Opinión Internacional

¿Política exterior de Estado?

Quizás la diferencia más significativa sea la del uso del petróleo como arma política
Comparar la política exterior de la última década con la del período democrático anterior escapa al espacio de las presentes líneas. Sin embargo, podemos señalar en primer lugar que nuestra política exterior ha pasado de ser una política de Estado, donde los intereses nacionales que la fundamentaban se definían de manera consensuada, a constituir una política exterior gubernamental o de partido dirigida a la consecución de determinados objetivos políticos.

Como fundadores de la ONU, nuestra política exterior puso énfasis en el fortalecimiento y la democratización de numerosos organismos internacionales en los cuales la voz del país era respetada y tomada en cuenta. Nuestra participación en el Grupo de los 77, en el Consejo de Seguridad y en la UNCTAD fue objeto de reconocimiento y consideración. Siguiendo preceptos constitucionales, realizamos nuestros mejores esfuerzos por la promoción de la democracia a nivel mundial y nuestra inclinación pacífica nos llevó a jugar un papel primordial en la conformación de salidas negociadas a diferentes conflictos en Centroamérica y en otras partes del mundo. El irrestricto apoyo al desarrollo de instancias protectoras de los derechos humanos y la invalorable contribución al establecimiento de la Corte Penal Internacional, que marcó un trascendental hito en el desarrollo jurídico internacional, son generalmente reconocidos. Nuestra vocación integracionista nos permitió beneficiarnos durante décadas de iniciativas como la ALADI, la CAN y el G-3. Durante esas décadas, Venezuela mantuvo cordiales y fructíferas relaciones diplomáticas con numerosos países de la comunidad internacional dentro de la mayor independencia y respeto de sus intereses y derechos.

Por el contrario, la política exterior actual constituye una visión única de los intereses políticos del Gobierno de turno, que no del país entero, sino de las necesidades y objetivos inmediatos de carácter político de un régimen. El sistemático desmontaje de los esfuerzos de integración, sin que se vislumbren alternativas reales de participar en otros esquemas, tan sólo para ser reemplazados por una entelequia que sirve a propósitos totalmente distintos, nos lleva a una situación de aislacionismo regional. El reemplazo de la tradicional relación de amistad con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, por nexos de insospechadas intenciones y propósitos con países considerados como Estados forajidos y abiertamente antidemocráticos, nos conduce igualmente a un irremediable aislamiento internacional.

Pero quizás la diferencia más significativa sea la del uso del petróleo como arma política, siendo extremadamente generoso para obtener beneficios o restringiendo su suministro para castigar, no a nuestros principales compradores, por supuesto, porque equivaldría a suicidio, sino a pequeños países altamente dependientes del suministro de energía.

Por último, es imposible no referirse a la destrucción del Servicio Exterior profesional y de carrera construido a lo largo de cuatro décadas, y su conversión en la prolongación de una ineficiente burocracia, que ni analiza ni asesora en la concepción y ejecución de una política exterior cada vez más en manos del jefe de Estado. De igual manera, el estilo de nuestra diplomacia, cuyas características sería superfluo detallar, ha hecho un daño irreparable a la imagen y credibilidad del país, ya que en diplomacia, tal vez como en ninguna otra disciplina, la forma es también el fondo.

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