Opinión Nacional

¿A dónde llegará el conflicto con Colombia?

El conflicto con Colombia destapado por el arresto de un guerrillero de las FARC que vivió durante meses en Venezuela, escala y adquiere nuevos matices. Ninguno de los dos gobiernos ha cedido en su posición. La del Gobierno Venezolano exigiendo que el de Uribe Velez ofrezca públicas disculpas y admita que violó la soberanía venezolana; y la del Gobierno de Colombia que afirma que no cometió ningún delito, que le fue entregado el guerrillero en suelo Colombiano y que es el Gobierno de Venezuela el que debe explicar la presencia de ese y otros guerrilleros en suelo Venezolano.

La consecuencia es que el Gobierno de Venezuela ha suspendido cualquier negocio con el de Colombia y ahora amenaza con “congelar” las relaciones con ese país. En mi artículo de la semana pasada para esta misma publicación, explicaba que entre los Gobiernos de Venezuela no hay ningún Acuerdo Bilateral. Que todos están en el marco del Pacto Andino y del Grupo de los Tres —del que también participa México— y que por lo tanto, la eficacia de la decisión venezolana, desde el punto de vista comercial, era relativa, puesto que el comercio es entre empresas privadas. Lo que significa que la medida, como medida de presión, por parte del Gobierno venezolano, no era muy eficiente.

Si no entendía bien que significaba “suspender cualquier negocio” con el Gobierno de Colombia —simplemente porque no hay prácticamente ninguno, entre ambos gobiernos— no entiendo ahora qué significa esto de “congelar las relaciones”, con lo que ayer amenazó el Presidente Chávez Frías en una concentración en los alrededores del Palacio de Miraflores, sede del Gobierno. Pero a estas alturas no auguro nada agradable.

El régimen de Chávez Frías está llevando el conflicto a otra dimensión. Ahora el culpable, el que maneja los hilos detrás del escenario, es el imperialismo norteamericano. Todo se debe a las ansias de poder desmedidas del Gobierno de George Bush, que quiere controlar el petróleo venezolano. Todo esto, palabras más, palabras menos son las consignas dichas por los gobernantes venezolanos, comenzando por el Presidente y Vicepresidente, en diferentes días y eventos de masas.

Yo debo reconocer que mi optimismo —que el conflicto no pasaría de lo que ya habíamos visto la primera semana— puede ser algo exagerado. Decía, además, en mi articulo que: “…no es de esperar una ruptura de relaciones ni que el Gobierno Venezolano tome medidas en la frontera para impedir el comercio.”. En este momento no sé si eso de “congelar las relaciones” pudiera significar que el Gobierno venezolano está dispuesto a cerrar la frontera, impedir el paso de personas y el comercio y si llegaría incluso a más: impedir o prohibir el comercio bilateral. La verdad es que no sé de qué forma lo haría, es decir, de qué forma desde el punto de vista legal, porque por la vía de hecho puede haber varias maneras: detener el tráfico fronterizo, cerrar las fronteras y las aduanas, no realizar operaciones aduaneras de entrada o salida de mercancías y lo que es más fácil, no otorgar divisas a quienes importen de Colombia.

¿Llegará el Gobierno a estos extremos? La sana lógica nos dice que no. Por las mismas razones, comerciales, que explicábamos la semana pasada: es un comercio entre privados, perjudicaría más a los empresarios colombianos, etc. A eso deberíamos agregar otras consideraciones de carácter político o de mera intuición. Si bien la capacidad de conflicto y confrontación del régimen de Chávez Frías es infinita, no pareciera necesaria. Los regímenes autoritarios, como el venezolano, se nutren de conflictos externos; forma parte de la mentalidad militar —y el Gobierno de Chávez Frías la tiene en demasía— exacerbar los conflictos internacionales cuando les falla apoyo interno y quieren unificar el país. Si bien podemos afirmar y constatar que Venezuela es un país dividido, por lo menos en tres pedazos iguales —pro Gobierno, anti Gobierno e indiferentes— al Gobierno no le falta apoyo popular y sobre todo, institucional, pues controla a su antojo todos los poderes. Por lo tanto, no necesita un conflicto externo para eso.

Otros afirman que esto pudiera ser parte de la estrategia “continental” de expansión de la revolución bolivariana. No cabe duda que esto si puede ser una razón; o mejor dicho, que es algo que está en el fondo para explicar la desmedida y desproporcionada reacción del Presidente Chávez Frías, un mes después de ocurrido el hecho —la captura de Granda se produjo el 13 de diciembre, y por lo visto el Gobierno venezolano no se había enterado o se estaba haciendo el desentendido— que se vio precisado a dar una respuesta a toda esa izquierda internacional de la que quiere ser el héroe y el vocero y que le reclamaban que su Gobierno había entregado a un guerrillero al Gobierno de Colombia.

