Opinión Internacional

Toledo, el escuálido

El término escuálido, según el diccionario de la RAE, tiene tres significados totalmente distintos: Sucio, asqueroso, el primero; flaco y macilento, el segundo y por último, se denomina así al suborden de peces clasmobranquios al que pertenecen los tiburones, tintoreras, etc. ¿Qué quiso decir Chávez apenas tocó tierra venezolana, cuando llamó escuálida a la oposición, incluidos los medios de comunicación? La mayoría se lanzó a interpretar el adjetivo (que como vemos también puede ser sustantivo) en la segunda de las acepciones, es decir la que se refiere a la flacura, a la palidez cuasi cadavérica. Y los aludidos, Primero Justicia el primero, reaccionaron como picados de culebra. Que si escuálido está el pueblo que no tiene comida ni trabajo. Que si escuálida fue la concentración en la que las masas irredentas del chavismo duro e inconmovible darían la bienvenida al Dios de la revolución bolivariana. Pero resulta que lo que Chávez quiso decir fue, quizá, que todos sus opositores son sucios y asquerosos. No tendría nada de extraordinario, ya que desde el mismo día en que juró ante la moribunda y en presencia de un montón de dignatarios extranjeros, amén de los millones de compatriotas que veían el acto por televisión, acuñó el término cúpulas podridas para referirse a los dos partidos que fueron gobierno en las cuatro décadas de democracia puntofijista. Lo segurísimo es que no les quiso decir tiburones. Porque este sanguinario habitante de los mares tropicales inspira respeto, más bien terror y no es posible que un héroe de mil batallas, de tan probada valentía y arrojo sin límites, pueda reconocer que tiene miedo de quienes se le colocan en la acera de enfrente.

Mientras el país contemplaba entre bostezos este nuevo round del match de boxeo interminable en que nos ha embarcado Kid Chávez, el pueblo peruano decidía su destino inmediato en las mesas electorales. La disyuntiva se planteó, entre un indígena genuino, nacido en la más absoluta miseria como tantos millones de seres de su mismo origen, que logró con su inteligencia y tenacidad hacerse un calificado profesional, titulado en las más prestigiosas universidades norteamericanas. Por el otro lado, un ex presidente de blanquísima tez y elevada estatura, que en sus años de gobierno condujo al Perú a la ruina económica, social, política y moral. Tanto así que durante diez años los peruanos consideraron a esa escoria llamada Fujimori, con su apéndice Montesinos, como el salvador del país. Es probable que muchos peruanos vieran a Toledo como un escuálido en el sentido de sucio y asqueroso. Es el concepto que buena parte de esa sociedad racista y clasista tiene de su numerosa población indígena. Los analistas políticos, algo más exquisitos, apuntaban a la escualidez de sus posibilidades, cuando emergió de la nada para liderar la oposición a Fujimori, lo que entonces no dejaba de ser una aspiración con tintes patéticos. Pero resulta que el cholito, ese que apenas despega del suelo con su escasa estatura, logró transformarse en un verdadero escuálido, un tiburón que fue devorando obstáculos hasta lograr lo que nadie de su estirpe había soñado: ser presidente de una nación mayoritariamente poblada por indios pero en la que éstos siempre han sido ciudadanos de segunda clase.

Tenemos amigos peruanos que viven en Venezuela y que describían a Toledo como un segundo Chávez. Craso error. No es que Chávez no pueda ser empeorado por alguien, eso siempre es factible en materia de resultados. Lo que es difícil es que alguien lo copie en todas las dimensiones de su absurdidez. Las primeras señales que ha dado Toledo, en su discurso como presidente electo, no son las que recibimos los venezolanos cuando nos ocurrió Chávez. Casi la mitad de los peruanos no votó por él lo que ha interpretado como necesidad de hacer un gobierno de unidad, conciliación y diálogo. La mitad de los venezolanos no votó por Chávez, ni en el 98 ni nunca, lo que no ha sido óbice para que éste se crea el propietario de Venezuela con derecho a excluir a quien le viene en gana. Que cosas tiene la vida, uno podría jurar que Chávez prefería al “adeco” Alan García que al cholito Toledo, mucho más pata en el suelo que él y con mayores causas para ser un resentido social. El problema es justamente ése, que Toledo no parece asumir la investidura que su pueblo le ha dado como una patente de corso para descargar odios y ejercer venganzas. Es prematuro entusiasmarse. A pesar de haber empezado con buen pie, al nuevo Presidente de los peruanos le toca enfrentar enormes problemas de toda índole y uno se ha vuelto experto en decepciones. Pero su triunfo sirve para reafirmar, como en aquel viejo dicho, que no hay enemigo pequeño, ni escuálido tampoco.

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