Opinión Nacional

A los pies del caudillo

La inmensa mayoría, hipnotizada de fervor mesiánico por un líder audaz y afortunado(por ahora) es incapaz en la hora actual de advertir el poderoso fraude con que la llamada “Revolución pacífica y protagónica” ha ido construyendo su propio poder en nombre de la participación y profundización de la democracia. Lo concreto ha sido, el magistral cumplimiento de un libreto que comenzó con paso de “cien pies” pero que ha culminado con éxito una nueva etapa, reflejada en el firme posicionamiento del líder- conductor, simultáneamente al desplazamiento de los anteriores actores políticos, la asfixia de los nuevos no comprometidos con aquellos, y extensiva a las demás instancias de la sociedad, y cuyo corolario, lejos de haber activado la nueva institucionalidad prometida y sancionada, ha desbastado todo indicio de institucionalidad en el país. En Venezuela -en dos platos- existe un Estado discrecional y nuestra hora es la del país a los pies del caudillo que ha conculcado muy probablemente para un largo plazo imprevisible, la mínima posibilidad de un estado regido por leyes iguales para todos, vale decir de un Estado de derecho.

Sería casi inútil y hasta necio por repetido, enumerar las persistentes flagrancias a la ley y a la constitución, ya que tales procedimientos violatorios han llegado a constituirse en la identidad misma, en el deber ser y el modo natural de expresarse del “proceso de cambios ”. Las excusas y justificaciones para hacerlo por parte del oficialismo cada día son mas flácidas e inconsistentes siendo más graves ahora, pero la razón de ello, es que ya no hace falta mayores explicaciones ¿para quién? , pues los “bolivarianos” han conseguido su objetivo, la victoria total, y hoy avasallan como parte esencial de su programa corporativista casi todas las instituciones del país, siguen contando con la complicidad de las mayorías y han fracturado la oposición que ha terminado por fundirse abrumada por las derrotas electorales.

La incontrovertible realidad es que el Presidente ha demostrado apartando su tenacidad, una habilidad política sin precedentes en ningún otro líder en nuestro país y como para ponerle más “verónicas” a la faena ha contado con la fortuna de altos precios petroleros, que él por supuesto lo ha atribuido a los aciertos de su gobierno lo cual no es del todo falso.

El que el Estado se consolide como el factor central del desarrollo y en el indiscutible “oligarca” de la economía, termina por hacer la llave perfecta al proyecto hegemónico autoritario “bolivariano”. Precisamente, a ésta crítica del modelo “puntofijista” de la que los “bolivarianos” obviamente aportaron parte de su arsenal disidente y que aún así antes de la irrupción golpista del 92 venía descongelándose junto al avance de la descentralización, es lo que toma, y con singular intensidad del pasado, el “chavismo”. Y esto no tiene porqué sorprendernos dentro del la lógica autoritaria, pues la supremacía económica por parte del Estado implica a su vez el control de los medios que son capaces de dirigir nuestras preferencias, nuestros gustos, nuestras opciones que se ubican en el exclusivo espacio privado del individuo, y un predominio en esa particular esfera confisca en la práctica la pluralidad de las relaciones sociales que surgen de una genuina sociedad libre, fundamentada en la capacidad y responsabilidad de los ciudadanos para conducir sus tareas a través de su iniciativa individual, sus preferencias, destrezas e innovaciones en el terreno de la actividad económica, y el de la cooperación voluntaria en el ámbito de lo social y comunitario.

La arbitrariedad y desintegración institucional promovida desde el poder, ya no causa el estupor de casi nadie y los que todavía se rebelan contra ella están siendo vistos( si es que los ven) con la misma indiferencia con la que se mira la acción de los que actúan por erosionarla. El país luce cansado, exhausto, no es que la crítica haya cesado, pero ya no tiene pegada al perder el misterio de la etapa inicial de incertidumbres; y si se está en contra del régimen, tal actitud envuelta en la resignación, todo lo más de su impacto, es la de competir en futilidad con chanzas o chistes populares. Los sectores productivos, profesionales y las clases medias en general empiezan hacer planes para buscar acomodarse a una realidad que promete ser de largo aliento, a excepción de los que ya han fugado sus capitales o abandonado el país. Ello en sí, no tiene nada de vergonzoso, tomado en cuenta las necesidades de sobrevivencia en una nación donde el Estado antes, y ahora con brutal intensidad ejerce una presión humillante sobre los individuos.

Cuando el poder político queda desprovisto a las estrictas limitaciones que le señala la ley para su ejercicio, el cuadro para el desarrollo democrático tiene que ser desolador, el que una mayoría de venezolanos abdique de su condición ciudadana para apostar a la “solución” salvacionista no hace menos relevante la opresión política sobre el resto de la sociedad; nada será lo suficientemente convincente para sacrificar la ley y la libertad en nombre de una oferta dudosa y de una igualdad ficticia.

No somos ingenuos, la democracia no es una receta mágica, es un instrumento y un valor que parte de la convicción de tolerar las visiones del mundo distintas a las nuestras, de aceptar que otras personas busquen sin que nadie se los impida sus propios fines y luchen bajo la ley para lograr esas aspiraciones. El régimen democrático debe dirigirse a educarnos en los valores de la tolerancia, en el respecto a la ley y en el amor a la libertad, cabe preguntarse ahora: ¿Es esa la dirección sobre la que marcha la revolución bolivariana pacífica y democrática?

Por último no quiero dejar de expresar lo siguiente: no existe de nuestra parte ninguna actitud obsesa contra Chávez, la política después de todo es sólo una de las múltiples dimensiones de las que se compone la vida humana y no necesariamente la más importante. Las inquietudes intelectuales pueden y es lo deseable, que se manifiesten en formas diversa, particularmente así lo sentimos, pero sería irresponsable e indigno en esta hora y en este tiempo dejarnos vencer por el cansancio, o por el chantaje mesiánico y callar, pues las fallas del pasado democrático no pueden convencernos de aceptar como inevitable el “fenómeno” político del régimen bolivariano, sus proyectos concentrados en los sueños fanáticos de un solo hombre, la supresión de los mecanismos democráticos, y de ese complicado pero a la vez atractivo reto que es la conquista de la modernidad.

El experimento”bolivariano” se avizora como una costosa fantasía, sentimos como muchos que con honor así lo hacen, un deber patriótico señalarlo.

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