Opinión Internacional

Un encuentro para el desencuentro

A veces las contradicciones saltan a la vista. Ante ellas queda por una parte la sorpresa, y también el estupor, sobre todo si se trata de acontecimientos que más allá de la contradicción per se, adoptan la mueca como atuendo de gala.

En mi uso y abuso del control remoto, justo cuando se atraviesa Venezolana de Televisión aparece el dictador cubano mascullando palabrejas. Puede leerse al pie de la pantalla: “Encuentro Internacional contra el Terrorismo, por la Verdad y la Justicia”. El asunto ocurre en La Habana, y por lo que tiene de circense, según concluyo en fracciones de segundo, me detengo a husmear en el canal del gobierno.

Entonces comienza uno a pensar, a ver al barbudo e imaginar que a estas alturas es una mala copia de sí mismo, una estafa a la ene que lleva sobre sus espaldas más de cuatro décadas repitiéndose. Las palabras terrorismo, verdad y justicia cargan muchos años mordiéndose la cola. Nadan en círculos. Se han transformado en retórica de salvamento para el hombre fuerte y sus secuaces. Terrorismo, por supuesto, es todo aquello que trasciende el hervidero de cogotes gobernantes, todo cuanto se distrae de órdenes supremas, únicas e indiscutibles. En cuanto a la verdad y la justicia, pasan por el laboratorio castrista que es al fin y al cabo cedazo de la realidad, especie de filtro sacrosanto donde sólo existe lo que a la dictadura le dé la gana que exista. Hablar de esto último, mencionar siquiera esas abstracciones (verdad, justicia) que el mundo libre se empeña con dientes y uñas en concretar hasta donde sea posible mediante instituciones autónomas, creíbles, implica para la Cuba totalitaria hablar del individuo que las personifica, consiste en el culto al ídolo que todo lo puede porque, como en aquella vieja sentencia de la Francia absolutista, el Estado es él y para él.

No vale la pena. Cojo otra vez el control y dale que te dale. Como si estuviera preparado, Televisión Española pone enfrente a Raúl Rivero, disidente cubano, crítico del régimen y demócrata confeso que ha dicho las cosas por su nombre, lo que le valió condena carcelaria, en juicio sumarísimo, nada menos que por veinte años. Ahí está, en Madrid, exiliado y continuando su labor en pro de los derechos individuales, en defensa de causas e ideas que remiten a la eterna lucha que tarde o temprano se termina librando en satrapías de cualquier ralea: aquélla en favor de la libertad.

Parece una tomadura de pelo: mientras un Encuentro Internacional contra el Terrorismo y bla, bla, bla (¿quién puede creerlo si se produce en las barbas de Fidel?) es avalado por ciertos pensadores, por gente para la que no son ajenas las violaciones a los Derechos Humanos en la Isla, mientras eso ocurre (fíjese que con demasiada fuerza histriónica y nada de moral), al mismo tiempo Raúl Rivero hace pública su estadía en el infierno y desnuda otra vez al Estado represor, dueño de voluntades y de almas, gracias a la prensa libre que los españoles, en nombre de la mejor tradición occidental, se dieron luego de haber conquistado a esa señora hermosa que los griegos llamaron democracia.

La historia manoseada vuelve a la carga, es decir, el cuento oficial que el entramado burocrático castrista instauró para inventar la realidad a su medida se contonea sin contrapesos. La verdad y la justicia hallan nido en ese mar de la felicidad totalitaria en cuyas entrañas ha crecido con fuerza redentora una “revolución” para toda la vida. Mire qué riñones. Ésta, si a ver vamos, arrojó sus resultados: es que da gusto, digo yo, vivir en Cuba.

En fin, que el cable mete de bruces dos mundos en mi habitación. Un “encuentro” producido en la cárcel más grande del Caribe y una entrevista que desde Europa revela a Raúl Rivero, escritor, defensor y buscador de libertades, un hombre con la solidez moral dada por la singular experiencia que lo llevó a ser lo que hoy en día es.

Un encuentro para el desencuentro. Se me ocurre que éste es buen nombre para el bodrio celebrado en La Habana.

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