Opinión Internacional

Los perplejos, las ilusiones perdidas y los nuevos radicales

<p align="right"“Me faltó coraje para averiguar sobre las debilidades de los malos, porque descubrí que son las mismas debilidades de los otros”. “Así todo movimiento hereda los hijos de los otros”.
(Humberto Eco, 2003: pp. 65 y 194)

Los hombres y las mujeres viven, se aman, pelen y se matan por intereses egoístas, pero también por el altruismo de carácter religioso y / o político y por bienes simbólico e ideologías. La historia de los cismas religiosos mantiene paralelismo con las disensiones políticas. Humberto Eco, en El Nombre de la Rosa, muestra como las diversas herejías surgen, son diezmadas y resucitan incorporadas por las nuevas generaciones bajo diferentes denominaciones. Y esto ocurre no porque las discusiones bizantinas sobre la pobreza y la sonrisa de Jesús Cristo
tengan alguna importancia para el hombre sencillo.

No; el éxito de los herejes reside en la esperanza de que la vida pueda ser diferente, Esperanza que nace del desespero. Como dice el personaje de Humberto Eco, el fraile franciscano Guillermo de Baskerville: “Frecuentemente, para muchos de ellos, la adhesión a un grupo de herejes es apenas un modo como otro cualquiera de gritar el propio desespero». (p.149) Estas palabras nos remiten al siglo XIV.

Desde entonces, la política se emancipó de la religión, hombres y mujeres siguieron a profetas armados y desarmados, mataron y murieron por las verdades en las que creían y, sobre todo, por la esperanza de que el reino del cielo se realizase en la tierra. En el grito del desespero la utopía encontraba guarida.

Los perplejos

Vivimos en una época en la cual la esperanza se confrontó al miedo. Políticos e intelectuales insistieron en esa retórica. Sin embargo el agotamiento de la esperanza no le cede necesariamente lugar al miedo. Por lo general, le sigue el desespero, el escepticismo, la resignación o la perplejidad.

Tal vez porque los políticos e intelectuales están involucrados más directamente con los misterios del arte de gobernar, ellos sean los primeros en espantarse ante el espectáculo de la política. La derecha observa que el presidente Lula, contra los augurios más obstinados, logró domar el “riesgo Brasil” y garantizó la gobernabilidad, ampliando su base de apoyo con el manejo de los medios empleados para la persuasión de los políticos y los partidos. Y, cuando fue necesario, supo castigar a los “amigos” con la pérdida de posiciones y cargos en las instancias vinculadas al gobierno federal.

La izquierda también se quedó perpleja. A medida que pasó el tiempo, quedó patente que las perspectivas de cambio caían en el vacío de la rutina y el discurso gubernamental. La estrategia de la gobernabilidad le pareció la repetición de la política neoliberal, bajo el signo del continuismo. La izquierda petista evolucionó de la perplejidad visible en los primeros meses a la crítica abierta y al enfrentamiento directo con el gobierno y la mayoría de la dirección partidista. El resultado es conocido: rebeldes y radicales fueron encuadrados y, al extremo, expulsados bajo el argumento de la disciplina partidista.

No obstante, las apreciaciones de la izquierda petista no son condescendientes. Esto se hace evidente en las tesis presentadas en la última reunión del Directorio Nacional del PT [1] , realizada en los días 13 y 14 de diciembre de 2003:

“La política económica adoptada por el gobierno federal, hasta el momento, está siendo dominada no por la transición, mas sí por le continuismo”.(Articulación de Izquierda).

“No hay reforma agraria, el desempleo bate records y cae la renta de los asalariados, mientras continúa el deterioro de los servicios públicos”. (El Trabajo).

“El primer año del gobierno de Lula fue marcado por la construcción de un abanico de alianzas que incluyó ampliamente a sectores burgueses, por una política económica fundamentalmente conservadora, y, de otro lado, por avances limitados en la promoción de cambios” . (Social Democracia)

“un espectro ronda alrededor del PT, el de su disolución como sujeto político, como fuerza motriz que se debe retroalimentar de las energías emanadas de la sociedad civil democrática y de las referencias estratégicas del mundo laboral. De sujeto político en la campaña de Lula, caímos a la condición de sujeto pasivo en la relación con el Gobierno.

Estamos ahora a medio camino de tornarnos tan sólo en un objeto político y ente que homologa las decisiones emanadas del palacio de Planalto”. (Tendencia Marxista).

