Opinión Internacional

Reflexiones a 30 años de la Guerra del Yom Kippur

(%=Image(6245487,»R»)%) Al cumplirse 30 años de la llamada “guerra del Yom Kippur” se dio a conocer un hecho que hubiera alarmado grandemente al mundo en plena guerra fría, pero que se supo apenas recientemente. La noticia hubiera puesto los pelos de punta a muchos líderes mundiales, pues en esos terribles días, cuando Israel estuvo a punto de ser derrotada por los ejércitos egipcios y sirios, esa nación contempló seriamente el uso de bombas atómicas contra sus enemigos.

Esta sorprendente información provino de buena fuente, pues se trata nada menos que un asistente de Moshe Dayan, el general vencedor de la guerra de 1967 y quien en ese momento era ministro de la defensa. Dicha fuente le relató al escritor judío Avner Cohen, experto en asuntos bélicos del mediano oriente, quien relató en el New York Times como Moshe Dayan propuso el uso de armas atómicas a la primer ministro Golda Meir, como una demostración de fuerza o una medida de último recurso si los eventos se tornasen críticos y el estado judío se veía en peligro de desaparecer. Ciertamente, el ataque conjunto egipcio-sirio tomó por sorpresa al gobierno israelí, ya que sus servicios de inteligencia subestimaron la preparación militar de esos países, además de la determinación de los árabes de compensar su desastrosa debacle en 1967 con alguna victoria en el frente de batalla, aunque resultara sólo psicológica.

Días atrás el Rey Hussein de Jordania –que ya no emprendería nuevas acciones contra Israel después de esa humillante derrota- había advertido confidencialmente a Golda Meir la posibilidad de un ataque, pero la mandataria nunca se lo esperaba justamente en las festividades del Yom Kippur, día sagrado del calendario judío. La sorpresa fue fríamente calculada por los árabes -quienes conocían la mentalidad judía- y decidieron cruzar el canal de Suez en sus puntos débiles, adentrándose rápidamente en la península del Sinaí, ocupada por Israel desde la guerra anterior. El ataque fue tan fulminante que los egipcios rompieron la línea defensiva Bar-lev (considerada como su línea Maginot en el Sinai) destruyendo más de 400 tanques israelíes y 50 aviones en la arremetida. Simultáneamente, Siria martillaba con fuego de artillería las Alturas del Golán, también en poder de Israel desde 1967, entrando luego con una columna de tanques y destruyendo 100 tanques adicionales israelíes y varios aviones.

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Habían muerto centenares de soldados israelíes en la arremetida inicial y se decidió acudir a los reservistas, algo que demuestra la desesperación israelí. Ante un panorama tan sombrío, Dayan arguyó que se necesitaba una medida heroica para salvar la situación y que eso significaba recurrir a sus poderosas bombas atómicas, desarrolladas en los años 60 con asistencia inicial francesa y ahora fabricadas en una instalación secreta del desierto del Negev, cuya ubicación se confirmó en la última década gracias a un informe de un desertor pacifista, todavía detenido en Israel hoy día. Incluso, Dayan mandó a preparar los cohetes que podrían cargar indistintamente ojivas explosivas o atómicas, quizás para recalcar su predicción pesimista sobre la terrible situación e impresionar a sus tutores estadounidenses.

Pero Golda Meir no estaba convencida de una medida tan drástica y contaba en que con apropiadas tácticas militares y una oportuna ayuda norteamericana pudiera revertir la guerra a su favor. Después de su reelección en 1972, Nixon estaba en plena crisis del escándalo Watergate pero encargó a Kissinger –diplomático judío y gran conocedor de la región- para que Israel recibiera urgentemente asistencia logística y pertrechos bélicos norteamericanos –incluyendo cazabombarderos-, con los cuales la guerra tomó rápidamente un nuevo cariz. No pasó lo mismo del lado árabe, ya que los abastecimientos rusos fueron más escasos… y más lentos en llegar.

En dos semanas las fuerzas egipcias fueron rodeadas en Suez y el Sinaí, obligándolas a una rendición, mientras las fuerzas sirias retrocedieron hacia el territorio sirio. Incluso, el ejército israelí cruzó el Canal y estaba ya en territorio egipcio a unos 60 km de El Cairo, mientras en Sira avanzaron a apenas 30 km de Damasco. Al poco tiempo, y con la intermediación de las grandes potencias y la ONU se firmaba un armisticio entre las naciones beligerantes. Con este acuerdo, ninguna de las partes podía reclamar la victoria, y aunque Israel hubiera podido humillar nuevamente a sus vecinos, cedió a la presión de Washington y aceptó el armisticio.

Los resultados de esa guerra fueron devastadores, pues había causado más de 20 mil muertos entre las tres naciones, y había costado unos 7 millardos de dólares para ambos lados, aunque la facción árabe fue financiada casi totalmente por Arabia Saudita. Otra consecuencia importante fue que, a mediados de octubre, las naciones árabes de la OPEP impusieron un embargo al petróleo dirigido a las naciones occidentales que apoyaron a Israel, una acción insólita que hizo cuadruplicar en poco tiempo los precios del petróleo y causó elevados índices de inflación en todo el mundo..

