Opinión Internacional

Las espuelas del terrorismo

Por su improvisación, las medidas que los gobiernos toman contra ataques sangrientos como el de Madrid, fortalecen tanto a los terroristas como a los agentes secretos que los combaten. Pero, ¿Cuál de los dos amenaza más nuestros derechos? O ¿Porqué la seguridad se postula como la meta principal de las democracias contemporáneas?

Lo sucedido en Madrid es escalofriante. Ahora todos vivimos en el centro
de la amenaza. Un terrorista solitario puede acabar con nosotros en el
tren de pasajeros o en el autobús. Y si no nos alcanza en una centro
comercial, puede atentar contra nuestra familia en una esquina de la
calle.

Vuelven a recrearse los personajes de Joseph Conrad. El agente secreto
describe cómo un profesor merodea por las calles de Londres con la mano en
el bolsillo apretando una pelota de goma, el detonador de una bomba
suicida: «Caminaba frágil, insignificante, andrajoso, abyecto y terrible
en la simplicidad de su idea, llamando a la locura y a la regeneración del
mundo. Nadie lo miraba. Pasaba insospechado y letal, como una plaga en la
calle llena de hombres».

O como lo expresa el presidente Uribe, con la prosa menos memorable de la
doctrina de la seguridad democrática: «Todos los habitantes del mundo
debemos repudiar esta venenosa mancha sobre la humanidad». José María
Aznar ha declarado una guerra a muerte contra las bandas terroristas. Y
Bush emplea toda la capacidad de orden bélico de la primera potencia
contra las «huestes del mal».

Seguridad y libertad

Una sombra recorre la atmósfera de la opinión pública mundial. El peligro
y el riesgo subyacen juntos contra cada persona y los medios de
comunicación contribuyen a magnificarlos. ¿No tienen efectos
grandilocuentes las repetidas imágenes de los cuerpos mutilados? Ante el
daño causado, el repudio y la sed de una gran venganza universal. Pero
también una pregunta difícil es si la «guerra contra el terrorismo», no
arrastra consigo una grave amenaza contra nuestras libertades.

Naturalmente, los horrores de Madrid, Bogotá, Balí y Nueva York, no
fueron un video, ni un espectáculo de luces para una pasarela de modas.

Las nuevas tecnologías facilitan al terrorista las oportunidades
extraordinarias de hacer llegar el mal hasta la intimidad. Al personaje
central de Conrad le mortificaba el pensamiento de que transcurrirían
veinte segundos completos entre el momento en que estrujara la pelota de
goma y la explosión de la bomba suicida.

El enemigo invisible

Temía que sus acciones sólo se llevasen unas pocas personas. Preocupado
por la cantidad aritmética. Pero no hubo tal problema en la estación de
Atocha en Madrid: 190 muertos y 1400 heridos. 1590 inocentes de un solo
golpe. En los campos minados de Colombia, se esparcen bombas que trituran
en segundos las piernas de humildes pobladores. Las Farc y las
Autodefensas manejan tanta tecnología de guerra, que ahora lanzan balas
con estiércol de marranos y gallinas.

¿Quién mató realmente a Jaime Garzón? ¿quién acabó con la vida de los
pescadores de la Ciénaga Grande? El dato obvio, transfiriendo la versión
moderna del Agente Secreto, es que es increíblemente difícil de encontrar.

Se llama Carlos Castaño. Pero se escurre entre los medios como la más
inocente víctima de la violencia. Una de las razones para que José María
Aznar, señale enfáticamente a ETA como responsable directa de la masacre
en Madrid, es la premisa de una guerra convencional que ofrecería
razonables probabilidades de triunfo. Pero es una premisa muy débil.

El presidente Uribe nos dice que debemos librar una guerra de dos frentes
en uno: contra las Farc y contra el terrorismo internacional. Según esta
dirección la línea del frente bifronte está definida. El problema es que
la almendra de nuestro terrorismo, su cúpula, es «invisible».

Atacar las causas

El caso es que nuestra guerra contra el terrorismo no se puede ganar si
seguimos haciendo caso omiso de sus causas subyacentes. Para no perdernos
en alegatos semióticos, terrorismo y violencia hacen parte de un mismo
nodo de la red. La tarea es buscar soluciones a los crecientes
resentimientos. La firmeza para atacar al autor de un atentado, debe ser
análoga a la política de consenso democrático para resolver problemas de
inequidad social.

Siendo, como parece, que los atentados en Madrid, pueden provenir de los
grupos extremos islamistas, ¿Cómo reaccionar con instrumentos que no
provoquen mayores desastres humanitarios? Tenemos a los terroristas.

