Opinión Internacional

Sobre la OEA y similares

El caso patético de la OEA, anteriormente tratado, exige necesariamente no quedarse en la crítica ni contentarse con la denuncia. Es menester indispensable profundizar en ello con el propósito de encontrar soluciones a una realidad que no puede continuar como históricamente ha sido.

A mi manera de ver, el fondo del problema consiste en que este tipo de organizaciones internacionales se interesa, de manera casi exclusiva, por los intereses de los gobiernos en ellas representados pero no de los de sus correspondientes pueblos. En efecto, como es sabido, tales organismos internacionales son integrados únicamente por representantes de los gobiernos de los países que son sus miembros.

La experiencia latinoamericana es un buen ejemplo de ello, y lo que acaba de acontecer con las actuaciones de la OEA, en el presente caso de la República de Honduras, no es sino una muestra probatoria más, de que ese organismo no atiende intereses y necesidades de las poblaciones de Naciones que se dice lo integran, sino de la mayoría de los gobiernos que las representan. Cuando el signo dominante de los tiempos en nuestro Continente ha sido de gobiernos dictatoriales de la llamada “derecha” política, las decisiones del Organismo han obedecido a sus intereses; cuando esa mayoría ha sido, como hoy lo es, de tendencia orientada por mayorías de la llamada “izquierda”, las decisiones se han sesgado a favor de los intereses de esa corriente. En ambos casos, los intereses de los pueblos han sido preteridos sin justificación alguna, y se han asumido posturas no democráticas, en tanto en cuanto se han divorciado del fundamento teórico de la democracia que es –debe ser– la voluntad popular. Esa situación, de real y no aparente condicionamiento, no es extraña al resto de organizaciones del mismo tipo y funciones.

Por ello, en el caso de Honduras, en el que las instituciones de Poderes Públicos de esa Nación han intervenido, conforme a su texto constitucional y sin menoscabo por detalles marginales de procedimientos que no han alterado la validez y legalidad de sus decisiones, el Organismo Internacional al que pertenecen, dispuso, de espaldas a la soberanía de la Nación hondureña, intervenir e interrumpir la voluntad decisoria de los Poderes Constituidos soberanamente, conforme a su Carta Magna, con perjuicio para el desarrollo democrático de Honduras y con riesgo de causar graves daños que amenazan su paz interna.

¿Es que acaso la OEA va a asumir la responsabilidad que por ellos le correspondería?

Por otra parte, es patente –como en la presente situación que, desde hace más de diez años, padece Venezuela– que cuando se producen graves alteraciones y efectiva interrupción del proceso democráctico, la OEA se cuida muy bien de omitir toda acción, toda investigación, toda gestión que tienda a rescatar los valores que un gobierno totalitario ha irrespetado con multitud de violaciones y atropellos.

Los organismos internacionales no son sólo necesarios, sino indispensables, como garantías del orden democrático y del respeto a los derechos humanos, conforme corresponde a la eminente dignidad de la persona humana. Pensar en suprimirlos o eliminarlos sería, más que una insensatez, una locura.

Una alternativa válida para solucionar este “impasse” o vía sin aparente salida, es la de que la representación en ellos de las Naciones miembros no sea de los gobiernos sino de las sociedades civiles de esas naciones, ejercida a través de sociedades intermedias como Academias, organizaciones gremiales, Universidades de prestigio y ONG’s reconocidas, las que propondrían canditatos cuyas designaciones confirmaría la población mediante procesos comiciales.

Democracia no es un sistema estático y petrificado en el pasado, sino dinamismo permanente en inagotable búsqueda de su mayor perfección. Ha llegado la hora de poner en marcha instrumentos válidos para la realización de su perfeccionamiento.

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