Opinión Internacional

Un país normal

A juzgar por las contadas horas de este enero que la Presidente pasó en la Casa Rosada ha de ser cierta esa conjetura que presume que “en verano en la Argentina no pasa nada”.  

Hay que admitir que puede haber excepciones (en el verano de 2001/2002, por caso, hubo una crisis de superproducción de presidentes; el de 2008 hospedó el incidente del bien forrado maletín chavista de Antonini Wilison y el de 2010 estuvo signado por el culebrón del Banco Central), pero parece obvio que la señora de Kirchner no se dejó intimidar por esos antecedentes ni  por los  ominosos choques de la estación Constitución que inauguraron el verano actual y apostó al reinado de la normalidad estival.  

En ese sentido, el robo que sufrió Rodolfo Stefanon –un empleado de Presidencia que se llevó a su casa  unos 85.000 dólares, fondos oficiales destinados a gastos de la tripulación del avión Tango 01 que trasladaría a la señora de Kirchner, y que fue asaltado por motochorros – confirma la idea de un paisaje normal. No es la primera vez que Stefanon – probablemente también otros- se lleva  dinero del Estado a su domicilio, ni es una sorpresa que legiones de ladrones que cabalgan motos de diferentes cilindradas atracan a viandantes. Se sospecha que no se trató de un robo al voleo, que los ladrones sabían que Stefanon llevaba una pequeña fortuna en su mochila, que había sido “marcado”. Nada fuera de lo común: es la técnica de las “salideras” de la que han sido víctimas miles de clientes de bancos y escribanías. Algunos medios – Clarín, por ejemplo- infieren que la vigilancia y organización  que  esta modalidad  habría demandado para emboscar a un funcionario de Presidencia implicaría “que una organización delictual se creó en la Casa de Gobierno”. Chocolate por la noticia.  

También parece estar dentro de lo corriente que lleguen a España, procedentes de la Argentina, cargamentos de cocaína y otras drogas (principalmente, drogas “de diseño”.

Tan habitual parece ser el hecho, que el gobierno español  advirtió a Buenos Aires que éste era uno de los principales orígenes sudamericanos de la introducción de droga en su territorio; también lo mantuvo informado de algunos operativos del narcotráfico que se realizaban acá y que eran investigados por organismos especializados españoles (o de países amigos). Gracias a esa ayuda se incrementó en la Argentina el secuestro de droga.

Sin embargo, las autoridades españolas que –como admitió el propio vicepresidente del gobierno y ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba- estaban anticipadamente enteradas de que desde Ezeiza iba a salir, rumbo a Barcelona, un avión tripulado por argentinos con una fortuna en panes de cocaína, decidieron no comunicar al gobierno de la Argentina lo que sabían. El diario Perfil  consigna la opinión de “un importante ex oficial de la División de Unidad Antiterrorista de la Policía Federal (DUIA), con importante llegada a la DEA y al FBI”. Según él , “si ellos hicieron el operativo y no avisaron al sistema de seguridad local, es porque no confiaban. Era más fácil asegurar el operativo en Barcelona que Buenos Aires”. Que los organismos internacionales que investigan la acción del crimen organizado y el lavado de dinero confían poco en el Estado argentino no es un descubrimiento de este verano. También eso forma parte de la normalidad.

