Opinión Internacional

Los desafíos del nuevo año

Antes de cerrar  2010 Cristina Kirchner introdujo un nuevo cambio en su gabinete al incorporar a Juan José Mussi, hasta ese instante alcalde de Berazategui, como secretario de Ambiente, en reemplazo de Homero Bibiloni.  Desde la muerte de su esposo, a finales de octubre, la presidente  introdujo más de veinte modificaciones en su elenco y es probable que ese proceso no haya concluido con la mudanza de año.
Se ha iniciado el decisivo 2011, último tramo de este período presidencial, y la  señora sopesa la tentación de  presentarse como candidata a reincidir. Quizás  la promoción de  Mussi  sea una señal del deseo que prevalece: hace  menos de un mes, en la reunión del justicialismo bonaerense citada por Daniel Scioli en su residencia de La Plata,  Mussi, que aún revistaba como intendente,  reclamó un pronunciamiento a favor de  la postulación  presidencial de la señora de Kirchner; el gesto no consiguió acompañamiento del resto de los dirigentes  provinciales pero fue seguido con atención desde la Casa Rosada.
Inmediatamente después de la desaparición de Néstor Kirchner, los estudios demoscópicos sugerían que la perspectiva de la reelección sólo dependía de las intenciones de la presidente: su nombre  figuraba al tope de las encuestas y las intenciones de voto que se registraban, alentadas por la atmósfera del duelo,  parecían indicar que se impondría sin necesidad de pasar por el ballotage que el oficialismo siempre ha temido. Con esos números, hasta los jefes territoriales más remisos se preparaban (o se resignaban) a alinearse tras el nombre de la viuda en  la boleta electoral partidaria.
Pero las cosas cambiaron en vísperas del fin de año: el desborde de la disciplina social, las vacilaciones, marchas y contramarchas, las imprevisiones y deficiencias de gestión  expuestas en el crepúsculo de 2010  cambiaron el humor social y  provocaron un derrumbe  en las encuestas. El peronismo, más allá de las declaraciones públicas, puertas adentro se dispuso entonces  a  tomarse tiempo antes de definir candidaturas y eligió como argumento la vocación de “no presionar a la señora con pronunciamientos apresurados”. La propia presidente se sumergió en agobiantes incertidumbres: ella no pretende una candidatura testimonial,  susceptible de ser aplastada en una segunda vuelta; para postularse quiere tener razonables garantías de que será reelecta. Las dudas de la señora alarman, claro está, a muchos de sus colaboradores que, con  motivos, prevén que  su propio futuro se  ensombrece si la familia Kirchner deja el gobierno; en esos  ámbitos se incrementan los esfuerzos para devolverle la confianza, se contratan encuestas optimistas, se ofrecen planes, se  trata de contener sus titubeos con sesiones de reflexión ideológica, charlas económicas, descripción de  presuntas conspiraciones ajenas, información sobre opositores o eventuales adversarios internos.
Después de dos meses largos de  presidir el país sin la tutela de Néstor Kirchner, lo que más  aflige a  su viuda es la percepción, ante cada situación crítica,  de todos los hilos que han quedado fuera de control y la conciencia de que, sin esos elementos  de contención, la  situación del país puede adquirir por momentos  una vertiginosa volatilidad.
El disciplinamiento que Néstor Kirchner le había impuesto al sistema de fuerzas que conducía permitía establecer un cierto orden, así fuera precario, o liberar presión abriendo o cerrando algunas válvulas. Aunque crecientemente entrópico, ese sistema permitía contener un cuadro social que hoy, sin ese mecanismo, se muestra desbordantemente y  sin maquillajes. Hoy está a la vista  que un gobierno que ha contado durante su gestión con excedentes asombrosos (y con una no menos asombrosa ausencia de obstáculos institucionales para emplearlos a su capricho) ha alimentado en los últimos cuatro años un notable retroceso social, agravado por la creciente inflación. Desde 2007, uno de cada cuatro argentinos que habían conseguido trepar algo por encima de la línea de pobreza, volvieron a precipitarse: hoy las cifras son análogas a las de 2001 (y peores a las de la demonizada década del 90). La pobreza en el Gran Buenos Aires promedia el 37 por ciento (con picos del 49 por ciento). El promedio de la indigencia (insuficiencia para cubrir la canasta alimentaria mínima) ronda el 12 por ciento y asciende  al 17 por ciento en  el sector informal de la economía, donde no llega el subsidio “universal” a la niñez (dejando así al 60 por ciento de los menores de 18 años  sin ayuda).  En materia de  equidad distributiva –una asignatura de la que el gobierno insiste en preciarse-, el 10% de la población más rica gana hoy 33 veces más que 10% más pobre.
Los desafíos del 2011 superan, por eso, la esfera de lo electoral, aunque la incluyan. En primer lugar, el desafío es el de  volver equilibrado y gobernable un sistema que perdió su viga principal con la muerte de Néstor Kirchner. La autoridad se  erosiona rápidamente cuando no hay respuestas veloces y eficaces a demandas plausibles, se trate del restablecimiento del orden público, de poner fin a una usurpación, de restablecer la energía a domicilios o centros productivos, de dotar de billetes adecuados a los cajeros automáticos. Y esa erosión es más peligrosa cuando el  nivel de irritación pública es más alto.
Garantizada la gobernanza, se trata de  trabajar para su desarrollo y para el mejoramiento de la sociedad: es preciso recuperar la concordia y dejar atrás la etapa de la confrontación constante y la arbitrariedad. Hay desafíos en la recuperación de la confianza (y con ella, de la inversión), en la adecuada reinserción internacional y en la comprensión del mundo crecientemente integrado en el que  nos movemos, que castiga al aislamiento con la irrelevancia y la decadencia.  Hay un desafío acuciante que es detener y combatir la inflación, que  hace más pobres a los pobres ,  desalienta el ahorro y envenena toda apuesta al  futuro. Hay otro desafío relacionado con el castigo a la corrupción y otro vinculado a la seguridad ciudadana y la lucha decidida y eficaz contra el delito. El desarrollo de un auténtico federalismo, la integración física y la plena ocupación territorial, ofreciendo alternativas al desmadre demográfico que  concentra,  hacina y faveliza población  en porciones insignificantes de nuestra vasta extensión, son objetivos que, como los anteriores, requieren decisión, convergencia y acuerdos patrióticos, son tareas que trascienden la acción de una fuerza política o un gobierno.
La Argentina pudo ya una vez superar enfrentamientos civiles, ordenarse,  educar  e integrar a millones  de personas que llegaron a estas tierras, muchas de ellas sin hablar siquiera el idioma, ofrecer a su población un  destino de movilidad social ascendente y una sociedad de la que sentirse orgullosos. Si el país pudo hacerlo una vez, no hay motivo para que no pueda hacerlo nuevamente ahora, cuando el mundo ofrece  una gran oportunidad que varios de nuestros vecinos, con sentido común y sin desvaríos ideológicos, están aprovechando a pleno.
Quizás el principal desafío del nuevo año resida en tomar conciencia de que  la tarea es posible y poner manos a la obra.     
 

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