Opinión Nacional

Adeste Fideles

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Semanas atrás asistí
a la emocionante
misa del Papa
Benedicto XVI en
un estadio de
béisbol
transformado en
catedral de grandes
ligas. La magna
misa vino con
epístola, evangelio, y sentidas palabras de arrepentimiento por los
pecados cometidos por párrocos poco cristianos y licenciosos. El
mensaje Papal, estuvo cargado de esperanzadoras aperturas al
espíritu de civilidad, piedad, santidad y universalidad. Realmente
fueron momentos inolvidables hasta para los más ateos en la
concurrencia. La grandeza del espectáculo, incluyendo el Panis
Angelicus cantado devota y precisamente por el Tenor Placido
Domingo, y la santidad del Papa Benedicto, trascendieron a la
sospecha que el aparente retrazo intelectual e intransigencia de una
figura tan tradicional y apegada a la ortodoxia, pudiera ahuyentar
aun más a los feligreses. La aparente apatía de las autoridades
católicas ante los derechos de igualdad de la mujer a ser ordenadas
sacerdotes, o hacia el anacronismo del celibato, y otras maldades,
en una época en donde se vive tan largo y es tan importante tener el
balance de una familia real para mejorar las decisiones que
tomamos, me hubiera llevado a pensar que el viaje del Papa no iba
a tener tanto éxito. Me equivoqué. La visita del Papa Benedicto a
los EEUU hizo mucho bien para las relaciones con los Latinos en el
país, la reducción de casos de abuso sexual y pederasta, y la
promoción de espiritualidad y humanidad entre los principios más
duraderos y saludables del Cristianismo.

Observar al Papa me recordó también de una conversación que tuve
con Fidel Castro 11 años atrás. Ocurrió un año o más antes de la
exitosa visita del Papa Juan Pablo a La Habana. Pero mucho antes
de eso, era yo una joven emocionable cuando bajó de las montañas
guerrilleras el comandante Fidel Castro. Como para cualquier
adolescente impresionable, la imagen de un guerrillero ofrecía el
atractivo que tienen las páginas de Playboy a sus lectores
anestesiados por la rutina de sus vidas.

El entusiasmo por los guerrilleros afortunadamente se me quitó
cuando tuve que aprender a ganarme la vida en una forma sensata.

Con el tiempo muchos de los guerrilleros murieron en batallas
descabelladas y destructivas y otros perdieron su propio entusiasmo
por la guerrilla. Sistemas políticos totalitaristas fallecieron en el
camino, agobiados por la competencia y la creatividad de los
ciudadanos de países libres, trabajadores, funcionales y abiertos al
comercio internacional. Por eso, cuando me pude sentar a hablar
con Fidel en La Habana – una conversación que duraría tres horas –
tenía una legitima curiosidad de saber varias cosas: si todavía le
gustaba su trabajo; si tenía una estrategia de retirada; si el entendía
lo parecido que era su régimen al del Vaticano y cuando fue la
última vez que había firmado un cheque.

Fidel me desarmó con sus respuestas. Si, estaba bastante fastidiado
de su trabajo, se había vuelto repetitivo y relativamente
inconsecuente. A pesar de lo aislado y desinformado de las
frondosas oportunidades de re-inventarnos que nos da la vida
democrática, o quizás por su mismo aislamiento, no había pensado
en una estrategia de salida del poder. Yo le sugerí, que el Vaticano
podría ser un sitio ideal para retirarse: buena comida, lindas
italianas, y rodeado de un sistema político vitalicio y altamente
dictatorial; se podría sentir en la compañía de un alma gemela.

Fidel se río. Tiene un bien abierto sentido del humor, a pesar de su
miopía política e intermitentes tropiezos. Admitió que no se le
había ocurrido el paralelo de su gobierno con el sistema político del
Vaticano. Opinó que los castigos de la iglesia le parecían
inusualmente barbáricos. Infierno eterno por adulterio era un poco
exagerado. Yo asentí. Purgatorio era suficiente por adulterio. De
hecho allí es en donde residen, los adúlteros en vida, le dije. Les
debe gustar. El cielo puede ser un poco monótono y traicionero.

Nos puede hacer sentir demasiado seguros. Llegó a tanto nuestra
comunión intelectual que pude convencerlo de la importancia de
permitir que el Papa Juan Pablo visitará La Habana, sin que el
saboteara los planes de visita con uno de sus exabruptos
impulsivos, o sin que Raúl diera órdenes borrachas de dispararle a
cualquier avioneta invasora sin preguntarle a nadie.

Un año o más después de nuestro distraído diálogo, el Papa llego a
La Habana y Fidel lo recibió emocionado y amable. Yo veía
orgullosa por televisión la inesperada, y hasta insólita hermandad, y
pensaba atrevida e inmodestamente que a lo mejor, tal y como
Forrest Gump, yo había tenido algo que ver con la apasionada
recepción de Fidel al Papa. Ambos líderes vitalicios de dos sistemas
totalitarios. Pero antes de que se me enardezcan algunos lectores –
paciencia les pido, por favor – hasta allí llegaron mis
comparaciones.

Ni la iglesia católica, ni el Vaticano cuentan con ejércitos.

Perdieron el poder militar, a Díos gracias, hace varios siglos
después de haberlo abusado a manos llenas. Lo perdieron después
de la espantosas y criminales cruzadas. Hoy en día la iglesia no
tiene tampoco el poder temporal de quemar a nadie en una estaca o
acabar con la carrera literaria de grandes pensadores. Abusaron de
ese poder también en la Edad Media. Se abolió la Inquisición
apenas en el Siglo XIX. Jerónimo Castillón y Salas fue el último de
los inquisidores. Otros gobiernos totalitarios si tienen todavía poder
militar y el poder de destruir la integridad física, emocional, y
espiritual del que se les atraviese en el camino. La Cuba de Fidel es
uno de ellos. Lamentablemente hay muchos más en ese tobo.

Concluyo entonces que a cualquier organización o persona de
género totalitario, hay que quitarle las armas o cortarles el mandato.

Poder absoluto corrompe absolutamente. Ni Fidel ni el Papa son
una excepción a la regla. Ni lo son tantos otros líderes
incompetentes y alzados.

P.D.: Con respecto al cheque, Fidel me dijo que el último que había
firmado era cuando aún era abogado, antes de irse al monte. Para
que sintiera el placer de firmar un cheque, le dí un papel y le sugerí
firmar uno por $100 mil millones para pagar las deudas
establecidas por el decreto Helms-Burton.

Me firmó el cheque con
gran placer y buena voluntad. Lo tengo en mi biblioteca para
recordarme que Fidel es fiel a sus creencias porque siempre le ha
convenido serlo. No sabe de lo que se perdió en no irse a vivir al
Vaticano, pero La Habana tiene mejor clima y las mujeres también
son muy lindas.

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