Para un gobierno que se eligió con la bandera de los cambios y el compromiso histórico de realizar las transformaciones que la sociedad brasilera requiere desde hace más de 500 años, once meses de política a contramano de ese proceso, nos trajeron grandes problemas. El más grave es la tendencia a la división de nuestra base social organizada, como resultado de esa extraña metamorfosis que empuja al PT hacia una situación cada vez más difícil de pérdida de identidad y que va retirando de nuestro gobierno las condiciones de realizar los verdaderos cambios estructurales de la sociedad”. (Brasil Socialista)

Lo que luce como, salvo casos individuales, el tiempo de la perplejidad ya pasó. Sin que se considere a quienes, por razones obvias, apoyan al gobierno y participan en él desde el inicio y apuestan a que este se enrumba en la dirección cierta (el denominado Campo Mayoritario); e, incluso los deslumbrados, en especial aquellos intelectuales que parecen redimirse ante la imagen del ex obrero; queda apenas la crítica interna.

La crítica pública está bajo sospecha. Las expulsiones ya demostraron que la política oficial petista es la del “amigo-enemigo” y que, por lo tanto, no se admitirá, a nombre de la disciplina y de la gobernabilidad, la crítica de los “amigos”; éstos tienden a ser clasificados como herejes y son sometidos a los castigos que quepan.

Ante esto, la tarea de la izquierda que insiste en disputar posiciones políticas en el partido, en la medida en que éste actúa sin pudor como correa de transmisión el gobierno, es hercúlea.

Las ilusiones perdidas

El desespero tiende a la desilusión , para muchos, la elección de Lula representó el último suspiro de la esperanza y su gobierno resultó ser decepción y dolor, Muchos se preguntan si habrá valido la pena los años dedicados a la militancia. Es comprensible. Al final. Son vidas que se consumieron en reuniones y actividades partidistas de todos los tipos que dieron lugar a la elección del Compañero Presidente.

Los más susceptibles a sufrir las amarguras de la realidad, tal como la leen, son los directamente engranados en la militancia. Unos rompen y se recogen; otros articulan un nuevo partido. Unos y otros rehúsan el sacrificio del intelecto, es decir, el tener que renunciar a la crítica. Entre los que se apartan del petismo hay quien sea digno del elogio concedido a Cyrano de Bergerac “No debes lastimar a quien vivió sin pactos libre en su pensar y libre en sus actos”. (ROSTAND, 2003: 296)

Entretanto, no deje de ser notable que tanto los perplejos como quienes perdieron sus ilusiones confunden las críticas pertinentes con las cobranzas equivocadas: tenemos a quienes añoran el pasado que critican al PT por romper con y negar sus orígenes e imaginan que el partido manchó el espíritu revolucionario que, según parece, fue incubado en sus orígenes, reafirmado en llamados genéricos a un socialismo indefinido y sintetizados en resoluciones políticas cuya retórica expresa el consenso posible entre las diversas tendencias internas que permanecieron en el partido y se adaptaron a sus mutaciones. El partido que critican no existe desde hace mucho tiempo y, bajo ciertos aspectos, nunca existió.

En la práctica partidista real de creciente acomodo a las exigencias del juego electoral, la izquierda martilló el discurso crítico, el apego a la raíces y las declaraciones de fidelidad al socialismo. Pero la dinámica generada por la practica electoralista y, simultáneamente, el crecimiento del aparato partidista y de su inserción en el Estado, se mostró capaz de absorber la crítica: esta termina reduciéndose al discurso pretendidamente radical reafirmado en los encuentros y congresos oficiales del partido; los críticos, como partícipes de la maquinaria partidista y estatal, terminan modelando la crítica o anulándola ante las necesidades concretas impuestas por las disputas internas y por la acción electoral.

Como ejemplo, observemos el silencio de la izquierda petista ante la campaña de “paz y amor” de Lula, a nombre de la viabilidad de la victoria; ahora, exigen que callen a nombre de la gobernabilidad.

Mientras tanto, tal vez la mayor equivocación de los desilusionados consista en cobrarle al gobierno de Lula una postura política negada en la propia trayectoria del PT en los últimos años y, principalmente, en la campaña electoral. Y esto es particularmente curioso entre los intelectuales. Éstos, en rigor, deberían ser los más preparados teóricamente para analizar los fenómenos sociales y como tales no deberían tomar el efecto como causa.

