Opinión Internacional

Liderazgos de distinta naturaleza

Jason, ex guerrillero, amigo del presidente Nelson Mandela y ahora responsable máximo

 de la custodia ingresa disgustado al despacho de su jefe. Mandela ha designado en el cuerpo de custodia a un

puñadopuñado de agentes blancos de los viejos servicios de inteligencia.

 “Esos muchachos tienen gran formación y experiencia”,

explica el  Presidente. “Protegían a De Klerk” (Se refiere al último jefe de Estado del apartheid).

Mandela: La reconciliación empieza así, Jason

Jason: ¿Reconciliación? Hasta no hace mucho

trataban de matarnos. Quizás estos

mismo tipos…Trataban y muchas veces tenían éxito…

Mandela: El perdón también empieza aquí.  El perdón libera el alma,

 aleja el miedo. Por eso es un arma tan poderosa, Jason.

Por favor, hacé la prueba.

JasonBien, señor. Perdón por la interrupción.

Bárbara (secretaria de Mandela): Usted pide demasiado…

Mandela: Sólo lo que es necesario

 

Pasaje del filme Invictus, de Clint Eastwood

 

Desde hace unos días, en los cines argentinos se proyecta  la (hasta ahora)  última película del gran Clint Eastwood: Invictus.  Se trata de una mirada sobre los primeros meses  de gobierno de Nelson Mandela en Sudáfrica. Mandela, después de décadas de dura prisión, ha sido liberado por el presidente blanco, Frederik Willem de Klerk, pieza fundamental en el fin del régimen apartheid que convoca a elecciones generales en las que  votan y son votados  por igual negros y blancos. Mandela triunfa y pone toda su influencia política y moral al servicio de la reconciliación y la unidad de su patria. Eastwood  pasea su cámara exhibiendo  destellos del formidable liderazgo constructivo  de Mandela y su apuesta a que el rugby, hasta entonces deporte “de blancos”, se convierta en símbolo de una Sudáfrica multicolor.

Tan interesante como el propio filme es la reacción que suscita en muchísimos cines argentinos:  un cerrado aplauso corona el fin de la exhibición y, aunque por cierto la obra de Eastwood  lo merece, los comentarios  de vestíbulo indican que  más que la película, lo que es ovacionado  es el  liderazgo de Mandela que el director ha descripto,  por comparación  con “lo que hay” en casa; se aplaude, por oposición,  la añoranza  de una conducción igualmente lúcida, inspirada e inspiradora. Como en otras épocas de la Argentina, las reacciones públicas frente a obras del cine o el teatro  son expresiones políticas. El caso de Invictus sin duda lo es.

Hablando de lucidez: durante la semana, la señora Cristina de Kirchner trató de “perros” –eso sí, parafraseando a Miguel de Cervantes- a quienes critican su gobierno: “Ladran, Sancho, señal de que son perros”.  Casi simultáneamente trascendían  los números de la última encuesta de Poliarquía: de cada 100 opiniones, Nestor Kirchner y su señora sólo  reciben 20 positivas: el resto son, evidentemente, cuzquitos aulladores. Perros, bah…

La novedad, en cualquier caso, no es que una gran mayoría ladre y critique, ni el “creciente hartazgo” de la sociedad argentina de que habla, por caso, el madrileño diario El País. Eso está claro desde hace meses. Por lo menos desde  el momento en que el gobierno decidió  tensar la cuerda con el campo y el interior.

Iniciar una guerra contra la producción agroalimentaria, pareció un delirio al que había que  ladrarle.  Como lo explica el casi argentino José Mujica, presidente electo de Uruguay: «Nuestra condición agroexportadora es el punto de partida; sin ella, seríamos  como un clavel del aire (.)hay que construir un país «agro inteligente» fundado en la alta tecnología. Y ésta debe ser la propia de la especialización agroalimentaria, y como tal funcional a los intereses reales de la región, en su condición de emporio mundial de la producción de alimentos”. En fin: por lo menos desde la (perdida) batalla contra el campo, el gobierno  está rodeado por multitudes de  perros cervantinos. Las elecciones del 28 de junio de 2009 constituyeron una suerte de censo de ladradores.

