Opinión Internacional

Las controvertidas propuestas de Sarkozy

Los dramáticos acontecimientos que han sacudido recientemente los frágiles cimientos de la “kemalista” Turquía, la consulta electoral del pasado mes de julio y la dificultosa elección del titular de Exteriores, Abdulá Güll, han puesto de manifiesto el deseo de la clase política del país otomano de seguir por la senda de la integración europea. No cabe duda de que el objetivo final de la casi totalidad de los partidos, salvo la ultraderechista Acción Nacional, es la adhesión de Turquía al “club de Bruselas”. Y ello, a pesar de las maniobras dilatorias de algunos Estados miembros de la UE, empeñados en obstaculizar las ya de por sí difíciles negociaciones con Ankara.

Los mayores detractores de la integración del país de Mustafá Kemal Atatürk siguen siendo Alemania y Francia, las locomotoras de la economía del Viejo Continente. Pero tanto Berlín como París prefieren recurrir a discursos diferentes.

Si para la canciller alemana, Angela Merkel, la presencia física en suelo germano de más de dos millones de musulmanes, en su gran mayoría de origen turco, constituye un obstáculo para la integración social. Para el presidente galo, Nicolas Sarkozy, el problema se convierte en un sofisticado ejercicio de póquer geopolítico. El inquilino del Elíseo no pierde ninguna ocasión para demostrar su espíritu innovador. En el caso concreto de Turquía, adopta una postura bastante ambigua, que trata de ocultar el rechazo al ingreso de Turquía en las estructuras comunitarias. Hasta ahora, la velada negativa de Sarkozy se escuda en argumentos de índole “geografíca”. Mientras el “padre” de la malograda Constitución europea, Valery Giscard d’Estaing, aludía a aspectos “socioculturales” -“Turquía no es Europa”, “…los turcos son musulmanes”, etc.-, Nicolas Sarkozy prefiere recurrir a consideraciones de carácter estratégico: “Hay que definir los confines de Europa”.

El presidente francés no duda en ofrecer a los políticos de Ankara un sinfín de soluciones alternativas, de soluciones “airosas”. Según él, Turquía podría o debería ocupar un lugar clave en su controvertido proyecto de Unión Mediterránea, que consiste en el establecimiento de lazos privilegiados entre los cinco países mediterráneos de la UE, Italia, Francia, España, Portugal y Malta, y sus vecinos de la cuenca meridional del Mare Nostrum.

Los politólogos franceses estiman que la creación de la Unión Mediterránea implica una serie de ventajas para las relaciones entre las dos cuencas del Mare Nostrum. Entre las más importantes, citan la capacidad de delimitar las distintas zonas del mundo árabe-musulmán y de definir sus peculiaridades; la necesidad para los países del Mediterráneo oriental de buscar nuevos mecanismos de convivencia para la solución del conflicto israelí-palestino -reconocimiento del Estado de Israel por los países de de zona, etc.-, la existencia de un antecedente que podría facilitar la ulterior creación de otras instituciones de ámbito regional, como por ejemplo una Unión Eurasiática, que podría agrupar a Rusia, Ucrania y las antiguas repúblicas de Asia Central, etc.

La aceptación de este proyecto, criticado de antemano por los grandes países del Magreb, Argelia y Marruecos, implica el alejamiento de Ankara de las negociaciones con Bruselas. Sin embargo, prevé un papel importante para Turquía en la edificación de otras estructuras regionales, donde el ejemplo de la revolución kemalista desempeñaría un papel clave para el desarrollo sociopolítico de unos países que, hoy por hoy, tienen que luchar contra la amenaza del islamismo radical.

Pese a la aparente ambigüedad de sus declaraciones, Sarkozy parece estar persuadido de que Turquía podría convertirse en un ejemplo para muchos países de cultura musulmana. ¿Ejemplo o gendarme? De todos modos, esa perspectiva no acaba de convencer a los políticos del país otomano, que descartan por ahora la posibilidad de liderar agrupaciones de segunda fila, recordando que el kemalismo constituye una apuesta por el europeísmo y los valores éticos de la Revolución francesa.

Hay que reconocer que su peculiar visión de Europa nada tiene que ver con los cánones tradicionales, con la imagen etnocéntrica del Viejo Continente. La política de Sarkozy desconcierta; la visión de Sarkozy genera miedo.

Analista político internacional

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