El PT que ahora conjuran es el mismo PT burocratizado y electoralista de los años 90. La política petista en el gobierno federal es el desenlace de la involución del partido durante estos años; de su práctica administrativa frente a las alcaldías; de su política de alianzas cada vez más flexibles; del proceso de burocratización creciente y del usufructo de los recursos públicos; en fin, de su estrategia de acumulación de fuerzas anunciada en el V Encuentro nacional en 1987, la cual pasó a ser entendida como acumulación de condiciones para llegar al gobierno federal.

Esa política fue sintetizada por Lula en su campaña electoral. A pesar de caer en el riesgo de redundancia, es preciso decirlo: la desilusión es propia de quien tiene ilusiones. Ahora bien, quien tomó al PT y a Lula por lo que ya no son más desde hace mucho tiempo; quien tomó al discurso de Lula por lo que él no dice; quien imaginó que la única alternativa era la esperanza o el miedo y que la esperanza significaba todo lo que fue constantemente negado por la trayectoria del PT, todos ellos alimentaron ilusiones y, por lo tanto, se desilusionaron.

Si la ruptura de los desilusionados está motivada por aspecto coyunturales, se equivocaron doblemente, Al final, la política da vueltas y lo que es criticado hoy puede ser olvidado por los buenos resultados mañana. Quienes se desilusionan deben saber que la política se pauta principalmente a través de la ética de la responsabilidad, es decir, a través de los resultados conquistados.

En resumen, la salida del PT, si bien justificable ante la crítica, es tardía. Por lo tanto, como dicen los “sencillos”: “más vale tarde que nunca”. Mejor es la decisión de buscar otros rumbos y vivir la vida, que persistir en el papel de plañideras.

Observamos que los “sencillos” mantienen la esperanza y, a pesar de en definitiva se decepcionen, poseen inmensa capacidad de renovarla. Tal vez ello se explique por la propia condición de vida de los “sencillos”, quienes no tienen tiempo para los análisis políticos y filosóficos.

Las necesidades inmediatas son más fuertes y permanentes de las de los gobiernos y los profetas de cada época y tienden a generar el desespero: la esperanza renovada es su antídoto.

Los nuevos radicales

Hay dos maneras de hacer política. O se vive “para” la política o se vive “de” la política. En esa oposición no hay nada de exclusivo. Muy al contrario, en general se hacen ambas cosas al mismo tiempo, “tanto idealmente como en la práctica”, escribió Max Weber (1993: 64). Invariablemente, unos y otros necesitan fundir los intereses particulares con los intereses universal y viceversa.

Luego, dejando de lado a los oportunistas, aduladores y a aquellos capaces de vender el alma para saltar a una posición que dé status y poder, incluso los más idealistas, los que defienden una ideología y hacen de la política la esencia de su vivir, mismo esos se hallan expuestos al reino de las necesidades. Y, por más franciscanos que parezcan ser, sería absurdo exigirles que vivan como tales.

Como las órdenes religiosas que nacen de un gesto de abnegación de su fundador (o sus fundadores) y, al evolucionar, acumulan capital económico y capital simbólico, los partidos políticos tienden a burocratizarse y a enriquecerse negando el status original. El vínculo con el pasado es mantenido por el mito del origen, por la retórica; en muchos casos, incluso los escrúpulos se pierden, esto es, la necesidad de encubrir la práctica conservadora con el discurso pretendidamente fiel a los objetivos que motivaron su fundación.

El militante político abnegado, como el religiosos, que sirve sinceramente a la causa que abraza, también vive de ella. Vivir “para” la causa y vivir “de ella” es una diferencia muy sutil, puesto que una amalgama la otra. ¿Cómo dudar de la sinceridad de quienes dedican la vida a una ideología? ¿A caso podrán ser condenados porque su situación económica y social presenta mejorías?.

Si alguien conquista un cargo y, por eso, goza de privilegios y recursos financieros prohibitivos para la mayoría de sus compañeros, ¿no es esto una consecuencia natural de su militancia? ¿No fueron acaso sus compañeros quines lo colocaron allí?
Max Weber destaca que el aspecto económico es la cuestión esencial para que entendamos la condición de hombre político. “De aquél que ve en la política una fuente permanente de rentas, diremos que “vive de la política” y diremos, en el caso contrario que “vive para la política”. (Ibid.: 65). Por lo tanto, cuanto mayor sea la independencia económica del hombre político, mayor será la posibilidad de que éste “viva para la política”; mientras menos independiente, mayor será la tendencia para que se haga de la política un medio de vida, es decir, para que se viva de ella.