Lo diferente ahora –más allá de que la población crítica parece  engrosarse cada semana- es que  el gobierno debe soportar cuestionamientos de lo que hasta el momento ha considerado propia tropa. ¡Mírenlo a D’Elía, por ejemplo, amenazando con movilizar sus huestes para reclamarle a los Kirchner y  alzando la voz contra las jefaturas territoriales que se mantienen en el oficialismo y reciben  “planes” para  no cambiar de opinión! ¡Miren a Felisa Miceli, criticando la compra de 2 millones de dólares de Néstor en 2008, mientras ella debe visitar juzgados por  una bolsa con apenas 60.000! Y observen a Hugo Moyano, que  rechaza los remilgos del ministro Boudou  para hablar de inflación. Lo que  esos signos indican es que  se acelera la desagregación de las fuerzas del gobierno: el gobierno ha perdido definitivamente la opinión pública; pese a los manotazos a distintas fuentes de recursos, se está quedando sin  caja; pierde capacidad de presión sobre los tribunales y está a punto de perder –después de la hegemonía en la Cámara de Diputados- la mayoría (y acaso la presidencia provisional) de la Cámara Alta.

El accidente cerebro vascular que sufrió Néstor Kirchner una semana atrás no pudo ser más inoportuno (si es que esos sustos alguna vez no lo son).  Por varias horas cundió en las redes del  oficialismo una sensación de alarma.  El férreamente centralizado dispositivo de mando del kirchnerismo ha estado siempre encarnado por el ex presidente y tiene  como rasgo distintivo su intransmisibilidad. Ese es, en rigor, el secreto  del  rol subordinado que juega la presidente y del evidente “paralelismo“  que ha reinado  desde que ella asumió: en la lógica del kirchnerismo, el mando no es de otro, es de él. Ella reina, pero no gobierna sin la presencia de su esposo.

Ese tipo de estructuras políticas lógicamente  ingresan en aguas turbulentas cuando  el centro de su dispositivo se ve afectado.

Kirchner venía ya tocado personalmente por el episodio de los 2 millones de dólares –un escándalo que su entorno no supo como justificar, hasta el punto que debió hacerlo él, personalmente, en comunicación telefónica privada con  el relator oriental  -y en cierto sentido, a partir de ese hecho, vocero informal de Kirchner-  Víctor Hugo Morales.

El bloqueamiento de la carótida fue dramática metáfora de la debilidad creciente. Si hay algo que este tipo de liderazgos no puede permitirse es  la evidencia de la debilidad: por esa brecha se cuelan  las  desobediencias, las indisciplinas, los alejamientos, la dispersión. Por eso  Kirchner se empeñó en  exhibirse rápidamente repuesto  e hizo conocer sus planes  de retomar la acción política con urgencia, en unos días.

Personalismo, confrontación permanente, disciplinamiento de la propia tropa son rasgos ineludibles del sistema de poder de Kirchner. El mismo se encargó de mantener atadas las manos de sus ministros y de limitarles su autonomía,  es evidente que ninguno de ellos  -ni los más suaves ni los más groseros- está en condiciones de cerrar  una negociación importante sin que Kirchner intervenga directamente, en persona o al menos por teléfono.

En estos días, cuando el gobierno puede perder el control del Senado, el cierre de cualquier trato importante requiere la participación de Néstor. En ese sentido, el problema financiero es, si se quiere, de resolución menos complicada para el oficialismo: siempre  hay alguna caja, un sector de ingresos,  que se puede  confiscar para reemplazar lo que falta.  Kirchner no tiene ese recurso:  él es lo irreemplazable del  sistema de poder kirchnerista,  él debe gastar su propio físico. Por eso,  es difícil que consiga cumplir con la  instrucción de los médicos que le recomiendan  evitar el  estrés.

