Opinión Internacional

Terror y Razón

Se equivocan quienes piensan que el rostro de Armagedón recién ahora viste la máscara difusa y alevosa del terror. Se equivocan, y para nuestra desgracia. Pues la violencia asesina, que alimenta y nutre los vasos capilares de toda forma de terror, ha sido la mácula de la historia desde sus propios inicios. Lo extraño, lo insólito y lo asombroso es que la jugada de la política haya estado determinada en momentos aislados de la historia por su contraparte, la razón. El siglo que terminara este martes 11 de Septiembre puso en práctica las formas más sofisticadas, terroríficas e industrializadas del terror: desde la organización por la industria farmoquímica alemana de usinas de aniquilamiento sistemática de millones de seres humanos – por ninguna otra razón que por su raza o sus creencias religiosas – hasta el avasallamiento y destrucción de millones y millones de niños, ancianos, hombres y mujeres en territorios enteros de la Unión Soviética convertidos en campos de exterminio – sin otra razón que el acomodo a los afanes totalitarios de una ideología cruenta y despiadada. En ambos casos, la Alemania de Adolf Hitler y la Unión Soviética de José Stalin, tales prácticas de terrorismo masivo que culminaron en verdaderos holocaustos, fundamentaban su maldad en la más sublime e idealistas de las razones: la conquista del reino de la felicidad absoluta. Así, el monstruoso terrorismo del siglo del terror se practicó con la más inocente de las justificaciones, la construcción de un reino de felicidad para el hombre. Esa y no otra ha sido la dialéctica del utopismo.

Lo inédito de este nuevo siglo inaugurado con este bestial acto de terrorismo es que por primera vez en la historia de la humanidad la razón parece imperar sobre gran parte del planeta. Caído el utopismo totalitario de los países socialistas en el más abominable de los descréditos, pareciera que las sociedades no tienen otra posibilidad que buscar el camino de la razón, la convivencia y la democracia. Pero a falta de una contrafigura, de un polo alternativo a las sociedades occidentales desarrolladas que permita eternizar la dialéctica del duelo mortal entre razón y terror como única forma de metabolismo histórico, la sustancia del delirio que sobrevive en el oscuro corazón de nuestras tinieblas no encuentra otra expresión que la del integrismo religioso, social o político de figuras, instituciones, Estados y organizaciones autoritarias y terroristas. Desnuda en su ultima ratio de animalidad, la utopía se retrae a lo más oscuro, inmundo y cruel de lo humano. Esa sustancia la comparten dictadores, grupos terroristas y organizaciones religiosas. Es en ese basurero de la bestialidad que terminan hoy las aspiraciones trascendentales del delirio: allí conviven desde ingenuos soñadores de la anti globalización hasta terroristas de la ETA, desde jóvenes islamistas suicidas hasta dictadorzuelos árabes, desde caribeños patriarcas otoñales hasta vernáculos aprendices de estadistas.

Pues también entre nosotros palpita el monstruo de la sinrazón. También nuestro país ha sufrido la fiebre del delirio, también nosotros hemos sucumbido a la seducción de la utopía. Por eso, ante este terrible y luctuoso hecho, sólo me cabe parafrasear la admonición de Bertolt Brecht: que otros hablen de las locuras de sus pueblos. Yo sigo hablando de la del mío. Y rogando porque entre nosotros, finalmente, se imponga la razón.

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