Opinión Internacional

Las pesadillas del doctor Frankenstein

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Cuando los servicios de inteligencia militar israelíes decidieron resucitar, en diciembre de 1987, al Movimiento Nacional de Resistencia Islámica (Hamas) , nadie podía imaginar que la criatura acabaría convirtiéndose en una pesadilla para el establishment político hebreo. Apenas diez días después del inicio de la primera Intifada, los oficiales de inteligencia se limitaron a “reactivar” una asociación de corte religioso creada en Gaza a finales de la década de los 70, que dedicaba la mayor parte de sus actividades a obras benéficas: creación de guarderías, escuelas, hospitales, centros de capacitación profesional, siguiendo el ejemplo de la cofradía de los Hermanos Musulmanes egipcios.

Pero el nuevo Hamas, más radical que la organización primitiva, reivindicaba la introducción de la sharia tanto en los territorios ocupados por Israel en 1967, como en el resto de la llamada “Palestina histórica”, de la franja terrestre que va desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. Los militantes integristas de la década de los 80 se negaban a reconocer la existencia del Estado de Israel, que tachaban de mero accidente histórico en Tierra Santa. Su compromiso consistía en borrar a la “entidad sionista” del mapa de Palestina y crear un Estado islámico acorde con los cánones del Corán.

La intransigencia de Hamas, su tajante rechazo del diálogo con la OLP tras la creación en 1994 de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), su apuesta por la lucha armada como único medio de resistencia contra la ocupación militar israelí desembocaron, después del 11-S, en la inclusión del movimiento liderado por el jeque Ahmed Yassin en las listas negras del Departamento de Estado norteamericano y de la Unión Europea.

Las elecciones generales celebradas en enero de 2006 en Palestina, con la abrumadora victoria de Movimiento Islámico, no lograron cambiar los datos del problema. Al contrario, la eficaz maquinaria de propaganda israelí se encargó de convertir el fracaso de la corrupta ANP en una amenaza para las instituciones democráticas hebreas. En resumidas cuentas, el monstruo ideado por el doctor Frankenstein pasó a ser una auténtica obsesión para las autoridades de Tel Aviv.

Sin embargo, con el paso del tiempo, Hamas ha experimentado numerosos cambios. Al echarse al ruedo de la política, el Movimiento Islámico aceptó implícitamente la concertación con las demás agrupaciones nacionales. Más aún, los islamistas parecían propensos a circunscribir sus exigencias acerca de la creación del Estado islámico a los territorios de Cisjordania y Gaza. Otro detalle importante fue la negativa de Hamas de aceptar el apoyo moral o material ofrecido en reiteradas ocasiones por Al Qaeda o Hezbollah. Los líderes del movimiento de resistencia hicieron especial hincapié en el carácter meramente local de su lucha por la independencia, negándose a compartir el ideario de las agrupaciones radicales panislámicas. Pese a ello, Israel logró convencer a la comunidad internacional sobre la necesidad de imponer sanciones económicas y financieras al Gobierno de Hamas. Sanciones que afectaron más a la población de los territorios que a sus gobernantes.

Las condiciones impuestas por el Estado judío para el levantamiento del embargo son: el reconocimiento de Israel por parte de Hamas, la renuncia formal a la violencia y la aceptación de los acuerdos bilaterales rubricados por Al Fatah. Lo que podría traducirse en una renuncia unilateral de Hamas a su ideario, a los principales puntos del programa electoral.

El Movimiento Islámico no tiene interés en abandonar su plataforma sin haber recibido contrapartida alguna por parte del Estado judío. Sin embargo, el Gabinete Olmert no parece dispuesto a transigir: tampoco el nuevo Gobierno de Unidad Nacional, creado a raíz del acuerdo de La Meca, cuenta con el visto bueno de Tel Aviv. Además de exigir un reconocimiento explícito por parte del nuevo ejecutivo, Israel se reserva el derecho de hacer caso omiso de la voluntad de los palestinos, limitándose a dialogar sola y únicamente con el Presidente de la ANP, Mahmud Abbas. Extraña manera de abordar las relaciones bilaterales con los vecinos; extraña interpretación del concepto de democracia.

Ahora bien, si se parte del supuesto de que el “monstruo” creado hace veinte años por los doctores Frankenstein de los servicios secretos domina las pesadillas de quienes preferirían vivir rodeados de irrelevantes y sumisos “bantustanes”, las reticencias parecen hasta cierto punto comprensibles.

Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios
Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)

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