No dudamos de la sinceridad de los idealistas y pragmáticos que se dedican a la causa política. Resaltamos apenas que sus necesidades concretas nos impelen a que vivan de la política. Esta pasa a ser fuente de ascenso económico y social, posibilidad de empleo y de ejercicio de poder. Más allá de las dificultades políticas y coyunturales, es este uno de los factores que impiden la ruptura definitiva con la condición de petista.

¿Cómo desencajarse de las posiciones ocupadas en el legislativo, en los ejecutivos (desde el ámbito municipal) y en el aparato del partido? ¿Y si el abandono de la leyenda petista significare la imposibilidad de la reelección o de la posibilidad de, finalmente y después de tantas luchas, ascender a un puesto público? Es muy difícil.

Por otro lado, permanecer en el lecho petista significa mantenerse en ruta de colisión con la dirección mayoritaria y con el gobierno de Lula. Si la Reforma de la Previsión produjo las primeras purgas de la “Era Lula” y la disidencia que organiza un nuevo partido y también a quienes optan por un camino solitario, vendrán otras polémicas y se anuncian en el horizonte político.

¿Cómo se comportará la izquierda petista? ¿Hasta donde será ella capaz de asentir a nombre de la gobernabilidad? ¿Cuál es el límite entre la crítica aceptable por la burocracia petista y aquella caracterizada como asunto disciplinario? ¿Será que la izquierda petista, en año electoral, tendría la osadía de romper con una leyenda que ha demostrado tener fuerza electoral y que , según se anuncia, ampliará aún más su inserción en los gobiernos y legislativos municipales?

La izquierda petista, en su conjunto, tiende a continuar en el PT con los mismos argumentos justificativos, con la retórica crítica, la práctica institucional motivada por los mismos objetivos electorales y sometida a las exigencias de la gobernabilidad, esto es, equilibrándose en la cuerda floja entre la crítica y la observancia de la coerción de la mayoría. Las deserciones, por lo tanto, tienden a ser individualizadas o restringidas a pequeñas agrupaciones regionalizadas.

Presionada internamente por la política mayoritaria y prisionera de la propia dinámica de burocratización y crecimiento electoral y del poder económico del partido, la izquierda petista sabe que no puede dejar de considerar la posibilidad de éxito del gobierno de Lula.

Nótese, además, que el Campo Mayoritario petista analiza la estrategia lulista como una necesidad dictada por las condiciones económicas heredadas del gobierno anterior, justificada por la preeminencia de la estabilidad económica y la garantía de la gobernabilidad. Hay en las huestes mayoritarias un optimismo que contrasta con el escepticismo y la crítica de adentro y afuera del PT:

“La garantía de la gobernabilidad, la retoma del desarrollo económico, la recuperación de la soberanía nacional y la implantación de los programas sociales y de redistribución constituyen la síntesis del cuadro positivo que el gobierno del Presidente Lula está afirmando en el país después de casi un año de poder. Con eso, la desconfianza fue vencida, la crisis está quedando atrás, el orgullo nacional está siendo restaurado y la esperanza de que Brasil será más justo y equitativo está siendo renovada. A pesar de las dificultades, de los sacrificios y de los enormes desafíos por vencer, el pueblo percibe que Brasil está en el camino correcto y que el gobierno tiene rumbo, tiene programa y tiene objetivos. El pueblo percibe que Brasil está caminando de forma resuelta en el sentido de los cambios, que son revindicados y esperados desde hace años y que siempre fueron postergados. Cambios en proceso, sin sobresaltos para la sociedad, sin desestabilizar políticamente al País y sin desorganizar la economía, como siempre enfatizaron el presidente Lula, el gobierno y el PT. Cambios, que ahora están dejando de ser expectativas, promesas, para convertirse en realidad”. [2]

Para la mayoría petista el proyecto de cambio está en curso y se construyeron las condiciones necesaias para su consoliodación. Por otro lado, la izquierda petista está llamada a corresponzabilizarse con la política gubernamental y sus críticas tienden a ser catalogadas como propias de los “enemigos”, de quienes le hacen el juego a la derecha y contribuyen a desestabilizar el gobierno.

En la esencia, es el argumento de la sumisión a la disciplina, esto es, a la mayoría que sustenta al gobierno y se funde con él. De la izquierda petista surgen los nuevos radicales. La diversas tendencias petistas sufren la presión de las opciones poleiticas externas al PT, en especial del nuevo partido que se gesta y canaliza las espectativas individuales y colectivas, de agrupaciones ávidas de constituirse en la alternativa histórica al petismo considerado esclerosado.

