Opinión Nacional

A confesión de Toro

Arturo Uslar Pietri sostenía, y creo que con toda razón, que no se puede
tener un cargo público y mantener una columna en la prensa, porque o se
mete la pata con los partidarrios del gobierno o se mete la pata con los de
la oposición. Uno de los casos que más comprueban esa realidad es el de
Alfredo Toro Hardy, que, empeñado en mantener su columna a pesar de ser
embajador fiel a Chávez, hace poco trató de explicar por qué no renunciaba,
y al hacerlo quedó mal con el gobierno y con la oposición.

Pero ahora quedó mal consigo mismo, con el gobierno y con la oposición, al
responderle en tono lastimero a Fernando Gerbasi, en un vano esfuerzo por
demostrar que se debe a la patria, que desde hace siglos es fiel servidor
de diferentes gobiernos, sin importar el nivel de moral de los gobiernos, o
el daño que le hagan al país. Es algo muy discutible, pero lo más
importante que dice en su nueva equivocación es que «detenta» el cargo de
embajador de Chávez. Y tiene razón. Tiene toda la razón. Detentar es
ocupar una posición a la que no se tiene derecho. Un dictador detenta el
cargo de presidente de la república, por ejemplo. Un usurpador detenta
cualquier cargo o cualquier posición. Y no es algo que yo quiera decir,
sino algo que dijo el pobre Alfredo Toro y que lo dicen todos los
diccionarios, hasta el de la Real Academia.

Yo quisiera insistirle al señor Toro Hardy: todavía está a tiempo de
renunciar. De irse, de no mancharse en forma irreversible por detentar un
cargo en el peor gobierno de la historia de Venezuela. Gobierno que ya se
manchó con los muertos, los heridos, los presos y los perseguidos de las
últimas semanas. Ninguna persona decente puede ocupar un cargo en un
gobierno tan indecente sin ensuciarse. Y es mucho peor cuando el cargo es
detentado.

Los funcionarios diplomáticos de carrera, que no detentan su puestos, sino
que los ocupan o los ejercen, están allí porque se graduaron en la
universidad, ganaron un concurso y han ascendido regularmente en la
jerarquía diplomática. Nadie puede acusarlos de oportunistas o de
logreros. Pero los otros, los que detentan un cargo, están allí muchas
veces por deshonestos, por inmorales. Y Alfredo Toro no es deshonesto ni
inmoral, de eso estoy seguro. Puede que le guste estar allí por algo de
vanidad, lo cual no es un pecado demasiado grande. Pero puede llegar a
serlo, si persiste en detentar lo que detenta aunque el gobierno se cubra
de sangre, de abuso, de maldad. Como lo está haciendo.

Es la última vez que lo digo: Alfredo Toro Hardy se deshonra como
embajador de Chávez Frías, pero aún está a tiempo de salir sin tantas
manchas. Todavía puede lavarse buena parte de la cara. Aunque no toda.

Al fin y al cabo Milos Alcalay se convirtió en héroe después de haber
parecido un villano durante algunos años.

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