Opinión Internacional

Una vida ardua con dos monedas y tres mercados

Recorrer La Habana demuestra que los cubanos que buscan procurarse lo esencial siempre deben embarcarse en un ejercicio matemático: todo deben convertirlo, sumarlo, restarlo. Un juego de encastres, donde prima el arte de la compensación. Porque con dos tipos de moneda circulante y tres clases de mercado, en Cuba, sin álgebra no se sale adelante.

En pesos cubanos cobran su sueldo los empleados estatales, llega la factura de luz, se paga la entrada al cine, el transporte público, se prorratean los ítems de la Libreta de Racionamiento (con alimentos y productos subsidiados) en las «bodegas» (almacenes del Estado) y se compra fruta, verdura y cerdo en los mercados Agro. Los turistas ni se enteran de que existe esa moneda y hacen sus transacciones en CUC o «chavitos» (pesos convertibles). Un CUC, moneda fuerte de la isla, equivale a 24 pesos cubanos y, a la vez, maravilla de la economía castrista, a u$s 0,80. Originalmente era uno a uno, hoy un 20% se lo lleva el impuesto «antiimperialista» del Gobierno.

Recalentamiento

La matemática se recalienta a medida que los cubanos, minuto a minuto, van «resolviendo» los vericuetos que les presentan la normativa y regulación del Estado. Que no es otra cosa que «puentear», sacarle tajada, robarle como se pueda a ese Estado que, paternalmente tautológico, provee mientras quita.

«Resolver» lleva su tiempo, claro. La Libreta de Racionamiento (instaurada en 1963 y hoy recortada y en proceso de extinción) brinda mensualmente una canasta básica que alcanza, con mucha imaginación, para apenas una semana, con arroz, frijoles, aceite y azúcar, algún detergente aguado, con suerte, jabón. El encargado de la «bodega» va tachando el listado de esa libreta de cartón, que es, a la larga, un documento de identidad o registro de supervivencia. Un modo de control.

Para dar con el resto de los productos básicos, el cubano debe pasar a otro mercado (y moneda). Subsidiados, los pollos (casi gorriones por su tamaño) pueden aparecer en los «Pio Pio» y en pesos. Si uno los prefiere más crecidos, aparecen por debajo del mostrador (multiplique por dos y en CUC, por favor). Las frutas y verduras frescas, y el cerdo se venden, en pesos cubanos (dividir por 24), en los Agros, mercados al aire libre y subsidiados. Bananas, fruta bomba, guayaba, tomate, col, yuca, huevos. Cada tanto, papas. (No cambie, siga en pesos cubanos).

Lo que falta se encuentra: algún «busca» ya se encargó de «resolverlo» y lo vende en un zaguán, alguna esquina, o en un galpón. ¿Procedencia? Un descuido en el engranaje del Estado, un camión que perdió su ruta, un cajón que se desencontró con su destino, un remito sin dirección. Ese ejercicio tiene nombre y apellido: «conseguir por la calle», eufemismo para el mercado negro. Ah… todo lo que se «resuelve», tenga a bien oblar en moneda dura, es decir CUC.

¿El resto? En los supermercados (vuelva a CUC -multiplique por 24-) y recárguele un 20%, porque si bien estas tiendas están en manos del Estado, es donde compran extranjeros, diplomáticos y jerarcas del régimen. Allí, nueve de cada diez productos son importados. Galletitas y golosinas argentinas, pasta seca italiana, helados mexicanos, conservas guatemaltecas, vino español. También se venden los «sagrados», penados con cárcel para el cubano promedio (aunque con el paternalismo económico y el «resolver» cotidiano, con cuidado, en el mercado negro se puede conseguir esta ecuación): carne de vaca (u$s 40 el kilo de peceto), leche en polvo y yogures aguachentos. Y quesos. Eso sí, en CUC y a precio de joyería.

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