Opinión Internacional

Obama – Más allá de los sueños

Noche del 3 de enero de 2008, Iowa, Estados Unidos de América. Un candidato presidencial de piel negra se encuentra solo en el podio, rodeado de miles de personas que corean su nombre con pancartas con la palabra “Cambio”. Los aplausos no parecen terminar. El candidato agradece varias veces al público y comienza: “dijeron…”, el público aplaude; luego repite “dijeron…” seguido de más aplausos. Está esperando el momento correcto para decir su primera frase en un día en el que no pocos se atrevieron a llamar histórico. En un día en el que muchos recordaron al Reverendo Martin Luther King. Finalmente logra terminar la frase afirmando: “Dijeron que este día nunca iba a llegar”. “Dijeron que nuestras aspiraciones eran demasiado grandes”. “Dijeron que el país estaba demasiado dividido, demasiado desilusionado para unirse por una meta común”. Le siguen grandes aplausos y emociones que sólo las pueden entender aquellas personas que hayan luchado largo tiempo por una meta que parecía absolutamente imposible de alcanzar, pero que creían y combatían con una fuerza que atravesaba barreras raciales y establecimientos políticos. Quizás sólo ese instante pueda expresar en gran medida la importancia de una noche en la que un candidato con un nombre tan amenazador como el de Barack Obama, de padre africano, absolutamente desconocido en la arena política de los Estados Unidos, ganase la primera elección primaria del partido demócrata en un estado con una población netamente blanca y rural, y teniendo como contrincante a la todopoderosa marca registrada de los Clinton.

Más adelante en su discurso, Obama exclama que fue la esperanza la que lo trajo aquí, teniendo un padre de Kenia, una madre de Tejas y una historia que sólo podía ocurrir en el país que lo vio nacer. Y cuando menciona su historia, está hablando de una infancia humilde viviendo con sus abuelos en Hawai, o con su padre adoptivo asistiendo a una escuela pública en Indonesia. Está hablando de una adolescencia que por un momento casi se pierde en las drogas, de grandes deudas para poder pagar sus estudios universitarios, y de su decisión de trabajar como organizador comunitario en las calles de una deprimida Chicago. Son frases que ya ha mencionado antes, y que se empezaron a escuchar en la Convención de los Demócratas en el 2004, cuando en un discurso inspirador, habló de ir más allá de las divisiones partidistas, de no hablar de conservadores o liberales, ni de izquierda o derecha, ni de divisiones raciales, de blancos, negros, latinos o chinos, sino de hablar con una voz unísona, pues sólo esa voz sería capaz de curar los males de una nación resquebrajada, herida, e inmersa en un momento difícil y en una guerra injusta.

Y es esa guerra injusta, la guerra de Irak, uno de los temas políticos que Obama utiliza más frecuentemente para diferenciarse de los demás. En octubre de 2002, seis meses antes del inicio del conflicto irakí, Obama participa en una marcha anti-guerra en una época en la que todos temían ser llamados traidores y antipatriotas, y da un discurso lleno de rabia por lo que él consideraba una guerra basada en la pasión y la política, y no en la razón y los principios. Su discurso arriesgó su candidatura a la elección al Senado norteamericano, contrariando a muchísimos miembros de su partido, pero cinco años después es su argumento para mostrar la coherencia de sus acciones, independientes de la corriente de pensamiento del momento.

Independientemente de las tendencias o de las creencias políticas, Obama es una fuente de inspiración y aprendizaje a nivel personal y nacional. Su historia nos enseña a creer y luchar contra los prejuicios, los dogmas, el conocimiento superficial y las enseñanzas que nos puede brindar la política en otros países, pues a pesar de todas las justas críticas hacia el país norteamericano, difícilmente su victoria hubiera podido ocurrir en otro país del mundo. Los periódicos alrededor del globo no escribirían de Obama, si las primarias de un partido no consistieran en una elección popular que se inicia en un pequeño estado, brindando igualdad de oportunidades a todos los candidatos de ir pueblo por pueblo, reunión en reunión, para conocer directamente a sus ciudadanos. No hubiera sido posible, si las elecciones no motivaran a sus candidatos a tener una innumerable cantidad de debates con audiencias nacionales, usando los medios de televisión, radio e Internet, y permitiendo a cada futuro votante decidir, con cierta autonomía, que candidato comparte sus valores, sus preocupaciones y sus necesidades.

Desde sus inicios, la candidatura de Obama fue considerada una candidatura simbólica, pues se enfrentaba a la mundialmente conocida Hillary Clinton. Hillary es sin duda una mujer con una gran preparación y talento político, y que durante todo el año pasado mostraba ventajas en las encuestas de entre veinte y treinta puntos. Su esposo es un hombre respetado por su desempeño político a nivel nacional, especialmente dentro de la comunidad negra, y por sus esfuerzos internacionales, incluyendo sus contribuciones caritativas organizadas dentro de su fundación. Hillary fue la candidata de-facto durante años en el partido demócrata y casi nadie hubiera apostado que otra persona, especialmente un Obama, se le hubiera podido cruzar en sus aspiraciones.

En la noche del 12 de febrero, Obama ganó su vigésimo primer estado en Washington, DC y estados aledaños, con mayoría de votantes de todos los colores, edades y estratos sociales, superando por primera vez a Hillary en votos por la candidatura. Hoy por hoy, cualquiera de los dos puede ser el candidato demócrata, y sin importar lo que ocurra, su primera victoria en una gélida noche de Iowa quedará grabada en las mentes de todos aquellos que luchan y sueñan con una sociedad que no juzgue a las personas por su color de piel, religión, condición social o poder político, sino por sus ideales, principios y capacidades. Un sueño por el que se debe seguir luchando en todo el mundo, incluyendo nuestro país Venezuela.

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