Opinión Nacional

2004, Jornadas para la historia

Los pueblos escogen libremente su destino. Nada ni nadie puede obligar a una nación a vivir en libertad condicionada, sometida a un espantoso neocolonialismo cultural que la sumerge en la incertidumbre de la incultura, la pobreza, el autoritarismo totalitario, el centralismo como concentración del poder político y económico en pocas manos, el radicalismo sectario de la “nueva clase” gobernante, la corrupción material y ética impune y la arbitrariedad como expresión, no de las sistemáticas violaciones al estado de derecho, sino de su inexistencia y, como si todo eso fuera poco, a establecer relaciones de dependencia perruna y penosa con factores internacionales vinculados al terrorismo, al narcotráfico y a la subversión continental y mundial. ¿Quién o quienes mandan realmente en Venezuela? ¿Desde donde se orienta esta obscena política revolucionaria que desde La Habana convierte a Caracas en nueva capital de todo cuanto rechazamos y contra lo que hemos luchado toda la vida? Las respuestas son tan obvias como inaceptables.

Históricamente este pueblo ha podido ser alternativamente extremadamente pacífico, comprensivo y generoso. Pero, igualmente, violento y combativo cuando la paciencia se agota y los caminos de la paz son bloqueados por el poder. Este pueblo lleva cinco años padeciendo el más perverso y corrompido gobierno de todos los tiempos. Los dos últimos en abierta rebeldía cívica contra un apátrida que ha traicionado los principios generales del estado democrático y la fe de quienes, en mala hora, lo eligieron Presidente. Se ha burlado de nuestro ser nacional y de las instituciones fundamentales. Cuentas muy grandes, deudas enormes ha acumulado y tendrá que pagar por ello.

Como yo no estoy entre quienes confunden democracia con elecciones, es decir, el fin con uno de sus instrumentos, no encuentro en la cartilla de los principios con los que fui formado y a los que me he apegado religiosamente, declaro ante Venezuela y el mundo que no tengo escrúpulos democráticos de ninguna naturaleza, para combatir a este régimen con todas las fuerzas hasta lograr la salida del Presidente, el cambio integral del gobierno y, en consecuencia, la liquidación de este régimen para sustituirlo por otro, distinto y mejor, fundamentado en un sistema constitucional que impulse el salto hacia adelante y la recuperación de las décadas perdidas. Una verdadera revolución cultural. El Consejo Nacional Electoral tiene la llave de la guerra o de la paz. De la salida pacífica, civilizada y deseada, canalizada institucionalmente por millones de compatriotas que exigen respeto, que significa el referéndum revocatorio. O por el contrario, tanto el CNE, como la Asamblea Nacional si a estas alturas reforma la Ley del Tribunal Supremo y éste lo acepta, de la confrontación final, definitiva y a pecho descubierto para ponerle punto final a una tragedia que no resiste más tiempo. El primer trimestre condicionará lo inevitable.

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