Opinión Nacional

4-F: Chávez debía morir

-Alexander…recuerda lo que tienes que hacer”, le dijo el Capitán Antonio Rojas Suárez al Sargento Alexander Freitas. El subordinado, a punto de subirse a una tanqueta para dirigirse a la toma del Palacio de Miraflores, volteó el rostro hacia su Capitán y le respondió, alarmado: “¿Pero nosotros no dijimos que ya se saldó esa cuestión?”. Rojas Suárez repitió, con natural voz de mando: “Limítate a cumplir tu parte”. Era la noche del 3 de febrero, día del natalicio de Antonio José de Sucre (1795-1830). Corría el año 1992.

El relato es de Herma Marksman, profesora de Historia que tiene como don una memoria fabricada en relojería suiza (Garrido, Alberto, El Otro Chàvez, Ediciones del Autor, Mérida, 2002, p.49). El desencuentro entre Rojas Suárez, uno de los jóvenes oficiales que integraban el Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200), y Hugo Chávez había comenzado, de acuerdo a Marksman -enlace entre los oficiales conspiradores y testigo de excepción de muchos de los acontecimientos que tienen que ver con el 4-F-, por desavenencias relacionadas con la fecha en que debía realizarse el levantamiento militar contra Carlos Andrés Pérez. Mientras Chávez, Arias Cárdenas y otros comandantes argumentaban que todavía no estaban dadas las condiciones para que el pronunciamiento fuera exitoso, un grupo de capitanes y algunos de sus compañeros militares de menor jerarquía, entre ellos el propio Sargento Freites, sostenían que los jefes del movimiento -Chávez y Arias- habían pactado con el General Ochoa Antich para frenar la insurrección y por lo tanto había que considerarlos “traidores”.

La versión de Chávez

En sus largas conversaciones con Agustín Blanco Muñoz Chávez toca el tema. Revela que el 10 de diciembre de 1991, día de la Fuerza Aérea, pensaban capturar a Carlos Andrés Pérez, quien se encontraría junto a todo el Alto Mando presenciando el desfile. Durante esa jornada, a las 8 de la noche, los paracaidistas tenían que exhibir sus saltos ante el Jefe del estado y en ese momento actuarían. Apresarían al Presidente, para juzgarlo inmediatamente, con otros personajes del bipartidismo dominante. Pero la ausencia de Arias -de misión en Israel- y de Acosta Chirinos -fuera de Maracay- obligó a Chávez a abortar la acción. “Me costó muchísimo frenar el plan, y debo decirte -le explica Chávez a Blanco Muñoz- que hubo un sector militar que pensó en matarme, convencido por algunos sectores de afuera que yo me había rajado y que había hecho un pacto con Ochoa Antich, justificado con documentos falsos”. (Blanco Muñoz, Agustín, Habla el Comandante, UCV, Caracas, 1998, p.134).

A continuación, Chávez cuenta que una medianoche decembrina, en San Joaquín -estado Aragua- “me llegó un oficial invitándome a una reunión que no estaba prevista. Yo voy a Cagua, a una cervecería. Nos tomamos unas cervezas. Eran cuatro hombres y yo. Me doy cuenta de la actitud agresiva que tienen para conmigo. Yo no entendía todavía. Tiempo después, en la cárcel, uno de ellos me confesó que me iban a matar esa noche, pero no tuvieron el valor para hacerlo”. (Op.cit., pp.-134-135).

Un año después, Chávez, preso en Yare como consecuencia del fracaso militar del alzamiento del 4-F, revelaría parte del entramado en un par de cartas que le enviara al teniente Luis Eduardo Chacón Roa. En la primera de las misivas, fechada el 21 de diciembre de 1992, Chávez le escribe a Chacón Roa: “Jamás hice ni haré pacto alguno con la gente que tú mencionas (Bandera Roja). Cuando me enteré que dos de nuestros hombres lo habían hecho, tomándose atribuciones que nunca han debido tomar, pues me opuse férreamente desde ese día al reconocimiento del tal Pacto de San Antonio, burda manipulación que logró confundir a algunos valiosos hombres del Movimiento”.

Chávez se refería a los capitanes Ronald Blanco La Cruz, y Antonio Rojas Suárez, actual Gobernador del Táchira y ex Gobernador de Bolívar, respectivamente. Ambos habían sido contactados por Bandera Roja en los meses previos a la insurrección militar del 4-F.

El Pacto de San Antonio fue un programa organizativo y de gobierno paralelo al elaborado por Chávez y Arias. Chávez siempre pensó que el documento fue impulsado por Bandera Roja. El Pacto, además, ponía límites a la jefatura de Chávez y Arias y diseñaba una organización de combate donde el mando sería horizontal. Chávez, que no participó en la reunión donde se discutió, se negó a refrendarlo. Sí lo hicieron Kléber Ramírez, Eustoquio Contreras, Gabriel Puerta Aponte, Rojas Suárez y “Carlos H.”, pseudónimo protegido hasta hoy por los conspiradores. Chávez había sido citado para discutir con los capitanes las nuevas reglas del juego, pero no asistió.

En otra carta a Chacón Roa, fechada el 6 de febrero de 1993, Chávez narra que en octubre de 1991 él mismo había puesto en contacto a Rojas Suárez con una persona del “ala militar” del MEP, “a quien conocí en esos días y quien manifestaba tener recursos y personal en Caracas”. Luego Chávez se pregunta: “Aún no sé cómo y por qué mecanismos aparece ya en noviembre Rojas Suárez enganchado con (Gabriel) Puerta Aponte y Bandera Roja (…). Ya para noviembre Rojas Suárez tenía convencidos a ambos (Blanco La Cruz y Freites) de que Pancho (Arias Cárdenas) y yo teníamos un trato con Ochoa Antich (el Ministro) y que los demás comandantes se habían rajado. Que ellos solos, apoyados por ese sector “revolucionario” podían tomar el poder y conducir el nuevo gobierno”.