Sin embargo, la revolución continental izquierdista necesita héroes triunfantes, exitosos; él necesita ser un héroe victorioso, no un héroe derrotado, lo peor que le pudiera pasar es que fuera derrocado por una interferencia externa o peor aún, tener que tragarse sus palabras. No le beneficia que resulte ser verdad todo eso que predican del imperialismo y el intervencionismo y correr el riesgo de ser un “héroe” que termine dentro de una jaula con un traje de rayas, como los de Sendero Luminoso o el Noriega panameño y algunos otros en la historia de América Latina. (Tampoco vamos a llegar al extremo de decir que eso no ha ocurrido).

Pero, en el caso de Venezuela, esa no es —a mi modo de ver— la preocupación que tiene el Gobierno. Pues a pesar de las bravatas, el discurso anti imperialista y los chistes de mal gusto sobre Condoleezza Rice, el Gobierno de Chávez Frías conserva el suficiente sentido práctico para meterse con el santo, pero sin tocar la limosna. Los negocios con empresas petroleras tradicionales, aunque algo desmejorados por la situación general, no se han visto amenazados. Tampoco el envío de petróleo a los Estados Unidos, a pesar de las ofertas a China y a otros posibles clientes.

El Presidente Chávez Frías, es anti imperialista… pero no tanto y mucho menos, tonto. Por otra parte, ha demostrado hasta la saciedad —en 1992, cuando intentó el golpe de estado y en el 2002, cuando fue victima de algo similar— que está dispuesto a ser “razonable” cuando las cosas llegan al punto de poner en peligro su integridad personal. Y al llegar a un cierto punto, pues o entrega lo que haya que entregar o renuncia a lo que haya que renunciar. ¡Vamos, que la cosa no es para tanto! Más que el ánimo belicista, lo que nos debe preocupar es la ineficiencia y las peculiares concepciones que el Gobierno revolucionario tiene acerca de cómo resolver los problemas económicos del país.

La incapacidad, demostrada, de manejar la industria petrolera y la torpeza para atraer inversiones, está comprometiendo nuestra capacidad como país productor y exportador de petróleo. Por más que el Gobierno lo niegue, el país esta exportando un millón de barriles menos que lo que exportaba el Gobierno de Rafael Caldera. Y lo que se peor, de los dos millones seiscientos mil que ahora exportamos, casi un millón no le pertenece a PDVSA, se hace a través de las empresas transnacionales que operan bajo el esquema de apertura (esa misma “apertura” tan criticada por el Gobierno de Chávez Frías). La fortuna que ha tenido el Gobierno, que le permite disfrazar o menosprecia esta situación, son los elevados precios del crudo.

El otro elemento que nos debe preocupar, más que el ánimo belicista, es la ineficiencia para manejar la economía. La incapacidad para hacer que los ingentes recursos petroleros se conviertan en mayor riqueza. Que generen empleo. Que sirvan para industrializar el país. El Gobierno revolucionario es el más rentista de los que hemos tenido en la historia. Pero toda la renta la convierte en subsidios, en gasto público sin control. Las famosas Misiones, cuya efectividad y necesidad inmediata es innegable, son una máquina de generar pobres, de convertir a los venezolanos en pedigüeños. En generar expectativas difíciles de mantener con ingresos petroleros menores que los que ahora tenemos, bien sea que caiga más la producción o el precio.

Hay un último elemento al que debemos temer y que de alguna manera lo advertí en mi artículo anterior. Afirmé y afirmo que es poco probable que el conflicto con Colombia llegue a eliminar el comercio bilateral. A menos que el Gobierno de Venezuela llegue a impedir físicamente el comercio. Considero que esta es una posibilidad, racionalmente hablando, poco probable. Pero… tampoco olvidemos —y siempre lo hacemos— que nuestra racionalidad no es la misma que la del Gobierno de Chávez Frías. Tengamos siempre presente que este no es un Gobierno “normal”, para quien la caída del comercio binacional, significa de pérdida de empleos y divisas en nuestro país. Sabemos que al Gobierno venezolano actual le importa poco la suerte de las empresas privadas venezolanas; no debemos esperar que tenga ninguna preocupación por las medidas que toma y su impacto en el comercio. A la revolución le interesa no solo la destrucción de las instituciones políticas y sus líderes; le interesa también la destrucción de las elites económicas, a las que considera sus enemigas, crecidas y producto del orden político y económico que quiere destruir.

A lo mejor el escalamiento del conflicto no llega a una confrontación con Colombia o con los Estados Unidos; pero si pudiera llegar a causar un daño irreparable a muchos empresarios e industriales venezolanos, que deberían estar desde ya buscando mercados alternativos.

(*): Politólogo

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