En los años siguientes se concretó -bajo la égida de Jimmy Carter- una paz duradera entre Israel y Egipto, en acuerdo firmado por Begin y Sadat, donde se restituía el Sinaí a los egipcios a cambio del reconocimiento diplomático mutuo. Este tratado fue considerado una traición en el lado árabe, pues sin la participación egipcia era impensable una nueva guerra contra Israel, lo cual significó que los palestinos, liderados por la OLP de Arafat decidieran recurrir al terrorismo en lo sucesivo, pues –dada su debilidad mlitar- era la única opción que le quedaba sin aceptar pasivamente la ocupación o las condiciones leoninas de Israel. Esta actitud se evidenció a todo lo largo de las siguientes décadas y hasta la actual intifada o rebelión popular, hecho aprovechado por grupos terroristas islámicos que dominan la escena en Palestina, así como por los radicales judíos que desean conservar los territorios ocupados, impidiendo cualquier proceso de paz, tal como se está evidenciado en los actuales momentos. Así, en parte como una consecuencia de la guerra del Yom Kippur, se llegó a la incierta situación actual, con un estancamiento y retaliaciones mutuas que están destruyendo la economía de palestinos e israelíes, y con centenares de muertes inocentes de ambos lados. Mientras el liderazgo israelí permanezca en manos de los conservadores –que promueven muros y nuevos asentamientos en zonas ocupadas- y la debilitada autoridad palestina no logre controlar a los grupos extremistas, es obvio que no habrá paz en la atribulada región.

Así, una guerra que había empezado mal para Israel se convirtió en una nueva victoria, la cuarta desde la creación del estado judío, si se incluye la crisis de Suez de 1956. En dos guerras anteriores, la de 1947 y 1967, Israel había tomado la iniciativa y había ganado, pero esta vez los árabes habían aprendido la lección de que se necesitaba usar elemento sorpresa si querían lograr algo, aunque arriesgaron una retaliación atómica en esta oportunidad. Pero gracias a la sensatez y prudencia de una estadista como Golda Meir –desoyendo el consejo de un halcón como Dayan- se evitó que la guerra escalara hacia una confrontación nuclear, que quizás hubiera provocado la intervención de la URSS a favor de Egipto y Siria, con el probable involucramiento posterior de EE.UU. El lado árabe, por su parte, también logró demostrar su preparación militar, subestimada por el lado israelí en esta ocasión, e incluso celebran la guerra del Yom Kippur como una victoria relativa.

A once años de la crisis de los mísiles soviéticos en Cuba, donde Kennedy y Kruschev exhibieron una prudencia similar, se había evitado nuevamente una destructiva guerra atómica, que hubiera causado incontables bajas de todos los contendores. En el casi medio siglo que duró la llamada ‘guerra fría’, la guerra del Yom Kippur fue la segunda vez que una potencia atómica contempló seriamente el uso de estas armas. Solamente durante la crisis del derribamiento de un avión coreano en 1976 por parte de los soviéticos, hubo un alerta roja entre las dos grandes potencias, que implicaba preparar los mísiles de alcance intercontinental con ojivas nucleares, aunque a los pocos días bajaron las tensiones y se desechó cualquier opción bélica.

Y pensar que todo esto sucede mientras la gran mayoría de la humanidad sólo quiere progresar en paz y no justificaría jamás el uso de armas tan destructivas. La pregunta obvia es :”Si se cree en la democracia, o sea el gobierno de la mayoría, ¿por qué sus líderes se empeñan en usar armas tan condenada por todos? Quizás este aniversario de la guerra del Yom Kippur sería un buen momento para que se propusiera un desarme nuclear efectivo a escala mundial, tal como se insiste en varios tratados anteriores, incluyendo el de No Proliferación, pero que nunca se cumplieron. Pero para que sea justo, debería abarcar a todas las potencias actuales y destruirse voluntariamente todos los arsenales, ya que las grandes potencias no pueden exigir tener el monopolio de esas armas en base a su poderío bélico o político. Precisamente, la aparición de la primera potencia nuclear –EE.UU.- motivó que pronto la URSS desarrollara armas similares, seguida por el Reino Unido, Francia y China, mientras otras naciones las fabricaban a escondidas, como pasó con Israel, aún sin ensayarlas. Dos rivales eternos como India y Pakistán siguieron el nefasto ejemplo en los 90 y ahora poseen modestos arsenales que mantiene intranquilos a muchas naciones vecinas, especialmente considerando la impulsividad e inestabilidad política en esas sociedades.

Incluso, se sabe que Washington tiene un plan de contingencia en caso que Musharraf sea depuesto en Pakistán y el poder sea ocupado por facciones radicales, lo cual atentaría contra la hegemonía militar anglosajona en la región y contra la seguridad de la Federación Rusa, asolada por la sangrienta guerra civil en Chechenia. Con su presencia militar en el Golfo Pérsico, y ahora en Afganistán, y con la ayuda de Rusia, sería relativamente fácil para EE.UU, la desarticulación del poderío atómico pakistaní, lo mismo que lo fue para Israel la destrucción de la central nuclear iraquí en 1972. Asimismo, se teme que algunas de las bombas rusas –o el material para fabricarlas- haya quedado en manos de mercenarios que lo venderían al mejor postor, con posibilidades de que vayan a parar en manos de terroristas o naciones belicosas.

Recordar este importante evento histórico, a la luz de las sorprendentes revelaciones del posible uso de armas atómicas, resulta muy oportuno estos días conflictivos, cuando se habla con frecuencia de las bombas atómicas desarrolladas por Corea del Norte, mientras Pakistán realiza pruebas con sus mísiles para amedrentar a la India, y se sospecha que Irán esté acumulando un arsenal atómico a escondidas, justamente para usarlas contra Israel o sus protectores estadounidenses. La proliferación nuclear va complicando la geopolítica mundial e intranquilizando todos los ambientes, ya que cualquier confrontación de este tipo tendría repercusiones globales. Es hora de poner fuera de la ley internacional a todas las armas de destrucción masiva, incluso las biológicas, químicas y radioactivas.

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