Aunque algunos medios oficialistas insistieron al principio en que, si bien el poderoso Challenger 604  tripulado por “los hijos de los brigadieres” (Juliá y Miret) había partido de Ezeiza, la droga recién se había cargado en un punto intermedio, la Isla de la Sal, en Cabo Verde, donde el aparato se detuvo para cargar combustible. Los investigadores españoles (y algunos argentinos) han concluido ya que  no se carga y camufla una tonelada de cocaína en los escasos 50 minutos de detención logística que el avión permaneció en aquel aeropuerto africano. Ergo: la droga salió de Ezeiza. Incógnita: ¿se cargó en el Aeropuerto de Ezeiza o en la Base Aérea (militar) de Morón, donde estuvo estacionada varios días? Cualquier sea la respuesta, hay un listado de autoridades políticas y técnicas que deberán asumir responsabilidades.  Hay otra incógnita, tan relevante como aquella: ¿Por qué vía ingresan a la Argentina semejantes magnitudes de droga? A juzgar por lo que revelan los españoles,  este cargamento es apenas uno de los que  terminan aterrizando en España (que no es, por cierto, el único destino europeo de los envíos narcos), habrá que  colegir que  la Argentina es colador por donde  penetra droga sólo limitada por el interés de quienes la trafican. Los investigadores más  dedicados al tema consideran que  tampoco esta es una rareza, sino una verdad  que no sale de lo común.  Lo que sí, en cierto sentido, ha cambiado el  cuadro es que ya  la Argentina no es meramente “un país de tránsito” como predica el  resistente jefe de Gabinete, Aníbal Fernández (“La Argentina sigue siendo un país de tránsito, como dice Naciones Unidas, porque es un mercado chico y barato, pasan de largo por acá para llegar a mercados como el español”); hoy en día es  también un país de  pequeña y mediana producción y un mercado de consumo en expansión. Un dato revelador: los exámenes de inspección vehicular que detectan intoxicaciones registran cinco intoxicaciones por drogas por cada una de alcohol.

Antes de partir por casi dos semanas, la señora de Kirchner quiso saber qué había pasado en Ezeiza para que el Challenger de Juliá pudiera haber llegado, cargado y decolado sin controles. Seguramente la tranquilizaron.  Las doce han dado y sereno.   

En materia de normalidad, ¿qué mejor botón de muestra que una pelea con el campo?  No hay economista razonable –sin descontar, por cierto, a muchos de los que  se enrolan en el oficialismo-  que no destaque que  las dos vigorosas columnas que sostienen la performance de la economía argentina son  la cadena de valor agropecuaria (que se traduce en caudalosas exportaciones cobradas a buen precio, en fuentes de trabajo y en crecimiento indirecto) y las fábricas de automóviles (que colocan una parte sustancial de su  producción en el mercado brasilero).  Guillermo Moreno, el persistente secretario de Comercio, es la señal que el gobierno ofrece de que  algo de ese aporte  del campo le resulta molesto.

Contra las promesas (y seguramente los deseos) del ministro de Agricultura, Julián Domínguez, el gobierno decidió seguir la línea Moreno y mantener la virtual intervención del Estado en la comercialización del trigo, estableciendo condiciones de venta del cereal que perjudican al productor y no benefician a los consumidores, aunque le facilitan el negocio a los grandes monopolios compradores y a la gran industria molinera. La del trigo no es la única desdicha de que se queja el campo, hay una lista larga  donde las retenciones siguen estando, y van acompañadas  de otros aspectos de la política fiscal, del sistema de amortización de los bienes productivos, de la falta de crédito. En rigor: lo que hay es un reclamo de cambio de política que la falta de cumplimiento de compromisos con el trigo ha reactivado. Así, el campo lanza un paro y se prepara para un período de resistencia. El gobierno, para que todo sea normal, también subraya la confrontación. La política de búsqueda de  limar asperezas que  se insinuó con la designación de Julián Domínguez en la cartera parecería diluirse, con lo cual  el peso de Domínguez se relativiza. La reaparición protagónica de Moreno en el tema triguero  parece una prueba de ese curso. El curso habitual.

Cuando regrese la Presidente, quizás llegue la hora de que los cambios en el gabinete, de los que se ofrecieron  breves degustaciones en las últimas semanas con los nombramientos de Nilda Garré,  Juan José Mussi y Juan Manuel Abal Medina (h), se desplieguen con mayor amplitud. Pero hay que ver. Ya se sabe que en verano no pasa nada.

 

 

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