Aunque se expurgaran los países de su reproducción, siempre seguirán
habiendo individuos solitarios violentos, incapaces de tolerar la vida en
un mundo pacífico. Por esto Uribe habla de ser duros contra el terrorismo.

Y tiene razón, pero eso no es todo.

Límites de la inteligencia

¿Cómo ser duros contra un enemigo invisible? Es una pregunta que hemos de
tomar con calma por los lugares comunes que hallamos en las respuestas. El
enemigo está tan cerca y tan lejos. Se dice que tenemos mayor inversión
ahora en inteligencia encubierta y un hábil despliegue de fuerzas
policiales y militares. Las ciudades se protegen con cámaras ocultas para
detectar a los delincuentes, cientos de ojos electrónicos y policías
vigilando. La crisis de seguridad ciudadana se interpreta como una crisis
de identidad.

Aznar exalta el papel de la inteligencia en las guerras de ambos frentes.

Al gobierno Bush se le pasaría una cuenta política por los gastos en
defensa. Uribe afirma una necesidad de unir fuerza e inteligencia contra
el terrorismo. Tony Blair favorece las ventajas de una inteligencia
transatlántica después del 11 de Septiembre.

Un Estado Leviatán

Con lo sucedido en Atocha, Madrid, la pregunta resurge de nuevo ¿cuánta
vigilancia se necesita para contener la amenaza latente del violento o el
terrorista? Y reaparece el personaje del relato de Conrad. Un solo
individuo basta para hacer explotar a cientos, y muchos para frenar su
peligrosa presencia. Por esto la tendencia a privilegiar un Estado con
cara de Leviatán, justificado para ejercer su tiranía por la barbarie
potencial del enemigo terrorista.

En otro espejo, lo que vive el mundo técnicamente fue aquello que 1984 de
Orwell describió con tanta maestría. La venganza de las víctimas encarnada
por un Estado que despliega todas las antenas para escuchar cualquier
rumor de ataque. Entonces los gobiernos se convierten en los nuevos espías
de los ciudadanos. Por muy absurdo que parezca, en el caso colombiano,
hacia allá marchan proyectos de ley como el estatuto antiterrorista o la
iniciativa del ministro de defensa sobre la ley de empadronamiento.

Rodear la Constitución

En circunstancias tan difíciles, es verdad, cuesta mantener el equilibrio
entre la libertad y la seguridad. Dados a escoger por medio de un
opinometro, esa cosa ligera para encuestar con respuestas prefabricadas.

Ya sabemos. Y es una inclinación apabullante de las grandes cadenas de los
medios, poner a decir a la gente lo que quieren que la gente diga:
Seguridad, seguridad, seguridad. Pero siempre podemos dudar que sea la
única salida. ¿cómo mantener el equilibrio entre ambas?

Toda España lo ha dicho con el Rey Juan Carlos. En la «guerra contra el
terrorismo», debemos mantener fidelidad por la Constitución y la libertad.

La mejor resistencia que se puede ofrecer a los agentes de la no libertad
es seguir teniendo sociedades libres, abiertas, deliberantes. Ni siquiera
cuerpos secretos encubiertos asaltando la privacidad en nombre de la lucha
contra el terrorismo, podrían impedir que esas redes tenebrosas atacaran
de nuevo. Ni tampoco podrán eliminar el riesgo del atacante solitario.

Cálculo de probabilidades

ETA o las milicias extremistas islámicas, algunos analistas especulan
sobre la autoría del acto terrorista. España entera rodea a sus
gobernantes, su Constitución y sus libertades. La firmeza contra quienes
desprecian la vida de sus semejantes en actos de barbarie, es contundente.

Pero también parece cierto, sin ceder a la complacencia, que el peligro
real que representa el terrorismo internacional para la mayoría es todavía
relativamente pequeño. Se presagian acciones semejantes a Atocha durante
los próximos meses.

Hacer una elección siempre demanda comprometer los costos del riesgo. Más
seguridad y menos libertad. Pero en este caso, el desequilibrio parece
claro. Si la equivocación va en otro sentido, sacrificaríamos demasiada
seguridad a cambio de ganar muy poca libertad. Coloque usted el asunto en
otra perspectiva. Si le dan a escoger la probabilidad de 1 en 10.000 de
ser volado en pedazos por un terrorista, o una probabilidad de 1 en 10 de
que sus datos de empadronamiento en una notaría sean leídos por un testigo
de la fiscalía. ¿Cuál opción escogería?

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