Opinión Internacional

Valentín Paniagua

(%=Image(7039426,»R»)%)Lima (AIPE)- Muy pocas veces se ha visto en la historia del Perú que un presidente termine su período con buena prensa. Ese es el caso de la gestión de Valentín Paniagua, a quien le tocó liderar la transición luego del régimen autocrático de Fujimori. Claro, es cierto que su mandato fue tan breve como su estatura, pero en poco tiempo realizó cosas importantes.

En primer lugar, la transparencia de la transición fue encomiable. Paniagua heredó la debacle moral, institucional y económica del fujimorismo y logró en menos de un año los objetivos propuestos: garantizar la limpieza de dos procesos electorales, iniciar las investigaciones para desmantelar la mafia orquestada por Vladimiro Montesinos, respetar el equilibrio de poderes, asegurar la libertad de prensa, capear las crisis que le tocó como un estadista y, lo más importante, capturar al lugarteniente de la banda de cleptócratas.

Paniagua fue un presidente sereno, prudente, respetuoso de las formas y sin afán protagónico. Conformó un gabinete de lujo con figuras respetables, en el que destacaron el Premier y Canciller, Javier Pérez de Cuellar; la ministra de la Mujer, Susana Villarán; el ministro del Interior, Antonio Ketín Vidal, quien cazó a uno de los pezzonovante de la Cosa Nostra vernácula; y el ministro de Justicia, Diego García Sayán, quien pasa ahora a la cartera de Relaciones Exteriores, bajo el gobierno de Alejandro Toledo.

Por cierto, no todo fue aciertos en el gabinete de Paniagua. Hubo crasos errores en la designación de algunos de sus miembros. Fue el caso del ministro de Industria, Emilio Navarro, quien, además de pecar de nepotista en su cartera, aplicó criterios mercantilistas en la política industrial del gobierno paniaguista. Típico caso cuando se pone al gato de despensero. ¿A quién se le ocurre poner a un directivo de la Sociedad Nacional de Industrias como ministro de su propio sector?

El otro caso fue el del ministro de Transportes, Luis Ortega, conocido sólo en su casa. En lo personal debe ser un buen tipo y, definitivamente, gran amigo del doctor Paniagua, porque otros méritos no se le han visto en su paso por dicho ministerio. De posiciones jurásicas, era como ver a un Godzilla parlante con saco y corbata. En fin, ya se fue, y, lo más triste, nadie lo va a recordar en tres semanas.

En materia económica, el ministro del ramo, Javier Silva Ruete, hizo lo que pudo: administrar la crisis y apagar incendios. No pudo hacer más por falta de tiempo y porque Valentín Paniagua es, ante todo, un acciopopulista. O sea, un hombre de partido, de indiscutibles calidades personales y democráticas, pero con pocas ideas sobre lo que es una economía de mercado. Ha sabido reencauzar al país por la vía de la democracia y del respeto al Estado de Derecho, pero ha hecho poco por modernizar la economía.

Empero, en el balance su gestión ha sido sumamente positiva para el Perú. Y ello lo convierte en un candidato de fuste para las elecciones del 2006, donde competirá con Lourdes Flores de Unidad Nacional y Alan García del APRA. Paniagua es la última esperanza de Acción Popular, un partido político que estaba en franco proceso de extinción, y que ahora ha encontrado un nuevo líder.

Como sea, gracias, doctor Paniagua, por los servicios prestados. El Perú le estará siempre agradecido y el Estado peruano le debe un monumento.

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