Como lo demuestra la historia de la izquierda, ella se alimenta de los propios hijos. Así, las disidencias disputan a los cuadros de las organizaciones más estabilizadas, colocándose como receptáculo para los descontentos y los nuevos radicales. El cismático tiende a verse como expresión de la tradición revolucionaria traída o negada e instrumento de rescate de la radicalidad perdida en el proceso de institucionalización de la organización madre.

Si la revolución devora a sus propios hijos, la izquierda se alimenta de la misma fuente. Es cierto que determinadas coyunturas sociales producen una generación dispuesta a vivir “para” y “de la” política. En los años 1970-80. el ascenso de las luchas sociales, la demanda de libertades democráticas y un cierto romanticismo idealista, empollaron la vieja y a la nueva generaciones canalizando energías y sus sueños para la construcción del Partido de los Trabajadores e instituciones como la CUT.

Sin embargo, con el pasar de los años, la militancia política se tornó, cada vez más, en una actividad restringida únicamente a la minoría incrustada en los aparatos institucionales del partido y del Estado. En la medida en que los movimientos y las organizaciones conquistaron espacios se enfriaron las energías que los nutrían. En otras palabras, los partidos de izquierda agotaron el manantial, envejecieron y, junto con el debilitamiento del ímpetu de cambio, entendido por unos como reformismo, por otros como revolucionario, se agotó la capacidad de renovación a partir de la incorporación de las nuevas generaciones.

Es verdad que los partidos, en especial el partido de los Trabajadores, no se resintieron con la nueva realidad. Por el contrario, el partido se profesionalizó, perfeccionó el mercadeo y concentró su acción en los períodos electorales.

La “vieja” militancia que pegaba cartelones, pintaba paredes, hacía la campaña electoral y nutría la vida del partido en los períodos entre las elecciones se incorporó al nuevo patrón, pasó a depender económicamente de la organización y a vivir en función de ésta –la organización-medio se transformó en un fin en si. Los de la “vieja generación” apegados aún a los principios de lo primordial del petismo intensificaron el papel de críticos.

La coyuntura es desfavorable para los nuevos radicales, y éstos no son tan nuevos así. En viejas o nuevas organizaciones, cuando se encuentran, siempre son los mismos. Con todo eso, ellos expresan la herejía que resiste y resurge bajo nuevas formas y denominaciones, Los herejes siempre son minoritarios y representan la elección más difícil. De ahí la fascinación que irradian.

NOTAS

[1] Las tesis, ocho en total, fueron publicadas, en el sitio web del Partido de los Trabajadores: http://www.pt.org.br, en el 09.12.03; se tuvo acceso al mismo el 10.12.03.

[2]: Tesis: “O Governo Lula e as Perspectivas para 2004”. Campo Majoritário – Chapa: Um Outro Brasil é Possível.

Referencias bibliográficas.

ECO, Umberto. (2003) O Nome da Rosa. Rio de Janeiro: O Globo; São Paulo: Folha de S. Paulo.

ROSTAND, Edmond. (2003) Cyrano de Bergerac. São Paulo: Nova Cultural.

Tese: «Balanço de um ano, rumo a 2004». Assinada por Markus Sokol e Laércio Barbosa.

Tese: «Contribuição ao debate – Balanço de 1 ano de governo». Tendência Democracia Socialista.

Tese: «O Primeiro Passo». Tendência: Ação Democrática Chapa: Por um socialismo democrático.

Tese: «O PT Agora». Tendência Marxista (TM).

Tese: «Texto para discussão interna – Movimento PT». Assinada por Romênio Pereira, com a contribuição da Tendência Interna Movimento PT.

Tese: «Uma nova etapa histórica». Assinada por: Valter Pomar, Iriny Lopes, Sonia Hypolito, Marlene da Rocha, Júlio Quadros, Valtecir de Castro e Múcio Magalhães.

Tese: “O Governo Lula e as Perspectivas para 2004”. Campo Majoritário – Chapa Outro Brasil é Possível; com o apoio de: Ricardo Berzoini – Membro do DN e Ministro da Previdência Social; Francisco Campos – Secretário Nacional de Mobilização; e Alex Paixão – Membro do DN
Tese: “Por uma Estratégia de Governo Democrático-Popular: uma crítica a Estratégia do «Risco Brasil». Tendência Brasil Socialista.

WEBER, Max. (1993) Ciência e Política: duas vocações. São Paulo, Editora, Cultrix.

Publicado en:

Revista Espaço Acadêmico – Nº 33 – Febrero / 2004 – Mensual – ISNN 15119.6186

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