La historia según Blanco La Cruz

La historia fue aclarada el 9 de febrero de 1993 por Ronald Blanco La Cruz, en una carta que le envía a José Vielma Mora. “En los meses de noviembre y diciembre de 1991, dada la escasez de oficiales comprometidos en Caracas con comando de tropa, el comandante Arias y el comandante Chávez nos enviaron dos personas de su confianza para lograr el apoyo civil para las operaciones. Esas personalidades fueron Kléber Ramírez, ex guerrillero (PRV-Ruptura) y Eustoquio Contreras (MEP), con un compañero llamado Andrés (también ex guerrillero), militante del MEP. Además de estos contactos, nos pusieron en relación con Pablo Medina (Causa R) (…). A finales de noviembre y principios de diciembre aproximadamente, Eustoquio Contreras se reúne con el capitán Rojas Suárez y le expresa que el control de los estudiantes, FCU y otros grupos en los barrios él no los tiene. Que él es intermediario en el interior. Entonces Rojas me pregunta si hacíamos el contacto con Bandera Roja. Yo le dije que sí. El contacto con el líder de esa organización (Puerta Aponte) lo mantuvo en todo momento el capitán Rojas (…). Yo me reunía con Eustoquio. El comandante Arias con Kléber y el comandante Chávez con Pablo Medina”.

Del 16 de diciembre al 4-F

El conflicto entre los capitanes ligados a Bandera Roja y los comandantes de la operación (Chávez y Arias) había estallado en los primeros días de diciembre. Presionado por Rojas Suárez y Blanco La Cruz, Chávez aceptó en la forzada cita de Cagua que el alzamiento se produjera el 16 de ese mes, para amanecer en el poder el 17 de diciembre, aniversario de la muerte de Bolívar.

Los capitanes querían aprovechar la ausencia de Arias, quien manejaba un importante número de oficiales. Pero Chávez le informó a su par lo que estaba ocurriendo y Arias envío una carta a los militares que le respondían ordenándoles no levantarse si los capitanes decidían hacerlo por su cuenta. El alzamiento fue pospuesto. Al regreso de Arias de Israel, los dos comandantes se reúnen (28-12-91) y deciden colocar la fecha del pronunciamiento el 3-F en la noche.

Fue difícil y tortuoso para Chávez y Arias convencer a los capitanes de que la decisión tomada había sido la correcta. Encuentros clandestinos, largas discusiones y amenazas de los capitanes a los comandantes generaron un ambiente de máxima tensión, que llegó hasta el 3-F.

Lo sorpresivo fue que, cuando casi todos los protagonistas pensaban que con la nueva fecha el altercado entre los comandantes y los dos capitanes se había apaciguado, llegó la orden de eliminar a Chávez. Algunos señalan que lo mismo debía ocurrir con Arias, el otro comandante. Después de todo, se trataba de proyectos opuestos de poder.

Bandera Roja y el Museo Militar

El radical enfrentamiento entre los capitanes y Chávez, -quien finaliza eximiendo a Blanco La Cruz de la orden de ejecutarlo en acción- tiene varias lecturas. Una de ellas puede relacionarse con la decisión de Chávez de no bajar del Museo Histórico Militar.

El choque entre los capitanes y Chávez no se trató de un desencuentro ocasional por discrepancias menores, políticas o metodológicas. Al aparecer Bandera Roja en escena y firmarse el Pacto de San Antonio se establecía un peligroso paralelismo de mando. Por otra parte, Rojas Suárez y Blanco La Cruz tenían a su cargo la toma directa del Palacio de Miraflores. Chávez debía operar como respaldo final, cosa que se negó a hacer.

Tal vez la explicación se encuentre en la primera de las cartas que cruza con Chacón Roa. Chávez le aclara a Chacón Roa que “fue precisamente Rojas Suárez quien insistió en que ellos tenían la fuerza suficiente para tomar Miraflores, por lo que acordamos que mi Batallón, y allá están mis valientes oficiales para corroborarlo, hiciese un cerco y se enganchara en varios puntos de contacto con las tropas que tomarían Miraflores, para reforzar en el momento y en el lugar que así lo requiriere la situación”.

Chávez le explica al teniente Chacón que al llegar al Museo, que debía estar previamente tomado por la gente de Rojas Suárez, encontró solamente fuerzas leales al gobierno, situación que puso en riesgo su vida y la operaciòn, ya que tuvo que controlar con sus hombres una situación inesperada. Chávez concluye su reflexión sobre la crisis interna con los capitanes y su polémica decisión de no bajar al Museo afirmando que “Yo, amigo mío, largué mis temores hace bastante tiempo. Pero nunca me formé para dirigir carnicerías a ciegas, en empeños irracionales. Menos aún cuando tenía la certeza de que el objetivo político se alejaba. Quizás era la única certeza que tenía”. (Garrido Alberto, Documentos de la Revolución Bolivariana, Ediciones del Autor, Mérida, 2002, p.253).

Hubo otros factores, según ha relatado el mismo Chávez, que influyeron en su decisión de no bajar a Miraflores, como la falta de apoyo de la Fuerza Aérea, la existencia de francotiradores, la falta de apoyo militar de otros batallones clave o la discutida ausencia de los civiles comprometidos. Pero indudablemente la frase lapidaria (“el objetivo político se alejaba. Quizás era la única certeza que tenía”), coloca el acento de la histórica sentencia de Chávez en su enfrentamiento con los capitanes de Bandera Roja.

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