Opinión Internacional

Prostituidos

–¡Llévesela al Tropicana! -me dijo.

Me alistaba para salir en el único tour que agarré durante mis tres días allí. Era ya de noche y bajé a la planta baja del hotel para tomar la cena que pre pagué en el paquete de viaje a La Habana. La cola para pasar al restaurante era algo larga. Vi la hora en mi reloj y presumí que si entraba a cenar me iba a dejar el bus de turismo que me llevaría al show del night club Tropicana.

Además, había observado que tampoco en el hotel era apetitosa la comida que se ofrecía en el mostrador del restaurante. Es un hotel del que ahora no recuerdo el nombre, pero que evidencia ser tres estrellas y está ubicado en una de las esquinas contiguas al extenso malecón habanero. Como es tarde y las opciones para comer que se ofrecen definitivamente no me atraen, me decido por un sánduche y un refresco en una barrita portátil ubicada al otro extremo del amplio salón de recepción del hotel.

Dudé de que hubiese allí un sánduche, pero lo hubo y debo decir que muy bien preparado. Lo acompañé con una gaseosa local de sabor semejante al de las colas refrescantes que conocemos en Venezuela.

Al aproximarme a la barra un joven me ofrece amablemente su banqueta. Le digo que está bien, que se quede allí, pero la abandona y entonces la tomo. Él se recuesta de pie a la barra y se acuña al lado de una muchacha también joven. Al sentarme, ella queda a mi lado derecho. Pido al cantinero el sánduche y el refresco, y al poco el joven me pregunta adónde voy. Me hago el desentendido y no respondo. La muchacha no me aparta de su vista desde el momento en que me fue cedido el puesto y se me arrima discretamente. Por tercera o cuarta vez, el joven me pregunta adónde voy, y termino diciéndoselo:
–Voy al Tropicana.

Entonces de inmediato me dice que la muchacha puede acompañarme. ¡Llévesela al Tropicana! Ahora soy yo quien se aproxima a la chica. Me acerco a su rostro y le pregunto en voz baja:
–Y este, quién es, ¿el mánager?
–No. Es mi hermano -me responde.

– ¿Tu hermano o tu amigo?
–Es mi hermano. Somos hermanos.

Ofrezco esta anécdota porque hay personas que no terminan de creerlo. Entre otros males sociales, la revolución en la Cuba de Fidel acabó con la prostitución organizada como negocio en meretricios, night clubes y casinos de tiempos del dictador Batista, pero con la miseria que ha crecido con el comunismo y el bloqueo económico que se le agregó, buenas mujeres y caballeros miembros de familia se prostituyen en las calles por necesidad y se van a la cama por un frasco de perfume o por algún otro producto o servicio que sirva para el trueque.

Aunque mal de muchos es consuelo de tontos, habrá quien diga que de dónde tanta santurronería, si es que en nuestro país también hay prostitución y todos lo sabemos.

No obstante, al menos yo, no había visto nunca a un hombre lanzando a su hermana de carnada para el comercio sexual, lo cual es una insoportable degradación moral y el sojuzgamiento de la mujer a otra forma de esclavitud que ciertamente es común en muchos lugares.

La substancia es que, del modo cómo ha sido descrita, la prostitución abunda en países donde la pobreza extrema cunde y el hambre y la necesidad se tragan a la dignidad por muy Patria o Muerte que ésta sea.

Ojalá y no sea cierto, pero aseguran que por allí empezamos a transitar con la revolución venezolana.

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