Que Carlos Reutemann  y  Julio Cobos aparezcan punteando las mismas encuestas de imagen que  muestran a los Kirchner lejos y a la cola, tiene evidentemente un sentido.

Se les adjudica a ambos –más allá de lo que ellos mismos muestran, pues ambos dirigentes  son más bien esquivos-  una forma de ser y conducir marcadamente diferente de la  del oficialismo. Se les adjudica sentido común  y capacidad de diálogo. Búsqueda de unidad nacional y respeto de las instituciones. Otro dato nada menor: ambos (más allá de sus distintas pertenencias partidarias) están identificados con las reivindicaciones  de la decisiva batalla de 2008:  respaldo a la cadena de valor agroalimentaria y a los derechos de las provincias.

Cobos aparece como el más probable de los candidatos radicales  a la hora (cualquiera ella sea) de las próximas  elecciones. Y Reutemann es el único de los presidenciables  peronistas  que parece  recoger un respaldo  casi unánime (que se expresa en que  muchos de los que tienen aspiraciones  propias a una candidatura presidencial, declaran que la postergarían si el santafesino fuera candidato y hasta se ofrecen para  correr en la misma escudería).

En la lógica de la confrontación  constante, los Kirchner lanzan a sus ya menguadas tropas a embestir contra  uno y otro. En el caso de Cobos, los voceros oficialistas se lanzaron otra vez a acusarlo de  destituyente y ahora ampliaron esa imputación (“cuasi golpista”) a la Unión Cívica Radical. En el caso de Reutemann, se las han tenido que ver con un hombre que habla poco, pero  cuando lo hace suele expresar inquietudes u opiniones del “uommo cualunque”. Como lo explica uno de sus amigos, el diputado Carlos Carranza, “lo que  dice Reutemann acerca del gobierno lo dicen el almacenero del barrio, el verdulero de la esquina y el colectivero. ¿Cómo puede explicar Néstor Kirchner que se hizo de 2 millones de dólares en el 2008 sin que se le caiga la cara de verguenza?»

Esta vez  el senador por Santa Fé planteó  la esperanza de que “cuando se vayan no se hayan afanado la Casa Rosada y la Plaza de Mayo”. Acido puro después de las discusiones sobre la compra de dólares, que a su vez reactualizaron otros asuntos anteriores, pues,  como señala el diario El País, «el desprestigio del matrimonio presidencial crece semana a semana, a medida que se acumulan denuncias y escándalos por presunto enriquecimiento ilícito que amenazan con tapar cualquiera de sus iniciativas políticas».  Reutemann pegó sobre esa cicatriz.

El gobierno  no tiene política para el principal problema de la actualidad: la inflación creciente, en particular la que afecta a los sectores más humildes: el incremento de precio de los alimentos.  La carne, elemento básico de la dieta de los argentinos,  ha aumentad entre  un 30 y un 50 por ciento en los mostradores. El INDEC, después de “corregir” sus propias cifras, asegura que  el alza de la carne es del  7 por ciento y la inflación del 1 por ciento.  La mentira está tocando su límite.

Arrinconados por  su propia tendencia a la confrontación y al aislamiento, debilitados por sus problemas de caja, por su descrédito y por la creciente dispersión de sus fuerzas, desafiados por la acción de oposiciones que  aprenden a coordinar y a llegar a acuerdos por encima de sus diferencias, es difícil, sin embargo,  pensar que  los Kirchner traicionen su estilo y retrocedan.  O que busquen  un objetivo de unidad nacional constructiva. Es más plausible imaginar que  buscarán una nueva confrontación, alguna bandera en la que envolverse, como en su momento Galtieri quiso encontrarla en Malvinas, alguna “causa”  que apuntale el  “relato” heroico que en un momento les dio rédito y que hoy naufraga en la sospecha y acosado por los ladridos. Porque, como diría Borges “ … una canción de gesta se ha perdido en sórdidas noticias policiales. “

 

                                                               

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