parte de la responsabilidad o culpa que no admitimos tener, aún a pesar de que con ello sólo le seguimos el juego a una nueva generación de demagogos y oportunistas, que quieren hoy, como ha sido siempre, tomar el control de nuestras vidas y de nuestro destino.

Viene siendo hora, a pocos días del «megafraude», de empezar a decir las cosas como son. Ya hay quienes lo han hecho, desde mucho antes; cosa que los hace dignos de nuestro respeto y admiración. El resto, quienes por paciencia o tolerancia aún nos contenemos, creo que es hora de hablar. Quizás nuestras palabras sirvan de aliento a otros países que aún no han llegado al despelote en que nosotros mismos nos hemos puesto; quizás ellos puedan aprender algo de nuestros errores y desaciertos.

Venezuela, como buena parte de Latinoamérica, vive bajo una dictadura; bajo un régimen autoritario disfrazado con el bochinche que _nosotros_ solemos llamar «democracia a nuestro modo». Cuando los «geopolítologos» del Pentágono decidieron dejarnos con nuestros cascarones vacíos y formalistas, lo hicieron convencidos de que quizás habíamos descubierto un nuevo modo, «nuestro modo», de vivir en una democracia; pero no es así. Doscientos años de experiencia republicana deberían haberle enseñado a ellos que hay ciertos principios, ciertos elementos vitales, sin los cuales es absurdo plantear la sola posibilidad de una democracia. Los EUA no fueron un invento de los EUA, y no comprender eso es quizás la fuente de su ceguera y torpeza al intentar comprendernos a nosotros. De nuestra parte, creérselo a ellos, es lo que nos ha llevado a la ilusión de que nosotros podemos construirnos nuestro propio sistema, de la nada.

Pero resulta que lo que nos ocurre a nosotros, no sólo nos ocurre a nosotros. Después de casi un siglo, ya es inocultable que México ha vivido bajo el mismo cascarón vacío y formalista de un dictadura disfrazada de democracia. Esa cultura barragana y clientelar que nosotros llamamos el «cuánto hay pa’eso», es común también allí, en México, como en Colombia, en Perú, en Argentina, en Brasil y hasta en el «mar de la felicidad» caribeño de Fidel. El irrespeto a la Ley, esa nuestra forma especial de interpretarla según vaya saliendo y vayamos viendo, es común igualmente en la mayoría de las zonas urbanas de nuestros países, y está bastante difundida también en buena parte de las zonas rurales. La viveza criolla, la apatía en el ejercicio de nuestros deberes ciudadanos, y aún el total desconocimiento de tales deberes, son otro aspecto común entre nuestros países, casi totalmente carentes de ciudadanos conscientes de lo que la responsabilidad individual significa. Gobiernos paternalistas y promotores del servilismo y la dependencia, sujetos a los caprichos de grupos o logias civiles o militares, han poblado nuestras tierras de zombies y siervos que deambulan confusos sin saber cómo afrontar su total invalidez.

Si al Sr. Maisto le sorprende todo eso, si se lamenta no haberlo visto antes, quizás sea hora de que su país comprenda, y tal vez él pueda iniciar esa cruzada, que el problema de sus relaciones con nuestros países es que hasta ahora ha sido pura improvisación. Los mitos del buen salvaje o del buen revolucionario, siempre han determinado las interpretaciones que los países desarrollados se hacen de nosotros. Políticos, diplomáticos, intelectuales y hasta turistas, vienen a estas tierras en procesión morbosa, muchas veces, a ver como ese «buen salvaje» medio cubre su ignorancia impúdica, o como el «buen revolucionario» da su vida por los virus ideológicos fabricados por ellos.

Para rematar, el Sr. Maisto concluye, casi en irónica contradicción, que este régimen de excepción que vivimos, en medio del detritus institucional de los 40 años, sigue teniendo una «democracia viva y en buena forma». Es curiosa su conclusión; aún reconociendo que «cuando no existe un libre mercado, reglas claras de juego, ni un sistema judicial independiente y confiable, aparecen las tentaciones para instalar sistemas autoritarios», el Sr. Maisto insiste en la vitalidad y la buena forma de este nuevo cascarón vacío y de este formalismo insulso quintorepublicano. Claro, lo confieso, hace diez meses podía uno ser iluso y pensarlo (yo lo fui); pero hoy, luego de quince meses de lacerantes verdades, ¿qué queda?

Para concluir, quisiera repetir mi letanía de hace casi un año. Todo este tiempo ha servido para enseñarnos que a pesar del mismo tiempo, aún hay mucho veneno y desgracia que pueden destilarse de nuestros pueblos. Chávez debería ser un buen ejemplo de ello. No sólo por sí mismo, sino sobre todo por el proceso que lo condujo al poder. El atraso y la irracionalidad que él representa para mi pueblo en este momento, palabras duras que repito con algo de tristeza y frustración, deberían servir de ejemplo a nuestros hermanos, sobre todo a sus líderes, de aquello que les ocurrirá en poco tiempo, sino toman consciencia del mal camino que llevan. Lo mismo podría decirse de Perú, de Ecuador, Paraguay, Bolivia y pare Ud. de contar. En cuanto al Sr. Maisto, lo siento sir, pero en mi país la democracia ya no vive, si es que alguna vez lo hizo, y menos aún está en buena forma; si antes era «vacía y formalista», hoy es burlona y palabrera.

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